Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de san Juan de Cuyo
Cuidemos a la democracia de la polilla
Hace tiempo tuve que poner orden en una casa que había estado deshabitada por unos años.
Todavía guardaba en un armario ropa vieja. Recuerdo especialmente un par de pulóveres que habían sido carcomidos por polillas. Podíamos imaginar la prenda en algún momento nueva, pero que ahora ya no abrigaba. Por más tratamiento que le hiciéramos o parches que pudiéramos aplicar, difícilmente se pudiera recuperar. Sin embargo, el empeño, la voluntad y pericia de una de las mujeres de la parroquia hizo maravillas.
Muchas son las voces que en estas semanas están advirtiendo acerca del clima de violencia, intolerancia, agresiones verbales que se han instalado en el país. Cierto que la mayoría mira el partido desde la tribuna, y unos cuantos han perdido interés por el resultado. Pareciera que, al acercarnos a los 40 años del regreso de la Democracia, la misma corre el riesgo de ser comida por las polillas.
Volví a repasar la Encíclica de Francisco Fratelli tutti, y me ayudó mucho para iluminar las penumbras de los cruces tan inútiles como demoledores de puentes de construcción común. La unidad es como un balde que se carga gota a gota, y se puede derramar en un instante. Las dificultades son la oportunidad para crecer y no la excusa para la tristeza (FT 78) o cruzarse de brazos masticando impotencia.
Debemos aceptar que el futuro no es monocromático: nuestra familia humana necesita aprender a vivir juntos en armonía y paz, sin necesidad de tener que ser todos igualitos (FT 100).
El martes pasado se conoció la “Declaración conjunta por un diálogo responsable y comprometido” elaborada por distintas Iglesias e Instituciones religiosas. Francisco nos dice que acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, buscar puntos de contacto; todo eso se resume en el verbo “dialogar” (FT 198) y sobre ese eje la declaración citó, entre otros textos, el Talmud1 y el Sagrado Corán2:
“Como personas religiosas y seguramente a muchas personas no creyentes de buena voluntad, nos preocupa la falta alarmante de diálogo entre las diferentes corrientes políticas y de estas con la sociedad, como las PASO han puesto de manifiesto. No hay país posible sin diálogo. Tampoco hay diálogo con insultos, gritos y descalificaciones del que piensa distinto. “El mundo entero existe por el mérito de aquel que modera sus palabras en el momento de una disidencia.”1 Deseamos que ninguna forma de violencia oscurezca la esperanza del diálogo: “Dios no cambia el destino de la gente si esta no cambia lo que hay en su corazón.”2
Las urnas hablan y los que se quedaron en casa sin votar son también un grito de descontento y escepticismo. Muchos hermanos y hermanas no se conciben ciudadanos comprometidos con el bien común de la Nación. El fuerte sentimiento de decepción se puede revertir con gestos concretos de apertura del corazón, con programas bien explicitados para que se alcance a elegir el camino más adecuado para los tiempos que vivimos y el porvenir.
Eso no se logra desde la soledad de un escritorio. Teniendo como referencia la Parábola del Buen Samaritano, podemos decir que Incluir o Excluir al herido al costado del camino define todos los proyectos económicos, políticos, sociales y religiosos (FT 69).
Los hechos de violencia en robos o saqueos nos conmueven interiormente, hasta las tripas. Pero no nos hagamos ilusiones con soluciones mágicas ni voluntaristas. Solo tendremos paz cuando se asegure Tierra, Techo y Trabajo para todos (FT 127).
Es imperioso pensar y actuar en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos. Y qué importante es superar la idea de políticas sociales hacia los pobres pero elaboradas sin los pobres, o peor aún: a sus espaldas (FT 169).
También en la política hay lugar para la ternura (FT 194). No es una ilusión sino una posibilidad para dirigentes con corazón magnánimo.
Reconocemos que la situación es muy complicada en la coyuntura y en el mediano plazo. Pero si hay que volver a empezar, siempre será desde los últimos (FT 235).
Recordemos la exhortación de San Pablo: “Ustedes, hermanos, no se cansen de hacer el bien” (2 Tesalonicenses 3, 13), y sigamos trabajando, aunque los frutos parezcan escasos o inexistentes.
No es el momento de arriar las banderas enarboladas a fuerza de sueños.