El país de la libertad
"Búsquenme, me encontrarán en el país de la libertad" cantábamos, en mi ya lejana juventud, con palabras del septuagenario León Giecco, quizá sin saber nada acerca de la trascendencia del término libertad.
Es que ese vocablo es uno de los más usados en los últimos siglos: se habla de la búsqueda de la libertad como un valor casi supremo. Es un "grito sagrado", según nuestro himno. Junto con el valor de la fraternidad y la igualdad, esa expresión fue una consigna fundamental de lo que en 1779 se dio a llamar la "Revolución Francesa".
Pero, sin embargo, se dice también que ese fue el primer genocidio de la modernidad. Asimismo, el "trabajo libera", decía el nazismo cuando los prisioneros llegaban a Auschwitz, donde sucedieron atrocidades inconcebibles como ya sabemos.
Lo cierto es que en nuestro tiempo se habla de libertad de expresión, de prensa, de sexualidad, de conciencia, de asociación, de tránsito...pero constatamos, a veces, de modo dramático, la existencia de multitudes de sutiles esclavos: o muy mal vestidos junto a roñosas acequias de aguas podridas en barrios pobres o muy bien ataviados en el laberinto de los rascacielos de las megápolis.
En torno a esto, algunas reflexiones: hace casi dos mil años el Profeta de Nazaret susurraba: "La verdad los hará libre". Es que, como decía Juan Pablo II, "la libertad y la verdad van juntas o ambas perecen miserablemente". Porque la libertad se destina a realizar lo que cada uno es de acuerdo con su verdad y su misión. Por ejemplo, el cirujano que se dice libre no deja una herida abierta luego de la operación argumentando que es libre de ir a tomar una cerveza en el boliche de la esquina. Porque precisamente es libre para realizar su verdad de médico.
¿Es acaso libre el sendero de un meteorito, pero con una libertad que se destina al choque y la destrucción pues carece de órbita? Y si no tiene una verdad llamada órbita que lo haga consistente ¿es capaz de convivir con otros astros con una especie de libertad que le prolongue la vida?
No falta quien en la charla de amigos diga como quien profetiza: "pero cada uno tiene su verdad", como si fuera imposible llegar a un mínimo de verdades ordenadas que nos permitan conocer certezas para convivir: En este punto recuerdo la bella expresión de Antonio Machado: "Tu verdad no, la Verdad; y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela". Es que la verdad se encuentra en el sendero comunitario.
(En el "sínodo" que quiere decir caminar juntos). Además, la libertad se da en el marco de una visión comunitaria de la existencia humana. No puedo ser yo libre si a mi lado existe una cárcel injusta de la que soy cómplice o indiferente. Tampoco se puede decir a la ligera que mi libertad termina donde empieza la del otros, pues ya sabemos que algunos tienen una tremenda habilidad para extender indefinidamente el campo de su libertad y dejarle apenas un lotecito a las multitudes. La libertad es una experiencia comunitaria o no es. La verdadera experiencia de la libertad se da en el campo de la fraternidad y la justicia o no es nada.
No puedo dejar de recordar pensamientos de Benedicto XVI: La libertad es una constante conquista, no se la posee para siempre. El papa emérito no es ingenuo, conoce la ambigüedad del corazón humano y su fragilidad para adherir al bien, a la verdad y a la belleza a causa de las distintas esclavitudes a las que se halla sometida la naturaleza humana. Sin embargo, desde Roma se nos dice que la libertad religiosa, en su dimensión individual y comunitaria, "es el fundamento de todas las demás libertades y promueve no hegemonías o privilegios, sino el bien para todos" (...) El martirio se convierte en "el símbolo extremo de la libertad de oponer el amor a la violencia y la paz al conflicto". Quizá el país de la libertad no esté tan lejos, pero todavía hay que seguir buscándolo y mucho.
Pbro. Jorge H. Leiva