Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo
Navidad en tiempos de crisis
En estos días los diálogos y comentarios se centran en la situación económica, los precios de los alimentos y los remedios, el valor del dólar... Un clima social enrarecido y con fantasmas que se levantan en el horizonte. En siete días será la Nochebuena, y nuestro ánimo puede estar tenso sin dar espacio a lo espiritual. Son muchos los riesgos de distraernos en cosas que hacen más ruido que el nacimiento de un Niño.
Si miramos más allá de nuestras fronteras, las guerras que traen muerte y destrucción son ruidos que quieren tapar el llanto del recién nacido. La debilidad de los migrantes forzados. La contaminación ambiental y el cambio climático no dejan de herir gravemente al maltratado Planeta.
¿La Navidad se opaca?
Sin embargo sabemos que aun en estas circunstancias difíciles ya está cerca el que viene a nuestro encuentro. No quiere ser visita ocasional sino hospedarse de modo permanente, habitar entre nosotros, mudarse a nuestro barrio. Está recorriendo las calles, jugando en las plazas o en los niños que se esconden de las bombas, haciendo las compras en el almacén, esperando el colectivo, trabajando en el taller o la huerta, buscando trabajo, amamantando su bebé, enfermo o preso… Un importante texto del Concilio Vaticano II dice que “el Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre…” (GS 22).
No lo vamos a encontrar en paraísos artificiales que enajenan, en el consumismo que harta. No será parte de las actitudes individualistas del sálvese quien pueda. No lo veremos entre los poderosos e influyentes. Se pasea entre los pobres, los enfermos, los últimos.
En los Templos, algunas de nuestras casas, vidrieras de comercios, hemos armado el pesebre. La cuna está preparada, pero puede quedar vacía. El Niño Dios no viene de prepo ni haciéndose lugar a los codazos. Él se ofrece. Lo que a veces se dice en algunas publicidades, en este caso es cierto: “si lo querés, lo tenés”. Solamente hace falta estirar los brazos para tomarlo y llevarlo junto a tu pecho.
Unos cuantos estudiosos dicen que estos años están signados por la angustia existencial, una vida cargada de sinsentido. Tenemos muchos instrumentos tecnológicos para comunicarnos, y sin embargo estamos más solos que nunca. Sabemos que la felicidad no consiste en poseer muchas cosas sino más bien unas pocas necesarias. Aun así, nuestra vida va por la búsqueda de otros logros. Varias poesías lo expresan bellamente. Seguramente recordarás la canción que dice “volver a ser de repente/ tan frágil como un segundo/ volver a sentir profundo/ como un niño frente a Dios…” (Violeta Parra). La niñez cronológica es una etapa que hemos dejado atrás con el transcurso del tiempo. Pero la Infancia espiritual es algo por alcanzar. Una búsqueda que no termina nunca.
La Navidad nos trae un mensaje de fraternidad, de paz. Pero mientras haya inequidad se impone la anomia denominada como “la ley del más fuerte” y se pisotea a los débiles. En Navidad Dios nace en fragilidad y se pone del lado de los postergados, de los que no cuentan.
Es significativo que Jesús nace y muere fuera de la ciudad. Se cumple lo dicho en el prólogo del Evangelio de San Juan “vino a los suyos, y los suyos no le recibieron" (Jn 1, 11).
Nace en una gruta como la que usan los pastores para guardar sus rebaños en las noches frías. Como escribió el Papa Francisco, “María es la que sabe transformar una cueva de animales en la casa de Jesús, con unos pobres pañales y una montaña de ternura” (EG 286). Jesús nace entre animales. Las representaciones que hacemos en los pesebres quieren manifestar a toda la creación en torno al Niño. Las estrellas, la cueva en la roca, el pasto, el agua, los animales, los pobres, los Ángeles.
Aquella cueva de animales en las periferias de Belén acogió a una familia excluida de otros sitios. Se transformó en lugar de ternura e inclusión.
En la Navidad celebramos el nacimiento de Jesús, Dios hecho hombre, ni más ni menos que la llegada de un bebé divino que nos abre a la esperanza de algo nuevo.
¡Bienvenido, Niño Dios!
En la mañana de ayer pudimos ser testigos con alegría de la beatificación del Cardenal Eduardo Francisco Pironio en la Basílica de Luján. Su legado es imposible sintetizarlo en pocas líneas. Con humildad puedo destacar su espiritualidad encarnada, acogiendo la opción preferencial por los pobres y el amor a la Virgen. Ante las incertidumbres que nos ponen al borde del abismo nos enseña a aferrarnos con confianza a la cruz del Señor. Sufrió calumnias y persecuciones dentro de la Iglesia y desde sectores del mundo. Dos de sus palabras preferidas: alegría y esperanza.