Campeón del Mundo
Pablo Gálligo: la epopeya gualeya para gritar campeón en Qatar
Sabemos de memoria cada momento de los siete partidos del Mundial Qatar 2022. Hay películas y todo. En esta nota Pablo Gálligo nos cuenta cómo lo vivieron los hinchas en un país tan diferente. El choque entre la cultura musulmana y el aguante argentino.
Esta historia empieza hace más de nueve años. Argentina llega a la final del Mundial Brasil 2014 y una marea humana decide trasladarse a Río de Janeiro como sea. Pablo y su amigo partieron antes: “Viajé con un amigo en un autito. Fuimos a todo el Mundial, no teníamos una entrada, nada. Salimos con Luca, compañero de la escuela de Paraná, y ahí hicimos enseguida relación en el camino. En un parador en el que frenamos a comer había dos cordobeses que viven en Asunción y un formoseño que está en Clorinda. Iban los tres en un auto. Y ahí pasamos a ser cinco. Esos cinco no paramos más desde el 2014 hasta Qatar. Copas América, Olimpiadas, Mundiales. Se hizo un grupo de amigos. Todos fanáticos futboleros hicimos química”, explica. Rusia 2018 fue una prueba de fuego que ayudó a preparar lo de Qatar: “Fue mi primer viaje internacional, nunca había salido del continente. El idioma universal es el inglés. Algo muy por arriba aprendí a los golpes, pero de los chicos del grupo, Juan Carlos Zamora habla fluido inglés y era el que más nos salvaba. La llave para ir a comprar comida. Igual yo aprendí a usar mucho el traductor en el teléfono. Entonces, hablaba en la aplicación que tengo en el teléfono, en mi idioma, y le repite la voz en el idioma que yo pongo. Ruso, árabe, lo que sea. Es como tener a un tipo ahí al lado que te va traduciendo”, ejemplifica.
Maradona y Messi abren puertas
Los mundiales permiten conocer gente de muchos países: “Es algo increíble. Llegar a la fase de grupo mundial y ver que están todas las nacionalidades, treinta y seis países, ahora se amplía a cuarenta y dos creo. Eso es algo único”, indica. Y las diferencias de clase también se trasladan a las relaciones entre países centrales y tercermundistas: “Me sorprendió mucho la gente árabe y de África, o Marruecos. Gente por ahí un poco más sufrida. La amabilidad y la solidaridad, el buen trato que tenían. Por ahí los europeos y de otros lugares te miran más por arriba. Esos países árabes tienen un fanatismo hacia los argentinos, y en eso ayuda mucho lo de Maradona y Messi. El Diego era revolucionario y esos países son sufridos, así que son su bandera”, evoca.
La odisea terrestre
Una de las consignas del grupo es hacer viajes gasoleros. La llegada a Qatar no fue sencilla: “Fuimos en auto con Robert Ramírez, de acá de Gualeguay hasta Asunción. De Asunción juntamos a un par y nos fuimos en auto hasta Foz de Iguazú. Y de ahí recién empezamos en avión. Foz-San Pablo; de San Pablo a Londres; de Londres a Abu Dhabi. Y en Abu Dhabi dijimos, bueno, estamos a 550 kilómetros de Qatar. Nos tomamos un avioncito, debe estar barato y llegamos al toque. El avioncito de Abu Dhabi a Qatar salía lo mismo que nos había salido todo el viaje anterior con el que cruzamos el mundo”, grafica. Lo resolvió nuestra capacidad de rebusque: “Ahí apareció el intelecto argentino. Había una posibilidad de cruzar por tierra, atravesando Arabia Saudita. Salir de Abu Dhabi que es Emiratos Árabes, cruzar por Arabia Saudita, que son más o menos quinientos kilómetros, y de ahí recién llegar a Qatar. El tema es que Arabia Saudita es muy estricto con el tema del ingreso al país. Un taxi nos dejó en la frontera, estuvimos ocho horas hablando en migraciones para que nos dejen entrar, y del otro lado otro taxista que nos esperaba”. La geografía es tal como la cuentan: “No puedo creer lo que ha hecho esta gente con esas construcciones, porque es la nada misma. Vos vas por la ruta de Arabia Saudita a Qatar y es arena y piedra. No hay un árbol, es el desierto”, grafica. Un tema no menor es que ellos pasaron por allí después de que Argentina haya perdido el primer partido justo con Arabia Saudita: “La gastada que nos pegaban. Nos veían porque nosotros íbamos con la camiseta. Íbamos a comprar algún shawarma que es tipo un taco que comen muy picante. Así que nosotros les pedíamos sin especies. Los primeros que comimos los repetíamos y parecíamos unos dragones”, sonríe. La precariedad se sentía de los baños y la falta de agua se sentía en la higiene: “Mucho olor a transpiración. Todos con la túnica y el coso en la cabeza. Al que nos lleva en la camioneta ahí por toda Arabia, de tanto olor a chivo le pusimos cebollín. No se aguantaba y yo iba atrás. Le hice bajar las alas varias veces y él se dio cuenta y se reía”, recuerda. El clima es un factor determinante: “Fuimos en pleno invierno y como mínimo eran 30 grados a la noche. Ahí en verano hay 50 grados por debajo de las patas. No sé cómo hacen, pero viven”.
