Por Santiago Joaquín García
Manauta y las orillas
En tiempos marcados por la supremacía de los titiriteros, siempre es bueno recordar a aquel hombre que puso sus ojos en los lugares y las personas olvidadas.
Exacto. Juan José Manauta es otro de los que están en el Paseo de los Poetas. Un lugar que muy pocas personas frecuentan en nuestro pueblo, no sólo desde el punto de vista de la caminata, sino también intelectual. La frase está quemada, pero sigue siendo efectiva: si no sabemos de dónde venimos, difícil sepamos hacia dónde vamos.
Una orilla conocida
Mucho se ha escrito sobre su novela “Las tierras blancas”. Según el propio Manauta la obra refleja “el éxodo de los campesinos entrerrianos y el desarraigo de estos trabajadores de su tierra, corridos por el latifundio y la miseria”. Manauta toma un tema clásico como el eterno viaje de la Odisea, pero lo lleva a las orillas del anonimato y la miseria. Su Odiseo es un niño que anda changueando para ganarse el pan haciendo mandados, ayudando a un panadero, etcétera. Toda la historia se cuenta en un solo día, pero no cualquier día: un domingo de elecciones. Y acá otra vez los márgenes porque no se habla de porcentajes, ni campañas, ni de las grandes personalidades que dan nombre a nuestras calles. El padre de Odiseo vive del asistencialismo, de las migajas que reparten los malos funcionarios en tiempos de elecciones. Pero también hay quien se resiste a la mala política como Don Olegario: “Olegario recomendaba a los pobres de las tierras blancas que nos juntáramos para resistirle a los políticos coimeros, a los estancieros y a los ricos. Formaban parte de un partido de pobres o algo así, en el que los mismos pobres eran candidatos a gobernar”.
Manauta usa todo su oficio de poeta, su manejo musical de las palabras para denunciar una realidad injusta. Así se puede ver en este párrafo que podría haber sido escrito este mismo año:
“Y otra vez el hambre.
Otra vez el hambre, y es como decir: otra vez la mañana, el atardecer, el mediodía. Otra vez la primavera. Otra vez el hambre como si dijésemos: otra vez las nubes andan hacia el crepúsculo. El hambre, el hambre-día, el hambre –estación, el hambre-brisa-del-Sur que lleva las nubes hacia el horizonte”.
La editorial de la UNER y de la UNL han editado recientemente en conjunto una nueva versión de esta obra que incluye una bibliografía, un anexo con distintos textos críticos y el ensayo inédito de Manauta “Novela y cultura de masas”.
Una orilla lejana
“Miró todavía hacia el baldío, donde unos muchachos, a gritos, se disputaban una pelota, y sólo entonces reanudó su camino. Ahora iba por la acera de la “Calle Ancha”, hacia el Sur. Cuatro cuadras adelante, al llegar a uno de los límites del parque, el bulevar torcía hacia la derecha. De continuar hacia el Sur, caería de bruces en el río, y tendría que sumergirse junto al reflejo de unos sauces y al del cielo brillante y tenso del mediodía estival. Pero lo detenían el zanjón y unos viejos paraísos. Lo que continuaba hasta la orilla del agua era un callejón interminable colmado de latas y desperdicios del rancherío circundante”.
Ese extracto que compartimos forma parte del inicio de su primera novela “Los aventados” (1952). Como puede apreciarse, su interés está puesto en aquellos que viven más allá de los límites de la “Calle Ancha”, fuera de los bulevares. Los orilleros. Esos a los que se le niega hasta lo que es propio. “Ligeros para lo ajeno sus patrones, ¿no?”, se queja Teodoro, uno de los personajes de la historia. Si en ‘Las tierras blancas’, los protagonistas habían llegado desde Gualeguaychú, en este caso el éxodo se hace un poco más largo. Celia, otra de las protagonistas, se muda a Buenos Aires a probar mejor suerte, cansada de la miseria en Gualeguay. Sin embargo, la vida en los inquilinatos es durísima: “Todos dormían. Se escuchaban las respiraciones cual si varios fuelles soplaran con breves intermitencias. Oprimía y hacía penosa la tarea de respirar el aire viciado y cálido. Por las rendijas de la puerta se colaban filosos puñales de aire invernal como única ventilación”.
