Por Jorge Surraco Babino
En el mes del paso a la inmortalidad del Libertador El general San Martín, la cultura y la educación
Quien fuera nuestro gran colaborador Jorge Surraco Babino, “Caminador de utopías”, excelente investigador y documentalista que nos dejara físicamente hace unos años, nos legó un riquísimo material acerca del General don José de San Martín. En esta edición ofrecemos “El general San Martín, la cultura y la educación” que consideramos oportuno publicarlo en nuestras páginas como homenaje al Libertador en el mes de su desaparición física.
“Para abordar el tema del presente título, creemos apropiado preguntarnos ¿qué educación tenía el mismo San Martín, más allá de su formación militar? ¿Cuáles eran las lecturas que nutrían su pensamiento y su espíritu?
De su formación militar sabemos que ingresó a los 11 años de edad, en 1789, al regimiento de infantería de Murcia donde revistaba su padre y que en 1793 recibió los despachos de subteniente del mismo regimiento. Luego devienen las acciones militares en las que interviene hasta la decisión de regresar a América. Mucho más de su formación no se conoce hasta el momento, más allá de los imaginativos relatos sobre su infancia en Yapeyú, teniendo en cuenta que sus padres se trasladaron a España cuando el futuro Libertador tenía tan sólo seis años.
De sus lecturas se sabe algo más. Es notable como en esos tiempos sin comodidades en el trasporte, San Martín llevara consigo a Buenos Aires, luego a Mendoza, después a través de Los Andes a Chile y más tarde por mar hasta el Perú, una biblioteca considerable de 800 volúmenes, parte de los cuales (algunos datos hablan de 439 volúmenes y 77 láminas), servirá de base a la biblioteca creada y reglamentada por él en Lima (17 de septiembre de 1822). El examen del catálogo de dicha biblioteca (en lo referido a la donación de San Martín) permite conocer el ámbito de sus lecturas: cuatro quintas partes son libros franceses, pocos ingleses, el resto españoles; ante todo valiosas colecciones de enciclopedia general (Voltaire, Rousseau, Montesquieu) o de ciencias, oficios y artes (como ser viticultura, relojería, cría de ovejas), 80 volúmenes sobre temas militares; una docena sobre marinas; 250 de historia; 70 de geografía y viajes; 150 de literatura, con uno que otro Quevedo o Calderón, sin faltar Cicerón y Salustio; alguna matemática y pocas de filosofía y ciencias abstractas. [1]
De este listado puede inferirse que conocía el idioma francés y el inglés, por lo menos en cuanto a la lectura, aunque por otras anécdotas se desprende que los hablaba a ambos. También podía entender latín, griego e italiano. Conocía a los enciclopedistas franceses, de cuyos idearios estaba imbuido como todos los revolucionarios americanos y le preocupaba la formación de las personas en oficios, especialmente los relacionados con las tareas de labranza. En más de una oportunidad manifestó que una vez retirado de la vida militar, su deseo era trabajar en una chacra, cosa que hizo por muy poco tiempo en Mendoza, luego que delegara el mando del ejército a Bolívar.
Los volúmenes de contenido militar como los de historia, matemáticas, filosofía, geografía y viajes, son casi obvios en un profesional de la guerra que, además demostró ser un gran político, tanto en la conducción de su ejército como en el ejercicio del poder en Mendoza, Chile y Perú, e inclusive frente a Bolívar en Guayaquil. Lo que llama la atención es su interés por la literatura y las marinas, es decir en la pintura de escenas de mar. Indagando un poco más, se descubre que tenía una gran afición por el mar: "el mar fue siempre para San Martín un punto de seducción y vino a ejercer sobre él una influencia tal, que los primeros ensayos artísticos los consagró a las marinas. Sábese que además de ser un buen dibujante era un buen colorista y que solía decir que en caso de indigencia dibujando marinas podía ganarse la vida".[2] Otro aspecto poco conocido y menos difundido del Libertador. Se conoce poco también que durante casi un año, integró la plana mayor de una fragata española, la Santa Dorotea, con la que libró seis campañas hasta que fueran derrotados por un buque inglés. Su gusto por el mar no estaba solo en la pintura.
