Cultura
Pensamiento de Alfredo Veiravé sobre el oficio de escribir
Esta es una nota a propósito de ‘Las tácticas de la ensoñación. Cómo trabaja un poeta’ de Alfredo Veiravé. Dicho libro editado por la Universidad Nacional del Nordeste recupera entrevistas y textos del poeta gualeyo/chaqueño que nos permiten acercarnos a su forma de entender la literatura. Por Santiago Joaquín García
Alfredo Veiravé nació en Gualeguay el 29 de marzo de 1928 y en 1957 se radicó en Resistencia (Chaco) donde falleció el 22 de noviembre de 1991. Fue poeta, ensayista, crítico literario y docente en la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional del Nordeste. Publicó once libros (‘El alba, el río y tu presencia’ en 1951 fue el primero; ‘Laboratorio central’ en 1991 el último). Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Leopoldo Lugones; el Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina de Poesía; Premio Iniciación de la SADE (1952); Faja de honor de la SADE; fue miembro desde 1986 hasta su muerte de la Academia Argentina de Letras. También escribió en fascículos, manuales y en los principales medios de comunicación del país.
Vueltas y diálogos con Entre Ríos y entrerrianos
La obra mencionada tiene tres partes: sobre el oficio, sobre la poesía y los apuntes autobiográficos y estudios críticos. En esta nota, por razones de espacio, coyunturales y de incentivo para su posterior lectura, nos centraremos en la primera. Comencemos con sus ideas respecto a la relación entre el Interior y Buenos Aires para el oficio y los temas:
Decía Veiravé: “soy un provinciano absoluto con búsquedas y convicciones universales (…) El poeta provinciano, por su mismo contacto vital con las fuerzas naturales, adquiere un sentido más hondo de la ternura humana y de la vinculación íntima entre el hombre y su medio (…) La poesía se nutre de la infancia decía Rilke, y nuestra infancia provinciana tiene ecos propios, a veces sobrenaturales, mágicos, y que dan una estructura particular al tono y a la voz de sus poetas. (…) El provinciano tiene, por su relación inmediata con el paisaje, una sensibilidad especial, distinta, no solo del hombre, sino del país”.
Veamos ahora qué dice sobre Entre Ríos, aun a la distancia:
“Salí de Gualeguay en 1954 y me fui a vivir unos años a Buenos Aires. En diciembre de 1958 vine al Chaco y aquí estoy. Periódicamente hago mi peregrinación a las fuentes. Trato de pasar el mayor tiempo posible de mis vacaciones en Gualeguay. Regreso luego con las memorias, el corazón y los sueños pobladísimos de mis gentes, mis calles y río”.
Le preguntaron ¿Como escritor usted cree que en Entre Ríos también se cumple la sentencia de que nadie es profeta en su tierra? A lo que contestó:
“No podría decirlo ahora que falto de allá. Cuando viví en Gualeguay, en mi adolescencia y juventud, y cada vez que regreso a mi pueblo sólo recibo afectos y siempre los diarios locales, El Pregón y El Debate, se han hecho eco generosamente de todas las actividades que he realizado afuera. En Gualeguay creo que existe una tradición literaria ejemplar que influye en la labor de sus hijos. No diría que en Entre Ríos nadie es profeta”.
Observemos ahora la relación de padrinazgo que tuvieron con él los grandes poetas de Gualeguay:
“Los escritores, como todos los entrerrianos, somos muy constantes en nuestra nostalgia. Cada vez que podemos nos encontramos (…) en Entre Ríos, por ejemplo, existe una gran fraternidad entre todos sus poetas, que constituyen una hermosa familia. Esa actitud prepara el terreno para el advenimiento de los más jóvenes. Y al mismo tiempo va creando una tradición lírica, que se alimenta del contacto inmediato del hombre y del paisaje argentino. Recuerdo que cuando empecé a publicar mis primeros poemas, tuve desde el primer momento el apoyo y el consejo paternal de los poetas mayores. Juan L. Ortiz, Carlos Mastronardi, etc. Y esta actitud existe, creo, en todas las provincias del Interior. (…) Hay maestros que elegí sin saberlo, que estaban en los libros y en la vida, por ejemplo, Juan L. Ortiz, Carlos Mastronardi y Amaro Villanueva, quienes me brindaron a manos llenas sus experiencias literarias, considerándome desde que era inédito otro poeta de Gualeguay. Jamás me expresaron su opinión sobre lo mío, pero yo sentía que ellos me apoyaban con sus enseñanzas” (…)
Escritores de provincias
En una de las entrevistas le preguntaron por las ventajas y desventajas de vivir en el interior, lejos de Buenos Aires. Su respuesta traza un puente con la actualidad:
“Creo que no hay que sentarse a esperar que lleguen las carabelas de Colón y nos descubran. Ni que dejar las grandes ciudades pueda ser una ventaja. En realidad, los que optamos por vivir en el Interior, elegimos un destino que es una respuesta definitiva. Melquíades, en ‘Cien años de soledad’, profetizaba que iba a llegar un día en el cual se podría ver lo que ocurre en cualquier lugar de la Tierra sin moverse de su casa. Los medios de información visuales, orales y escritos hoy constituyen un lugar común para todos. Personalmente, no cambiaría ese afecto inmediato y extraordinariamente cordial que se siente en ciudades hechas todavía a escala humana, ni el mundo real o apócrifo, natural o mágico, esas fuentes de relaciones de simpatía no competitivas, o la soledad y el tiempo, que se otorgan como un privilegio cotidiano a quienes viven en las provincias. Además, hoy los viajes permiten contemplar desde Nueva York o México, desde París o Firenze, desde Londres o Washington, a nuestra propia casa como una parte del universo. Lo único importante es que ella esté donde debe estar y no en otro lugar”.
