Por Pbro. Jorge H. Leiva
El celular y la casa
Decía días pasados un antropólogo londinense llamado Daniel Miller en un prestigioso matutino porteño: "El uso de esta tecnología como un teléfono es sólo una parte pequeña de todo lo que permite realizar, y esto nos lleva a otro concepto.
El celular es nuestro hogar portátil. No es exactamente una casa, pero con esta idea es más fácil entender la amplitud de sus posibilidades. Entonces, cuando alguien en un restaurante toma su teléfono y se aleja, si nos preguntáramos adónde se ha ido, la respuesta sería: a su hogar. Y cuando perdemos el celular somos como gentes en situación de calle porque en ellos, en el uso que les damos, expresamos nuestra personalidad, nuestros intereses y nuestros valores".
Se habla hoy día también del mundo de las redes como de un "continente digital", de tal manera que podemos decir nosotros que no sólo vivimos en el continente americano, sino también que habitamos en esa otra "casa que nos contiene".
Actualmente, se usa mucho la palabra contención para mencionar la protección, la hospitalidad: "La contención emocional es un conjunto de procedimientos básicos que tienen como objetivo tranquilizar y estimular la confianza de una persona que se encuentra afectada por una fuerte crisis emocional". Parece entonces que quienes pierden el celular están sin un hogar, sin un "continente" para tranquilizarse y ser estimulado, no tienen contención, es decir, se sienten desprotegidos.
Se dice que en ciertas ocasiones el celular acerca a los lejanos...pero también aleja a los que están cerca o pretenden estarlo. En este sentido, analicemos lo que pasa en una mesa cuando los comensales empiezan a interactuar con su celular. Hay quienes "se van a casa por un momento"; otros entran en la "cueva de sus miedos", en su refugio; algunos ponen en escena el papel del "imprescindible" que necesita mostrar que otras partes lo requieren mucho como sujeto necesario (casi como el agua, la tierra, el fuego y el aire); cerca de estos están los exhibicionistas, que necesitan constantemente dejarse ver por la cantidad de riquezas que ostentan.
Estos últimos, cuando sacan su celular, no pueden dejar de mostrar el logos de la marca famosa al igual que los muchachos cuando hacen "facha" con sus "altas llantas" (antes llamadas zapatillas o "espores", según un dialecto entrerriano). En esta larga lista están quizá quienes tienen su teléfono para no sentirse excluido. (Se cuenta que cuando recién salió la telefonía sin cables, en una importante reunión de médicos, algunos no pasaron al final a retirar sus "aparatos" por mesa de entrada donde había que dejarlos: es que habían llevado uno de juguete). Es que el exhibicionismo es como el Covid, no perdona edad ni clase social.
Aunque seguimos necesitando enviar mensajes a la distancia de distintas maneras (con señales de humo como el hombre de las cavernas, por cartas como a partir de los sumerios que inventaron la escritura hace más de 5 mil años, por telégrafo, por teléfono de línea, por fax, por correos electrónicos, por "mensajitos" de textos, o por videollamadas, etc), es igualmente cierto que nada reemplaza el rostro, que es como una epifanía, el abrazo, y hasta el perfume.
Por eso, es un don del Cielo "encontrarnos realmente". Y también es una tarea de cada día hacer de nuestro mundo una casa en la virtualidad o en el cara a cara.