Pero la de Lima no fue la única biblioteca que fundó o ayudó a fundar. Contribuyó con 10.000 onzas de oro para la fundación de la biblioteca nacional de Santiago de Chile. Además, siendo gobernador de Cuyo, planeó el colegio de la Santísima Trinidad, en Mendoza y la biblioteca de esta última ciudad, a la que donó 700 libros, aparte de un sextante, un teodolito, un pantógrafo, un telescopio con pedestal, un nivel y un transportador.[3] Si estos datos son ciertos, la biblioteca del general San Martín superaba los 1.200 volúmenes sumando los donados a Lima. Lo que también puede apreciarse es que se iba despojando de sus bienes culturales en cada promoción de la cultura popular.
Pero no sólo regalaba libros, sino que también se preocupaba por la función editorial y la difusión de la imprenta. “Durante su estada en Córdoba en 1814, el Libertador intentó la promoción de la cultura histórica mediante la reedición de los Comentarios Reales de Garcilaso. Ocurrió que en una de las frecuentes reuniones que se celebraran por entonces, con la presencia de prestigiosas figuras de la tierra cordobesa, surgió en la conversación el recuerdo del inca Garcilaso de la Vega. Se pronunciaron palabras conceptuosas para el talentoso cronista cuzqueño cuya obra —aparecida en el siglo XVII— estaba prohibida por las autoridades españolas desde treinta años atrás. San Martín, entonces, tomó la iniciativa de reimprimir la secular obra, lo cual se acogió con muestras de entusiasmo. El doctor Miguel Calixto del Corro fue elegido para redactar un escrito que obtuviera suscripciones, las que se fijaron en tres pesos cada una. Colector y tesorero del proyecto fue el doctor José de Isasa, mientras que el doctor Bernardo de Bustamante quedó como revisor de la obra”.[4]
Varios documentos demostrarían que San Martín introdujo la imprenta en Cuyo antes del 20 de enero de 1817. El primer documento consta en un libro manuscrito que hace las funciones de copiador de la correspondencia del gobernador de la provincia de Cuyo don Toribio de Luzuriaga. Se trata de un oficio dirigido al creador del Ejército de los Andes en el momento en que éste partía hacia la cordillera y que decía lo siguiente: "los 5 sujetos de que se me trata V.E. empapel de hoy destinados al manejo de la imprenta, caminarán en poz del Exto. al tiempo que V.E. se sirbere prebenír". [5]
Un impreso fechado 27 días después del oficio anterior y que se encuentra en el Archivo Histórico de Mendoza dice: "Ciudadanos heroicos: gozad ya el fruto de vuestras virtudes y constancia. El enemigo en número de más de dos mil hombres fuertes, ha sido destrozado completamente en la Cuesta de Chacabuco...". [6]
En el citado copiador de Luzuriaga consta el siguiente oficio dirigido al vencedor de Chacabuco: “15 de marzo de 1817. Como don Manuel Cotízales y don Ramón Astorga destinados al manejo de la imprenta me representas en los graves perjuicios que se les seguían de su permanencia en esta capital les concedí audiencia para pasar a esa como lo insinué a V.E. oportunamente. Sin embargo irá la imprenta bien acondicionada en primera ocasión de que daré aviso a V.E.".[7] Parece que la imprenta acompañaba al Ejército de los Andes.
