Pbro. Jorge H. Leiva
El adviento y la pelota manchada
“La pelota no se mancha”, decía Diego Maradona. Pero la Copa del mundo 2022 ya está manchada.
Parece ser que más de 6.500 migrantes murieron en la construcción de la infraestructura de Qatar 2022. Así lo expresaron los informes de algunos medios internacionales en estos días: la investigación reveló esos datos escalofriantes.
Aunque los organizadores negaron que ese sea el número se vieron obligados a modificar algunas condiciones laborales semi-esclavas, que incluían trabajar en la construcción de estadios bajo un sol de más de 40 grados y contratos extorsivos. Miremos un poco la historia: Para los juegos del pueblo romano la construcción del Coliseo comenzó bajo el gobierno del emperador Vespasiano hacia el año 70-72 d.C. A su muerte, en el año 79, estaba terminada hasta el tercer piso. El hijo de Vespasiano, Tito, terminó la construcción en el año 80.
La construcción del Coliseo se financió con el botín obtenido durante el asedio a Jerusalén; mientras que los prisioneros judíos realizaron la mayor parte del trabajo manual. Pero para las tareas más especializadas, el emperador Vespasiano contrató a un equipo de artistas romanos profesionales: pintores, constructores e ingenieros.
Por lo visto, entonces, los romanos para hacer “su estadio mundialista” optaron por un método mixto: por un lado, le robaron el oro a los ricos israelitas del siglo primero de nuestra era y, por otro, contrataron a los mejores profesionales del imperio, dando así vitalidad a la ciudad inyectando liquidez al flujo de un dinero no inflacionario.
Es sabido que en el siglo XX varios famosos torneos se han realizado sobre la sangre, el sudor y las lágrimas de quienes habían caído víctimas de los totalitarismos de variado color ideológico. Por ejemplo: en la década del 30, el mundial de Italia se vincula al fascismo y las olimpíadas de Alemania al Nazismo, mientras que el mundial de 1978 “es pariente” de una dictadura. Decía de modo contundente la pensadora judía del siglo XX, Hannah Arendt: “Cuando se gobierna sobre cadáveres, desaparecen las categorías políticas”. Hay juegos que están prohibidos por el sentido común.
Sin embargo, consideremos en un artículo que circuló recientemente en Facebook, atribuido al papa Benedicto, la pregunta: “¿Por qué el juego ejerce tanta fascinación?”.
Un pesimista contestará que el juego siempre tiene que ver con lo que los romanos llamaban despectivamente “pan y circo”: haciendo referencia a una necesidad como es el pan junto a una evasión como puede ser el circo.
Sin embargo-continúa ese artículo también es necesario hablar mejor de “pan y juego”, pues detrás del juego está el deseo de una vida paradisíaca (en una verde pradera, como dice el salmo), la conexión con el ocio creativo libre y alegre, la disciplina y la conciencia de equipo, de comunidad, de noble enfrentamiento con contrincantes que se saludan al final porque no son enemigos sino compañeros en un juego.
Además, la comprometedora y llamativa expresión “jugarse entero” tiene que ver con la real posibilidad de llevar adelante nobles proyectos de vida hasta el final, es decir, sin calcular los costos del miedo y del egoísmo. Cantan los jóvenes: “Señor, vale la pena seguir, vale la pena jugarse, vale la pena sentirse vivo”.
Ante la perspectiva del fin del mundo que consideramos en Adviento, redescubramos el juego como relativización benéficamente infantil de tantas “seriedades” adultas que nos adulteran; volvamos a jugar como los niños para volver a experimentar el gozo de lo que se hace “porque sí nomás”, porque vale en sí, es decir, porque es sabiamente “inútil” como celebrar, orar y amar en comunión.
Entonces Adviento nos ayudará a sacarle las manchas a la pelota mientras comemos- sin evadirnos en circos fugaces- el pan con la dignidad del trabajo.