Razón Crítica por Julián Lazo Stegeman
La democracia en clave colectiva
En la década de 1980, sin siquiera imaginarse que en un futuro Argentina y el mundo iban a estar experimentando un contexto tan complejo de pandemia, el ex Presidente Raúl Alfonsín expresó que "con la democracia se come, se cura y se educa". Ahora bien, en estos momentos de crisis sanitaria y económica acarreadas por los avatares del COVID-19, ¿podemos sostener que con la democracia, también, se puede contener, resolver y superar un contexto pandémico?.
Sin lugar a dudas, el estilo democrático de administración estatal es el mejor complemento del régimen republicano. Asimismo, este último, sin ser perfecto, es la mejor forma de gobernar. La historia mundial así lo demuestra. En esta línea, lejos de intentar plasmar una reflexión que pudiese socavar los pilares fundamentales del orden democrático, la presente columna intenta indagar en cuáles serian aquellas facetas de la mencionada democracia que deberían ser reinterpretados y fortalecidos para que ésta pueda otorgar una respuesta concisa a la pandemia y no dañarse en el intento.
A mi entender, una de estas facetas que deben ser replanteadas, es la visión individualista que existe desde vastos sectores de la sociedad sobre la democracia. Es decir, aquella mirada que sobrevalora el bien individual por sobre el bienestar social y colectivo.
Es un hecho que el orden democrático en el cual vivimos consagra muchísimos derechos individuales. Sin embargo, ¿este entorno de pandemia no puede ser interpretado como una muestra cabal de la necesidad de combinar aquellos con una gama de derechos colectivos que todos deberíamos respetar? Lo cierto es que en nuestro país (al igual que en el mundo entero) se establecen una amplia variedad de normativas que se convierten en hábitos colectivos para el ordenamiento y bienestar social. Por ejemplo, las leyes de tránsito. Entonces, en este orden de las cosas, no sería descabellada la idea de comenzar a tomar decisiones que no sólo contemplen los derechos individuales sino, además, el bien colectivo y social. Y esta cuestión no le cabe únicamente a los estratos políticos, también debería repercutir en la sociedad civil. Pensemos por un segundo en nuestros hábitos y formas de actuar como individuos sociales en lo que va de la pandemia, ¿no sería apropiado limitar ciertas conductas y actividades personales para que otros sujetos puedan subsistir a esta crisis sanitaria y económica de la mejor manera posible?. Por ejemplo, disminuir las reuniones y aglomeraciones sociales de esparcimiento para cortar la circulación desde ese punto y permitir que los trabajadores puedan, valga la redundancia, trabajar sin complicaciones ni restricciones. Es decir, comportarnos en clave colectiva y solidaria para colaborar con un otro más necesitado y complicado en esta situación tan particular.
Claro está que en diversos aspectos la clase política no ha estado a la altura de las circunstancias. Y dada esta coyuntura parece fomentar una democracia en donde no se pueda comer, ni curar, ni educar. No obstante, la ciudadanía no puede caer en estos mismos errores. No podemos justificar determinadas acciones nuestras por los errores de los políticos. Una democracia colectiva, para no perderse en las barrancas del individualismo, debería ser construida por sus propios ciudadanos y ciudadanas. La solidaridad debería ser su piedra angular. Y el colectivismo debería ser una herramienta para poder sobrellevar y resolver este contexto pandémico sin que ello implique el avasallamiento de los derechos individuales. Por el contrario, tanto estos últimos como los derechos colectivos deberían complementarse.
El filósofo lituano, Emmanuel Lévinas, decía que el encuentro con el Otro provoca la responsabilidad, no el conflicto. El rostro del Otro es doblemente saludable en la medida en que libera al Yo de si mismo y en la medida en que lo desabriga de su complacencia y de su
soberbia. Asimismo, planteaba que entre la lucha y el idilio, entre la violencia del antagonismo y la paz de la efusión, hay lugar para otra forma de inquietud y otro modelo de encuentro: el Modelo Ético.
La democracia en clave colectiva es posible. O más aún, es necesaria. La solidaridad y la responsabilidad por el Otro deberían ser pilares fundamentales para la construcción del orden democrático. Nada, ni siquiera los errores de la clase política, debe ser útil como justificación para que el individualismo se establezca en la sociedad civil en este contexto tan complejo y cercene las posibilidades de un bienestar colectivo y social.