P. Jorge Leiva
Los Magos y las idolatrías
Desde niños hemos sido acompañados por la tierna imagen de los magos adorando al Niño Dios: los hemos llamado Melchor, Gaspar y Baltasar con nombres que nos regaló la Tradición de la Iglesia. Desde hace más de 50 años suena en este tiempo la canción de Ariel Ramírez y Félix Luna que dice: “Llegaron ya los reyes y eran tres/Melchor, Gaspar y el negro Baltazar/Arrope y miel le llevarán/Y un poncho blanco de alpaca real”
Preguntémonos hoy: ¿Qué puede significar la imagen de los magos adorando a un Niño en Belén para los hombres del siglo XXI?
Dijo el papa Francisco en 2020 meditando en torno a esta fiesta y al gesto de la adoración de los magos: “La adoración es un gesto de amor que cambia la vida. Es actuar como los Magos: es traer oro al Señor, para decirle que nada es más precioso que Él; es ofrecerle incienso, para decirle que sólo con Él puede elevarse nuestra vida; es presentarle mirra, con la que se ungían los cuerpos heridos y destrozados, para pedirle a Jesús que socorra a nuestro prójimo que está marginado y sufriendo, porque allí está Él”.
Los magos regalaron su oro, se liberaron de la adicción al dinero porque hallaron un tesoro más importante que el metal precioso. Ellos ofrecieron incienso pues el humo y el aroma que se eleva es un signo de nuestras almas siempre sedientas de lo que está más arriba porque sólo nos saciamos en Dios. Finalmente, nos recuerda el pontífice que los magos pusieron a los pies del Niño la mirra con que se unge la fragilidad de los cadáveres porque tenían la empatía de quienes pueden pensar y amar “al otro en cuanto otro”, sobre todo teniendo en cuenta su fragilidad siempre desafiante para quienes no han petrificado su corazón.
Por el contrario, Herodes mandó a matar a los niños de Belén, conforme a las profecías y como lo recordamos cada 28 de diciembre, ante la posibilidad de que surgiera una “competencia” a su efímero reinado. “En realidad – precisó el Pontífice al respecto – Herodes sólo se adoraba a sí mismo y, por lo tanto, quería deshacerse del Niño con mentiras”. El Papa se pregunta: “¿Qué nos enseña esto? Que el hombre, cuando no adora a Dios, está orientado a adorar su yo. E incluso la vida cristiana, sin adorar al Señor, puede convertirse en una forma educada de alabarse a uno mismo y el talento que se tiene. Es un riesgo grave: servirnos de Dios en lugar de servir a Dios”.
Al respecto permítanme citarles una vez más aquellas palabras del escritor ruso Dostoyevsky: «El hombre no puede vivir sin arrodillarse. Si rechaza a Dios, se arrodilla ante un ídolo. No hay ateos sino idólatras”. Ciertamente, nos viene bien recordar las palabras de L. Messi, nuestro futbolista preferido del momento: “No soy Dios, “ya era así de chiquito, no hice nada… Fue Dios quien me hizo jugar así, me dio ese don, obviamente”.
Si no tengo al verdadero Dios para ofrecerle “arrope y miel” (como decía don Félix Luna, pensando en la humilde gente de nuestro norte argentino) tendré “sexo, drogas y reggaeton” para ofrecerle a los fugaces ídolos de moda: los del poder, el placer y el tener desmedido.