Siendo gobernador de Cuyo tuvo que intervenir en un asunto escolar promovido por un maestro, Francisco Javier Morales, considerado como el más destacado educador de la época. Se trataba de un pedido de abolición de la norma dictada por la Asamblea del año 13 que prohibía los castigos corporales. Hasta ese momento, el sistema disciplinario era el de la violencia como medio de convicción para la obediencia y buena conducta de los educandos. Lisa y llanamente se azotaba a los estudiantes que se mostraban remisos o rebeldes en el cumplimiento de las normas escolares. Esto abarcaba no sólo las indisciplinas sino también el acto de no estudiar e inclusive no entender. “La letra con sangre entra”, regía la actividad didáctica. El maestro aducía que desde la norma dictada por la Asamblea ya no podía ejercer su función pedagógica.
San Martín gira el pedido al Ayuntamiento en busca de asesoramiento, el que luego de una serie de consideraciones, directamente aconseja al gobernador que “permita la pena de azotes, pero con un coto racional.” San Martín dicta una resolución por ante el escribano de gobierno Cristóbal Barcala que dice lo siguiente: “Mendoza, noviembre 23 de 1815. Siendo el trasero una parte corporal y a los ojos modestos muy mal quista,[8] donde se pretende castigar, cuando no puede ser oída, ni puede ser vista, declaro que no ha lugar. Sólo se concede al suplicante dar doce azotes a lo sumo y en la palma de la mano, con el guante. Firmado: San Martín”. [9] Ironía, espíritu travieso, conocedor de los hombres y un adelantado respecto a los educadores de la época.
Quien deja otro testimonio de la preocupación del Libertador por la educación es Diego Thompson, misionero inglés evangélico y propagandista del sistema pedagógico de Lancaster. En julio de 1822, Thompson se entrevista con San Martín en Lima, Perú, para que lo introdujera en el medio y facilitara su labor. El educador cuenta cómo es recibido, apoyado y ayudado por San Martín que le abre todas las posibilidades presentándolo inclusive al Marqués de Trujillo, que era el Regente Supremo del gobierno de ese momento.[10]
Evidentemente, el general San Martín no pensaba solamente en la acción militar, sino con la educación lograr la autonomía de las naciones americanas, ("la ilustración universal, (es) más poderosa que nuestros ejércitos para sostener la independencia"). Se fundamentaba en la libertad y los derechos de todos los seres humanos más allá de su condición social. Decía: “La ignorancia es la columna más fuerte del despotismo". O también: "Mantener el pensamiento encadenado es impedir que el pueblo adquiera el conocimiento de su dignidad". Esto también puede verse en la forma de tratar a su tropa rasa y en el respeto con el que se dirigía a “nuestros paisanos, los indios.” Cuatro frases o máximas si se quiere, que bien pueden aportar las razones del odio en los no debates de nuestra actualidad política, pero que también explican los motivos de la persecución y difamación que sufrió el Libertador no sólo en el país, sino también en el exilio.
[1] De un artículo publicado en el diario La Prensa en 1942, por el Capitán de Fragata T. Callet Bois y reproducido por el suplemento del diario La Razón en 1978.
[2] De la biografía escrita por el historiador Pacífico Otero.
[3] Diario “El verdadero Amigo del País”, noviembre 16 de 1823, reproducido por el suplemento del diario La Razón sobre San Martín de febrero de 1978.
[4] Piñeiro, Armando Alonso, El Supremo Americano. reproducido por el suplemento del diario La Razón sobre San Martín de febrero de 1978.
[5] Suplemento del diario La Razón sobre San Martín de febrero de 1978.
[6] Idem ref. 5.
[7] Idem ref. 5
[8] Quista (to), de querer, sólo usado en locuciones: mal quista (to) y bien quista (to).
[9] Archivo Histórico de Mendoza, reproducido en la página 7 del diario La Razón del 25 de febrero de 1978.
[10] Varetto, Juan C., Diego Thompson, Apóstol de la Instrucción Pública, Buenos Aires, 1918. Reproducido por José Luis Busaniche en Estampas del Pasado I, Hyspamérica, Buenos Aires, 1986.
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