Pbro. Jorge H. Leiva
Navidad: relato y rito
Los seres humanos nos movemos con verdades abstractas como el bien, la verdad, la belleza, pero necesitamos que esos conceptos se concreticen: por ejemplo: si pienso en el color rosado, es probable que inmediatamente piense en una rosa; si pienso en la dulzura, quizá imagine el azúcar o la miel; si pienso en la blancura, me imagino el algodón o la nieve.
Del mismo modo, cuando recordamos el nacimiento de alguien hacemos el rito de la torta con velitas y cantamos “Que lo cumpla feliz”, es decir, le agregamos gestos simbólicos a ese día determinado y, de esta manera, se re afirma el vínculo. En Adviento y Navidad pensamos en el Niño Dios y junto a la idea de un Dios que se hace hombre ponemos estos signos: preparamos coronas de adviento, pesebres, árboles adornados con luces. Pero, además, realizamos ritos como cantar villancicos, preparar fiestas, hacer regalos y junto a esos ritos observamos tiempos especiales, como son la noche buena o la espera del año nuevo. Y, además, quienes han cultivado la “atención amorosa” de la que hablaba Juan de la Cruz realizan el rito central de ir a la “Misa del Gallo” del 24 de diciembre a la noche.
En nuestro tiempo, en que han desaparecido los “relatos”, se habla de “las fiestas” en abstracto. Muchos se angustian en estos días porque no saben qué celebrar, con quiénes, de qué manera. Esto sucede porque cuando los ritos pierden su contenido, su narración, generan angustia ya que se vuelven ritos vacíos que ya no representan nada, que no dan identidad y que no crean comunidad.
Desde hace unos años, por ejemplo, el “relato de la Navidad” pasó a ser monopolizado por un señor gordo vestido de rojo, icono de la propaganda de una bebida de color oscuro muy azucarada proveniente del “país del norte”: entonces aparecieron gorros rojos con pompón que no significan nada, pero que muchos usan y que adornan muchas vidrieras.
Ese personaje vacío de narración sólo sabe decir “jo, jo, jo”, pero no sabe dar mensajes que den sentido a la vida, el dolor de amar y la muerte. Desde hace unos años cientos de jóvenes peregrinan- por ejemplo- a lo que se ha llamado “misa ricotera”: en esa especie de ritual las multitudes saltan y bailan al ritmo de una banda de rock que canta canciones cuya letra casi nadie entiende: esos muchachos y esas chicas realizan un rito que casi no tiene narración, ni contenidos o intento de formulación de verdades.
Dicen los que saben que cuando los rituales comunitarios son verdaderos ayudan a que cada miembro de una comunidad recree constantemente la conciencia de su identidad, de su misión dentro del grupo y, por eso, son fuente de la unidad que supera el conflicto.
Celebrar de verdad, por los tanto, ayuda a reconocer la propia vocación y misión. En esta Navidad -por ejemplo- realizaremos el rito de la reunión familiar: ¿somos conscientes de que tiene como fundamento la Manifestación de Dios-Amor? ¿Nos hemos detenido a pensar en el sentido de lo que celebramos en este momento del año? ¿En nuestras familias cristianas, nos hemos dado cuenta de la importancia de la buena memoria de la fe para darle un “relato” a nuestros signos familiares y populares? Feliz Navidad.