Por Pbro. Jorge H Leiva
Elogio del dolor
Parece que en nuestro tiempo es una vergüenza ser frágil y se nos impone tener fuerzas casi infinitas para no demostrar las pequeñeces y las debilidades.
Y si estas aparecen, es necesario tomar analgésicos y -sin reformar nada de raíz- continuar con infinitas terapias de paliativos.
Es decir, se nos impone ser altamente competitivos para ser altamente consumidores. Y si esto no se da, hay que aparentar fortaleza con los paliativos. Lo paliativo -dice el diccionario- es lo que sirve para disimular o encubrir una cosa. Por eso, los paliativos no curan: sólo disimulan los males, sirven para atenuar o suavizar los efectos de una cosa negativa, como un dolor, un sufrimiento o un castigo.
En este tiempo, hablamos mucho de los "calmantes", que se han convertido en ¡un gran invento-descubrimiento! Pero ¿existen paliativos-calmantes-analgésicos para el corazón, para el fondo del alma? Es cierto que puedo vivir -quizá- toda la vida disimulando mi problema hepático con analgésicos. Pero ¿debo vivir toda la vida escondiendo los problemas de mi alma y del alma del pueblo o la civilización donde habito? Digámoslo con una imagen más popular, ¿puedo disimular para siempre la mugre que he ocultado debajo de la alfombra en un simulacro de limpieza? Parece ser que no.
Decía un famoso estudioso del siglo XX: "Aquello a lo que te resistes, persiste." Y también: "Lo que aceptas, te transforma; lo que niegas, te somete". Ahora bien, sólo el dolor me avisa que hay algo negativo en mi cuerpo o en mi alma. Pero en la actualidad vivimos en una sociedad que ha desarrollado una fobia al dolor, en la que ya no hay lugar para el sufrimiento. Hasta ciertos predicadores gritan el imperativo "¡Pare de sufrir!". Es decir que el imperativo actual "Sé feliz", que intenta evitar cualquier estado doloroso, nos empuja a un estado de anestesia permanente.
En este contexto no es casual cualquier género de adicción para no pensar, no decir y, por los tanto, no sanar para seguir consumiendo. Por otro lado, lo que no aceptamos y no enfrentamos en el alma pasa además a ser parte de una especie de aire que respira una ciudad, un pueblo, una civilización, pues lo que negamos y nos hace mal como comunidad está condicionando nuestra felicidad sin que nos demos cuenta.
Contrariamente, las sociedades premodernas tenían una relación muy íntima con el dolor y la muerte, que enfrentaban con dignidad y resignación: le cantaban, lo teatralizaban dramáticamente para que al recordarlo hubiera herramientas que permitieran ponerlo en palabras y enfrentarlo en la medida de lo posible.
Sin embargo, en la actualidad, la promesa de una posible y constante plena felicidad desbanca lo que el dolor desmiente. Sin despreciar la analgesia ¡Elogiemos el dolor! No por el dolor mismo, sino como mensaje de que algo no anda bien en mi subjetividad y en mi comunidad. ¡Dejemos que el dolor nos hable, aprendamos su lenguaje para luego elaborar repuestas que nos hagan discípulos, siempre aprendices!