Por Tuky Carboni
El poder de la empatía
Como todas las personas que lo conocieron, estoy sumamente dolida por la muerte de Federico Bogdan.
Su capacidad de hacedor lo llevó a concretar muchos emprendimientos que los gualeguayenses esperábamos desde hace mucho tiempo. Eso lo sabemos todos, y sería una redundancia enumerarlos; además, siempre se me olvidaría alguno.
Que me conmueva una pérdida personal, no es extraño para mi persona, pues siempre viví intensamente las muchas ausencias que llevo en mi haber y también las grandes alegrías que la Vida me regaló; pero, no son sólo mis vivencias las que me emocionan; lo que sucede en mi entorno, y hasta los sucesos lejanos de personas que nunca he visto personalmente, pero sí a través de los medios, me afectan de manera directa, porque sé que lo que le pasa a mi hermano, me está pasando a mí. Y no es una simulación para quedar bien esto que estoy afirmando; todas las personas que me conocen, saben que reacciono de esta manera; a veces, hasta parezco desubicada (bueno, un poco lo soy), cuando me llena de pesar el dolor ajeno o de alegría de otros seres humanos.
Por eso, no me avergüenzo de confesar que me llené de angustia cuando me avisaron que Federico había fallecido. Sin embargo, horas después, cuando presencié el recibimiento que le hicieron nuestros conciudadanos, sentí algo más poderoso todavía. Algo que no encuentro palabras para expresar. Si es posible vivir el dolor y la emoción de algo trascendente, no sé cómo decirlo; pero lo experimenté en mi corazón. Cuando una persona sensitiva siente que su cuerpo emocional vibra alternada entre el dolor y la alegría, las palabras se vuelven completamente inútiles. Poder comprobar que todos los integrantes de mi comunidad, sin distinción de franja etaria, de condición social, de parcelas políticas, de poder adquisitivo, se unían en el aplauso ante el coche que trasladaba el cuerpo de nuestro Intendente y las bocinas del cuerpo de Bomberos atronaban el aire de mi pueblo, comprendí; comprendí que Federico Bogdan había logrado algo que en mis 81 años de vida, nunca pude, hasta ahora, ver; a pesar de anhelarlo con toda la fuerza de mi esperanza. Amo entrañablemente mi pueblo, pero el amor nunca me ha cegado; lo amo tal como es: con sus luces y sus sombras, porque sé que, en este plano tridimensional, la perfección no es posible. Y siempre lo vi, a nuestros vecinos, desde mi infancia, divididos entre ricos y pobres, entre radicales y peronistas, entre profesionales y obreros, entre blancos, altos, rubios y de ojos claros y "negritos insignificantes", entre Macumba y Si-Si; entre izquierda y derecha, entre los calumniadores de la honra ajena y los que ejercían su defensa... La lista es larga, pero, de alguna mágica manera, Federico, desde posiciones más altas que la terrena, logró unirnos a todos en un solo y prolongado aplauso que nos calentó las manos y nos hizo latir al unísono. Un aplauso que, sin dudas, voló desde el aire mañanero de Gualeguay, hasta los oídos del alma de Federico Bogdan.
Gracias, Federico, por esta tan esperada unión del pueblo que amo tanto. Y a su esposa, hijos, hermanos, el abrazo apretado de amor y consuelo que se convirtió en ese aplauso interminable que ustedes, seguramente, guardarán en su corazón.
Tuky Carboni