Por Pbro. Jorge H. Leiva
El futuro ya llegó, la nueva pandemia está con nosotros
El cambio climático es la pandemia silenciosa que ya está provocando un clima mortal y desastroso en todo el mundo.
Ocho años después de su última actualización sobre la ciencia del clima, Naciones Unidas está anunciando advertencias aún más severas sobre la rapidez con la que se está calentando el planeta y sobre lo perjudiciales que pueden ser sus efectos.
Es un hecho que casi todos los glaciares del mundo se están derritiendo más rápido y que los huracanes son cada vez más fuertes. Por citar solo algunos ejemplos, este mismo año, unas lluvias sin precedentes han provocado inundaciones en partes del centro de China y de Europa, mientras que los incendios forestales están arrasando Siberia, el oeste de Estados Unidos y el Mediterráneo. (En estos días se han incendiado grandes extensiones en la sierra de Córdoba).
Las distintas dificultades de esta nueva "pandemia silenciosa" son diferentes aspectos de una misma crisis: la de la civilización, como bien decían nuestros obispos hace unos años. Así, el avance de la tecnología y de la ciencia divorciados de una orientación moral, las guerras que se reproducen a lo largo y ancho del planeta, la devastación del entorno natural y la brutal desigualdad económica en el mundo son variaciones sobre ese mismo tema. Y al menú debe agregarse ahora el Covid-19.
Paradójicamente, a casi un año y medio de que se disparara el desastre sanitario, económico y social provocado por el virus, en todas las políticas, los procedimientos y las medidas para abordarlo parece prevalecer el antiguo paradigma lineal y fragmentador. Si bien la vacuna es una solución, desde una perspectiva más amplia, se convierte en sólo un parche momentáneo, ante el desafío de la caridad y la justicia que nos impelen a dejar una casa adecuada para las futuras generaciones. Por otro lado, la ideología del progreso parece tener expectativas ilimitadas, pero... el planeta no es ilimitado.
Frente a esta realidad, parece ser que tenemos que aceptar que lo que hoy es pandemia, mañana puede ser hambruna extendida y terminal o nuevas pestes o desastres tecnológicos y ecológicos, como derrames de petróleo, contaminación irreversible de ríos y mares, falta de agua, etcétera. Más que nunca se trata, entonces, de pensar no en las próximas vacaciones o en las próximas elecciones, sino en la próxima generación de hermanos con una vinculación entre las personas, por un lado, y de los humanos con nuestro hábitat y con las demás especies, por el otro. Y urge hacerlo hoy. Ya en el año 1971 el santo papa Pablo VI decía: "Debido a una explotación inconsiderada de la naturaleza, [el ser humano] corre el riesgo de destruirla y de ser a su vez víctima de esta degradación".
También habló a la FAO sobre la posibilidad de una "catástrofe ecológica bajo el efecto de la explosión de la civilización industrial", subrayando la "urgencia y la necesidad de un cambio radical en el comportamiento de la humanidad", porque "los progresos científicos más extraordinarios, las proezas técnicas más sorprendentes, el crecimiento económico más prodigioso, si no van acompañados por un auténtico progreso social y moral, se vuelven en definitiva contra el hombre".
Cuando hace un tiempo el papa Francisco escribió su encíclica sobre el tema, decía: "No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental": a las crisis ambientales las terminan sufriendo, indefectiblemente, los pobres, débiles y sufrientes. Francisco, el sucesor de Pedro, terminaba su texto rezando así: "Tú, que rodeas con tu ternura todo lo que existe, derrama en nosotros la fuerza de tu amor para que cuidemos la vida y la belleza. Inúndanos de paz, para que vivamos como hermanos y hermanas sin dañar a nadie. Dios de los pobres, ayúdanos a rescatar a los abandonados y olvidados de esta tierra que tanto valen a tus ojos"