Aero Club
Eduardo “Lolo” Funes: “He volado más de 50 años; los disfruté a pleno”
Conversamos largamente con Eduardo “Lolo” Funes, piloto de larga trayectoria en el Aero Club, instructor, y conocedor de la intimidad de los aviones, amante de la institución y de su tarea. Fue una charla amena, con momentos de anécdotas que sólo se pueden disfrutar viniendo de quien las vivió. Esto nos dijo:
“Siempre estuve relacionado con el Aero Club, por mi padre, que fue mecánico desde al año 1949; pero, yo comencé a trabajar como ayudante de mecánico en el año 1960. En el año 1961, el Aero Club necesitaba pilotos, pues aunque había dos, hacía falta otro más porque tenían cuatro aviones; se volaba mucho en ese entonces. Así fue que la institución se hizo cargo para que yo hiciera el curso de piloto. Debo haber sido útil porque en el año 1965, se compró un avión 0 horas, un Cherokee (Piper Cherokee). Ahí empecé y he volado unos cincuenta y dos años en el Aero Club, salvo algunos años que volé para una estancia. En el año 2000, retomé mi actividad en el Aero Club, como instructor. En el año 2012, me hicieron dos baipases y ya no quise volver a volar como piloto, aunque sigo saliendo en vuelos, pero ahora como acompañante. Tengo unas 7500 horas de vuelo; es mucha experiencia.
En ese tiempo, volábamos a todos lados, teníamos un servicio de taxis aéreos; no había puentes. Algunos días hacía hasta cuatro vuelos a Buenos Aires. En zonas rurales, también hacíamos servicio de mensajería. A veces, aterrizábamos, pero también, en ocasiones, los mensajes eran tan cortos que atábamos, con un hilo, un papelito con el mensaje en una piedrita, hacíamos algunas vueltas sobre las ranchadas y… ¡tirábamos la piedrita con el mensaje! Esto se terminó cuando empezó a transmitir Radio Gualeguay, los mensajes comenzaron a hacerse por el servicio de mensajería de la emisora (el famoso “Mensajero del Éter”). En cierto sentido, la radio nos quitó, pero también nos ayudó porque, antes de ella, volábamos “a lo indio”, como se suele decir, sólo con las cartas de navegación, la brújula; hasta el viento podía desviarte. Sin embargo, desde su funcionamiento, gracias a un dispositivo que tienen los aviones que se llama “radiocompás”, que toma la frecuencia de la radio, uno puede ubicar dónde está la antena de transmisión y guiarse con claridad.
Una anécdota risueña (con susto incluido). Una vez regresaba desde Buenos Aires, con dos clientes, volando bastante bajo. Uno de ellos venía dormitando y con el otro conversaba; en eso veo un chajá, encima ya, sin tiempo para hacer nada. El ave se estrelló contra el ala; dicen que el chajá es “pura pluma”; pues bien, no es así: había que ver el agujero que hizo. ¿Qué pasó, entonces? Al embolsarse el aire, en el hueco que produjo el chajá, tiraba al avión para un costado; tuve mucho trabajo con los comandos para poder seguir. El cliente que dormitaba, extranjero, se despertó y preguntó que qué había pasado. Le dije que habíamos agarrado un chajá, le comenté que era un pájaro grandote y que, por favor, no dijera nada cuando llegáramos (la cuestión era que veníamos en vuelo bajo, lo que no estaba bien). Cuando llegamos al Aero Club, estaban su presidente y mi padre, quien se agarraba la cabeza al ver el hueco en el ala. En tanto, el presidente, dueño de campos y conocedor, dijo: “Lo que pasa es que el chajá, cuando está en celo, vuela alto, se va arriba”. “¡Claaaro…!”, le dije. Por supuesto, sin aclarar que veníamos bajito. En fin, zafamos.
Recuerdo que otra vez, en el año 1968 o 1969, volaba don dos clientes. Uno de ellos era una señora que iba sentada en la parte de atrás. Este vuelo era en ocasión de una inundación muy grande; el trayecto desde Puerto Ruiz hasta Escobar (donde empezaba a dejarse el territorio bajo, inundable) era todo agua. En esta parte del recorrido es cuando esta señora se empezó a sentir mal. Entonces el otro pasajero me dijo: ¡Pará, pará, Funes que se descompuso la señora! Imaginen: ¿parar dónde?, ¡un avión!... Además, todo era agua. Le avisé que había una bolsita por si la señora necesitaba vomitar…. Afortunadamente, después, a la señora se le pasó su malestar.
Hacíamos servicio de ambulancia; íbamos a Aeroparque. Teníamos que quitar el asiento trasero para colocar la camilla. Se hicieron muchos viajes de emergencia. En épocas de inundaciones hacíamos mucho servicio de taxi aéreo. También íbamos a remates que se hacían en Corrientes; recuerdo que, en los avisos de aquel tiempo, en todos, se aclaraba que había pistas de aterrizaje.
Ahora todo eso se ha acabado. Los costos influyen mucho, los repuestos de aviación son caros y a precio dólar. En Argentina, prácticamente, no se produce nada para aviación, para Piper o Cessna, por ejemplo; todo es importado. No sé cuánto se tiene que cobrar ahora la hora de vuelo.
El Aero Club posee actualmente un avión Cessna 172 y un Piper PA-11, que se accidentó hace ya unos diez años y todavía no lo han podido sacar del taller. Este Piper es con el que yo me recibí hace sesenta años. Los aviones son “eternos”; no es como con el auto que vos podés “andar perdiendo las latas”. Un avión, todos los años, tiene que pasar por inspección, que se hace en Buenos Aires. Y hay que presentarlo con el mantenimiento que corresponde, el avión tiene que estar realmente bien; si no, no aprueba la inspección.
Volviendo al tema de las inundaciones, se puede decir que volar sobre tanta agua impresiona al principio, pero después uno se acostumbra. Se sabe que uno depende de un “motorcito”, pero el avión es muy seguro. Siempre digo que los “peligrosos” son los pilotos. La proporción de los accidentes de avión es igual a la proporción de los accidentes de auto. No hay accidentes de auto por falla de material, los hay por falla de conducción; en el avión es lo mismo. De nuevo, el avión es lo más seguro que hay. No hay caminos, no se cruza nadie, no hay semáforos…
En cuanto a las rutas de vuelo, actualmente, lo esencial es el GPS; te “pone arriba” de donde uno va a aterrizar. Antes no era así; cuando me recibí, me mandaron a Buenos Aires. Nadie me enseñó cuál era la ruta y lo fundamental para la orientación era la brújula. Después, como ya dije, la gran ayuda eran las antenas de las radioemisoras.
En cuanto a la sede del Aero Club, en los primeros tiempos en los que empecé, no había nada, sólo el hangar. En el año 1960, se hizo la pileta, muy bien hecha, nunca tuvo fallas. El lugar es muy lindo, con una hermosa arboleda. Se hicieron canchas; de vóley, de fútbol. Lamentablemente, la actividad aeronáutica, lo principal del club, está prácticamente parada. Ya no hay festivales, tampoco. Antes, el gobierno ayudaba; mandaba algunos aviones para vuelos de bautismo. Se ha pedido colaboración al gobierno, pero sin resultados. He ido, en años anteriores, a festivales aéreos en toda la provincia; el Aero Club Gualeguay colaboraba. En general, todos los aeroclubes están con problemas.
Quiero cerrar manifestando el cariño que le tengo al Aero Club por tantos lindos momentos y recuerdos, sobre todo porque soy alguien a quien le gusta el vuelo. Quisiera que todos pudieran volar”.