Por Pbro. Jorge H. Leiva
Pascua, trabajo y catecismo
Quien trabaja con dignidad y amor pone en movimiento la eficacia de la Pascua. Este día 1ª de mayo se celebra el día del trabajador: los católicos recordamos a San José como obrero de Nazaret junto a su Hijo.
Dice el catecismo que el trabajo humano procede directamente de personas creadas a imagen de Dios y llamadas a prolongar, unidas y para mutuo beneficio, la obra de la creación dominando la tierra. El trabajo es, por tanto, un deber: “Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma” decía San Pablo.
El trabajo honra los dones del Creador y los talentos recibidos. Puede ser también redentor. Soportando el peso del trabajo (cf Gn 3), en unión con Jesús, el carpintero de Nazaret y el crucificado del Calvario, el hombre colabora en cierta manera con el Hijo de Dios en su obra redentora. Se muestra como discípulo de Cristo llevando la Cruz cada día, en la actividad que está llamado a realizar. El trabajo puede ser un medio de santificación y de animación de las realidades terrenas en el espíritu de Cristo.
En el trabajo, la persona ejerce y aplica una parte de las capacidades inscritas en su naturaleza y su valor primordial pertenece al hombre mismo, que es su autor y su destinatario.
El trabajo es para el hombre y no el hombre para el trabajo: por eso el hombre necesita del domingo. Cada cual debe poder sacar del trabajo los medios para sustentar su vida y la de los suyos, y para prestar servicio a la comunidad humana. Cada uno tiene el derecho de iniciativa económica, y podrá usar legítimamente de sus talentos para contribuir a una abundancia provechosa para todos y para recoger los justos frutos de sus esfuerzos. Deberá ajustarse a las reglamentaciones dictadas por las autoridades legítimas con miras al bien común.
La vida económica se ve afectada por intereses diversos, con frecuencia opuestos entre sí. Será preciso-por lo tanto- esforzarse para reducir estos últimos mediante la negociación, que respete los derechos y los deberes de cada parte: los responsables de las empresas, los representantes de los trabajadores, por ejemplo, de las organizaciones sindicales y, en caso necesario, los poderes públicos. ¿Tiene en esto una tarea el estado?
“La actividad [...] económica, en particular la economía de mercado, no puede desenvolverse en medio de un vacío institucional, jurídico y político. Por el contrario, supone una seguridad que garantiza la libertad individual y la propiedad, además de un sistema monetario estable y servicios públicos eficientes. La primera incumbencia del Estado es, pues, la de garantizar esa seguridad, de manera que quien trabaja y produce pueda gozar de los frutos de su trabajo y, por tanto, se sienta estimulado a realizarlo eficiente y honestamente [...] Además debe vigilar y encauzar el ejercicio de los derechos humanos en el sector económico unido a la responsabilidad de cada persona y de los diversos grupos y asociaciones en que se articula la sociedad”.
A los responsables de las empresas han de considerar el bien de las personas y no solamente el aumento de las ganancias. Sin embargo, éstas son necesarias; permiten realizar las inversiones que aseguran el porvenir de las empresas, y garantizan los puestos de trabajo.
El acceso al trabajo y a la profesión debe estar abierto a todos sin discriminación injusta, a hombres y mujeres, sanos y disminuidos, autóctonos e inmigrados. El salario justo es el fruto legítimo del trabajo. Negarlo o retenerlo puede constituir una grave injusticia como dice la Biblia. Las nuevas generaciones deben capacitarse para ofrecer trabajos competentes. Recemos por los trabajadores.