Doha: el contraste
Qatar es un país que tiene forma de península de cara al Golfo Pérsico. Luego de atravesar la austeridad y precariedad de los pueblos árabes, emergió otra cosa: “Íbamos medio paralelo al mar, pero sin ciudades. Nada. Hasta que aparece como un oasis ahí, en medio de la nada, y había un súper hotel, un parque acuático, estaciones de servicio, comedores, todo así”, explica y sigue: Doha es monumental, debe tener un millón de habitantes. Una ciudad grande y todo moderno. La verdad es que tiene mucho atractivo en cuanto a edificios, hoteles, sectores náuticos”, cuenta. Todo se construye sobre la base de trabajadores: “La mano de obra barata era de la mayoría de países de ahí cerca. Muchos de la India, de Pakistán, de Omán”, enumera. La propia Doha tiene un contraste: “Muchos edificios tipo yanquis, todos vidriados, de cadenas internacionales de hoteles y oficinas financieras, con todo el movimiento ahí por el tema del petróleo. Pero también está el centro histórico. Ahí están las edificaciones tradicionales, de construcción árabe. Los revoques así mediterráneos, mucha madera. Lo conservan a propósito. Y es lo que más me gustó a mí, porque para ir a ver el edificio vidriado voy acá”, cuenta.
Un poco de cultura
El centro histórico es una gran feria: “Venden lo que vos te imaginés, porque son muy mercantiles y tienen ese regateo del árabe o del turco y demás. Unas artesanías increíbles. Orfebres, hojalateros, gente del tejido, muchos artesanos, muy buenos. Las lámparas que fabrican, tipo vitró, con distintos vidrios de colores. Son una belleza. Y cualquier cosita que íbamos a comprar te pedían cien ponele, y se lo sacabas a diez. Compramos cositas así para traer souvenires, imanes, camellitos. Te arrancaban pidiendo cien y nosotros que somos argentinos no es tan fácil sacarnos así nomás. Capaz que iba el mexicano el brasilero y pagaba a ojos cerrados. Y nosotros, le decíamos: ‘por cien dame cuatro imanes. No, qué cuatro imanes. Cien cada uno. Terminamos sacándoles seis imanes por cien y los tipos chochos, imagináte lo que les ganaban”, se ríe. El tema del velo también llama la atención: “Según cómo estaban, se le veían los ojos solamente o podían tener la cara descubierta. Y de negro, las mujeres de negro. Mucho maquillaje, brillos. Más allá de esa restricción de las mujeres, que no estoy para nada de acuerdo, tampoco era lo que pintaban, como que eran esclavizadas. Salían en grupos de mujeres a cenar, a tomar algo. Iban con sus atuendos, pero salían. Lo que sí se castiga es la infidelidad. Uno no está de acuerdo con eso, pero quiero marcar que no es como nos decían los medios”, explica.