Le preguntan si los problemas sociales y económicos que enfrentan las provincias inciden negativamente en el desenvolvimiento cultural. Su respuesta tira otros guiños con el presente:
“Esos problemas han ofrecido en toda Latinoamérica un verdadero festín de razones, como dice Vargas Llosa, para hacer de nuestros hombres de cultura y los escritores representativos, seres insumisos y descontentos de la realidad. Esa alienación económica, esas agresiones sociales, han sido siempre el incentivo para quienes sienten que algo debe cambiar. No diría de ninguna manera que inciden positivamente, pero sí que sirven como generadores de un descontento fecundo y renovador”.
Veiravé se cuida de las máximas evangelizadoras: “En el fondo, el poeta es un hombre que está solo con su poesía, y muchos encuentran esa soledad en las grandes ciudades, lo cual me parece bien. Personalmente creí que es una ventaja vivir en el Interior, pero esto no me permite legislar sobre el destino de los demás”.
¿Qué es la poesía?
Partimos de la pregunta ¿cómo definirías a la poesía? y encadenamos una serie de respuestas suyas en diferentes entrevistas:
“Creo que la poesía es un sentimiento contemplado a través de la inteligencia. Una aventura del lenguaje frente a todo riesgo. Un estado de tensión increíblemente extraño porque está más allá de toda lucidez. Un sistema incompleto, una especie de vuelo que a veces fluye y otras veces se nos niega en una zona de tormentas (…)
descubrí que también mi casa era una parte del universo, y terminé de comprender que la poesía es riesgo y no comodidad; que la poesía es intermitente como puntos luminosos que se encienden y se apagan; que la poesía es una hermosa aventura de todos los lenguajes posibles y al mismo tiempo continuidad del ser (…)
Un libro de poemas es o debe ser un collar de perlas donde lo más importante es el hilo que no se ve. Quizá eso sea lo que se llama cosmovisión, la cual se forma fragmentariamente, como en un collage imprevisible que tiene sus leyes físicas a través de los años (…) Lo que más me atrae ahora en cualquier poeta es la clarividencia de un sistema, antes que los poemas sueltos (…) El poeta es un antropófago, un simulador de ideas que luego resultan ciertas, un gran viento que pasa sobre jardines ajenos y por lo tanto sus influencias son infinitas. Lo difícil es mantenerse sereno en el centro de uno mismo para no distraerse y plagiar o imitar sin advertirlo (…) Me di cuenta que para vivir en plenitud a la poesía hay que arriesgarse en ella sin cuidarse del llamado prestigio literario, y que la poesía es una pasión amorosa que contagia el lenguaje de felicidades profundas”.
Oficio comprometido
Cerramos esta nota contestando otra pregunta con varias respuestas ¿Es necesario que el creador, un poeta en particular, asuma un compromiso con su época?
“No diría que es necesario. Simplemente aseguraría que ese compromiso es inevitable. Desde Homero a Rimbaud, el poeta ha sido siempre un exponente dinámico y una suma energética de su tiempo. El creador, inmerso en la historia, refleja su visión del mundo en su obra, quiéralo o no (…) Los escritores y los artistas más representativos de una época son aquellos que aportan una visión de mundo coherente con la conciencia colectiva de un país, con sus logros o frustraciones (…)
Creo que vivimos horas difíciles, pero saludablemente definitorias. Los escritores de América ya saben cuáles son los enemigos del pueblo. Y esto es muy importante (…)
Los mecanismos de la producción se ponen en marcha por razones personales de disconformidad o de conformidad, que son al mismo tiempo razones colectivas de una cultura nacional o de sectores. En este sentido entiendo aquella frase de Martínez Estrada: ‘Todo optimismo es culpable’.
Radar en la Tormenta (Alfredo Veiravé)
Y a veces, no siempre, guiado por el radar,
el poema aterriza en la pista, a ciegas,
(entre relámpagos)
carretea bajo la lluvia, y al detener sus turbinas, descienden
de él, pasajeros aliviados de la muerte: las palabras