Demasiado rápido y con crudeza Celia se da cuenta que la vida en Buenos Aires es mucho más dura que lo que la pintan. Y así se lo hace saber a un copoblano por carta: “Lo único que puedo decirle es creo que Buenos Aires no vale la pena de hacer un sacrificio por venir. (…) Yo he visto que dos familias vivan en una sola pieza con hijos y todo. Mis amigos los Juárez son como ocho entre varones y mujeres y todos duermen en el mismo cuarto”.
Una orilla arriesgada
Antes de dejar esta novela quiero señalar un gran riesgo que toma Manauta con este texto. Celia es engañada por un porteño que la deja embarazada. Junto a otras mujeres del conventillo consigue un dato para hacerse un aborto. Son pobres y viven hacinadas. Por supuesto que el lugar al que acuden está en las orillas, esta vez de la provincia de Buenos Aires: “era en realidad un rancherío disperso, sin ningún orden urbano, mechado de callejuelas cubiertas de barro chapaleado y endurecido”. La práctica es muy cruenta, no da resultado, y Celia termina internada. Paulina, una de las que la acompañó a la curandera es interrogada por la policía en el hospital y pasa el día en la cárcel hasta que delata el lugar en el que se practicó el aborto clandestino.
Suele decirse que la novela de Sara Gallardo ‘Enero’ (1955) es de las primeras que se meten con este tema tabú. La obra de Manauta también lo hace y, a pesar de tratarse de un varón, logra ponerse en la piel de estas mujeres que no pueden cargar ni siquiera con ellas mismas. En su momento, “Los aventados” recibió críticas dispares, pero la edición se agotó. En una entrevista con Ángel Berlanga, Manauta contaba lo que muchas veces sufren los artistas de provincias con el mercado cultural:
“El editor se asombró –evocaba–. ‘¿Cómo? (me dijo) si yo lo he lanzado a usted. Me he arriesgado a publicar a un desconocido y todavía quiere que le pague.’ Era como si yo tuviera que pagarle a él por haberme ‘lanzado’. Sin embargo, él había ganado dinero con mi obra.”
Una orilla lingüística
En la misma entrevista que citamos arriba Manauta da cuenta del habla de las y los entrerrianos:
El lenguaje entrerriano tiene características particulares: es una especie de isla. Durante décadas no hubo túneles ni puentes, era difícil llegar (…) En ese sentido, Entre Ríos fue lingüísticamente autosuficiente durante muchos años (…) Yo creo que esa característica geográfica le impuso al entrerriano cierta autonomía, autosuficiencia cultural. Probablemente eso esté patentizado en mis textos: no es algo que yo haya querido evitar”.
Todo lo contrario. Manauta pega la oreja al habla del pueblo. Escucha con atención cómo se habla por estas tierras de las que, si bien se tuvo que alejar, nunca dejó de contar:
“Demicheli era un hombre grande y barbudo, solitario. La gente lo tenía por serio e ingenuo como una criatura. Un burro para el trabajo.
- Buenas noches a todos –vociferó desde la puerta.
- Buenas noches.
Demicheli percibió o confirmó el olor a guiso, cuya grasa ya chillaba en la olla.
- Hablando de Roma … -sentenció el viejo Andrés -, adelante, Demicheli, adelante.
Demicheli se incorporó a la rueda, recibió un mate de manos de Pancho y dijo:
- Con que me estaban cueriando, ¿no?
- Decía –le interrumpió el viejo – que cómo te las arreglarías allá en el rancho viejo, solo, con las luces malas.
- ¿Están contando cuentos? – preguntó Demicheli.
- Sí – dijo el viejo Andrés, riéndose con los demás -, el cuento de Demicheli con las luces malas del rancho viejo”.
Los diálogos en Manauta fluyen como en ese extracto del cuento “Junto al fogón”. Con naturalidad. Conocía la voz, pero también los quehaceres:
“El Tente se quedaba en el rancho tomando vino y haciendo fuego para su asado. De vuelta le entregábamos el pescado. El Tente abría las piezas, las destripaba, les arrancaba las entrañas y las dejaba al aire para que se orearan. Preparaba luego un gran picadillo con ajo, perejil, orégano y pimienta. La sal, aparte. A los bagres amarillos los cortaba en pedazos para freír y conservaba algunos para la carnada del surubí”.
Este personaje del cuento “El salvaje” poco difiere de algunos pescadores que todavía viven del río Gualeguay en forma artesanal. La extensión de la nota nos impide continuar compartiendo otros extractos. Esperamos haber cumplido con el objetivo. Despertar la curiosidad. En la biblioteca de nuestro pueblo nos están esperando estos tesoros que dicen más de nosotros que los falsos profetas que supimos conseguir.