La argentinidad
Las condiciones para entrar a Qatar eran tener una visa y una entrada para el Mundial. El transporte público (colectivos y subtes que unían todos los estadios) era gratuito durante el Mundial. El resto fue todo ingenio: “Nosotros conseguimos en un lugar alejado de Doha que se llama Barwa, a una hora de colectivo del centro de Doha. Le metimos la cultura nuestra, se lo copamos. Era un lugar para treinta mil personas, con manzanas completas de edificios de tres pisos, tipo monobloc. Eran habitaciones en suite, para dos personas con todo, pero muy chiquitas. Obviamente los argentinos metían seis por habitación si se podía”, indica. Enseguida nuestras costumbres se trasladaron allá: “Cada tanto había una manzana vacía, como un pulmón. Se avisaba por WhatsApp y se hacía la previa ahí. Se sacaban las rejillas de la heladera para usarlas de parrilla y la tabla de planchar era la mesa. La gente no entendía nada, nos venían a ver desde todas partes. Parecía estar en Rosario o Avellaneda, en un lugar futbolero. Primero hacíamos hamburguesas, y en un momento pasaron el dato que en un Carrefour del centro había asado de Australia o Nueva Zelanda. Al principio, no se podía tomar alcohol, pero de alguna manera metieron fernet en el avión, y sólo había que comprar la coca. Un día fue un jeque impactado y nos invitó a comer a la casa en Rajat. Era la última estación del metro, del otro lado de donde estábamos nosotros. Como tres horas de viaje. El tipo dijo, bueno, irán cientos, les preparo algo ahí en mi casa. Armó como una carpa gigante y hacían comidas tradicionales árabes. Panqueques, tacos. Éramos por lo menos cinco mil. Cuando vio la fila de los argentinos que fueron a comer de garrón se agarraba la cabeza. No entendía nada. Se sacaba fotos con todos, con los tatuajes de Messi. Estaban enloquecidos con los argentinos”, recuerda. Así como los jeques colaboraron con los argentinos, los nuestros fueron solidarios con los trabajadores: “Se hizo una relación con los que laburaban ahí, que no eran qataríes, más bien indios. Venían y se copaban. Gente humilde, laburadora, y los invitábamos a comer. Los vagos se acercaban a la noche, fuera del horario del laburo, y se enloquecían con el tema de la música y cuando se armaba bailongo. Se armó un ambiente muy bueno en ese barrio que hoy se llama argentino”.
Perlas finales
Otra de las cosas que nos definen son los banderazos antes de cada partido: “Íbamos al centro diez mil argentinos con banderas, bombos, tapizábamos todo. Una cuadra entera la convertíamos en la Bombonera. ‘Muchachos’ sonaba todo el tiempo, y era cantar trompeta, saltar. Y ellos se enloquecían, se subían arriba de los techos para grabar”, recuerda. Incluso en el transporte público: “El metro que era todo lujo, polarizado, unas puertas automáticas, cuando viajaba la hinchada se movía. Te quedabas quieto y saltabas por la amortiguación. Se me pone le piel de gallina de recordarlo”. Dejamos de lado los resultados de los partidos y todo lo obvio. Después de salir campeones tuvieron un bonus track: “Estuvimos horas adentro del estadio, entre la premiación y los festejos, hasta que la seguridad nos pidió que nos vayamos. Caminamos por una especie de peatonal que estaba regada de fuegos artificiales, en el centro, y de repente aparece el micro descapotable de la selección. Una seguridad tremenda, no nos pudimos acercar, pero los tuvimos a los jugadores a dos metros de distancia con la copa”, recuerda. El viaje de vuelta les regaló la última satisfacción: “Al hacer el recorrido inverso, desde Abu Dhabi por casualidad volamos a París, porque el paquete era así. Estuvimos un día entero en París y una noche. Los franceses estaban muertos, así que fuimos a todos lados con la camiseta argentina. La Torre Eiffel, el Arco del Triunfo, Roland Garros. A todos lados con nuestra bandera”, cierra.
Le pedimos unas palabras finales: “Todos se dieron cuenta en el mundo, si quedaba alguna duda, que el país más futbolero del mundo, por lejos, somos nosotros. Después podemos ganar una, dos, tres copas, pero como fanáticos de fútbol no hay ninguna comparación”.