Corso 2024
Queremos tanto al Corso
Se fue la última y lo hizo a lo grande. Una lloradita y a seguir. Momento de balances, corregir errores y reforzar las virtudes. Faltan 312 días para la próxima noche. por Santiago Joaquín García
No fue por maldad eso de la fecha. Conozco, he visto personas que ya cuentan los días como los presos. Respiran carnaval durante unos largos meses. Desde que suenan los primeros tambores, desde las primeras noches haciendo carrozas en la estación, desde las primeras enhebradas de aguja, hasta la catarsis de la última noche. Porque hay algo de catarsis en ese ritual. El carnaval puede sacar afuera cosas que teníamos atragantadas, y funcionar como un “sacacorchos emocional”, si se me permite el grotesco. Pero también tenemos la presencia del Dios Griego Momo, tenemos la burla, la ironía, el sarcasmo. La risa y el llanto concentradas. Personas que dejan la piel durante meses, sólo para que otras personas se diviertan.
Crónica de la última noche
Se percibía un aire diferente. Hay cosas que no se pueden explicar desde la razón. Y si algo hace el Corso, por su propia condición cultural, es liberarnos de ciertas obligaciones formales que nos acompañan durante todo el año. Un ejemplo, el tema de la ropa. Uno que va como simple espectador, no va con la misma ropa con la que se arrastra desde la cocina hasta el almacén. Más allá de las diferencias económicas (que se suavizan, aunque no desaparecen durante el carnaval), tratamos de llevar algo distinto al Corso. Sin importar el género ni la edad, hay cierta precaución por aportar un toque particular. Y digo que se percibía un aire diferente, porque en el caso de este cronista, que fue caminando desde su casa hasta el Corsódromo, la gente llegaba con el ánimo bien arriba. Quién puede desperdiciar una oportunidad para celebrar, en un mundo en el que nos dicen que hay que sufrir mucho para llegar a una felicidad futura que nadie puede vislumbrar.
Las típicas reuniones en torno a la Estación, esperando a alguna amiga o amigo que se demoró en los preparativos; o buscando a esa persona que tiene unas entradas para vender. La llegada en familia, la llegada con amigos, la llegada en pareja. Y como en cualquier celebración popular, cuando sabemos que todos vamos para el mismo lugar, con el mismo objetivo, las miradas ya son cómplices desde antes de empezar.
El desfile de quienes protagonizan
¿Qué decir que no se haya dicho sobre las, les, lxs, y los integrantes de las Comparsas? Citamos hace un tiempo en estas páginas que la música es el alma de los pueblos. De la misma forma, quienes integran Samba Verá, SI-SI, K’rumbay, Grandiosas y las comparsas infantiles y barriales, son el alma del Carnaval. ¿Acaso se relajaron porque no había competencia? ¿Acaso pusieron menos corazón porque no hay suficiente plata para la cultura? Usted ya sabe la respuesta. Esa gente está loca. En un mundo en el que nos enseñan que todo se hace por plata, en el que el Mercado es una inteligencia artificial que todo lo regula, tenemos centenares de personas que le regalan su tiempo, su energía, su amor, su arte, su profesión, al pueblo. A su pueblo, sin importar si nacieron acá o vienen por amor al Corso. Decenas de chicos que cada fin de semana vuelven del lugar en el que están estudiando para desfilar o para alentar a sus seres queridos. Tenemos que cuidar a esa comunidad de gente loca (cariñosamente: lo aclaro porque vivimos en la época en la que se explican los chistes). Saber en qué se puede ayudar a que estén más cómodos, a que puedan hacer un trabajo cada año más profesional, de qué manera seguir manteniendo encendida la llama votiva durante los meses sin carnaval. Para esta gente sólo existen dos estaciones: Carnaval y Esperando el Carnaval. Tenemos que colaborar para que nuestro cambio climático sea que la segunda sea cada vez más corta.
La famosa retroalimentación
Uno de los primeros descubrimientos de la ciencia de la comunicación es que todo emisor es también receptor y todo receptor es también emisor. Todo el tiempo. Eso se llama retroalimentación. Eso es lo que hace en forma alevosa el público en el Corso de Gualeguay. En la mayoría de las culturas del mundo que celebran el Carnaval la gente cumple algún papel. Es una fiesta popular por definición. Pero público como el de Gualeguay, difícil, aunque pequemos de localistas. Después de todo, es el diario local. Si no nos queremos nosotros, quién nos va a querer. El espectador también está loco. Por empezar, los más chicos que uno no sabe si van a una guerra, o si están en la colonia de vacaciones. Unos copos de nieve (y eso que cuesta y mucho comprar un pomo). Cada vuelta cerca del grupo familiar se da el parte de guerra: “Me mataron”, le dice uno a la mamá. Y después tenemos a las personas mayores. No hay edad para divertirse. Eso es cosa sabida. Se puede bailar con un hijo durmiendo al hombro. Se puede bailar con uno o dos o más vasos de fernet en las manos. A propósito, dicha bebida en determinado momento de la noche se terminó en la tribuna en la que estaba este cronista. ¿Qué hicieron los que tomaban fernet? Se pasaron a la cerveza. Todo tiene solución en el Corso, menos el aburrimiento. Aplauso de pie para las personas que trabajan en el Corso. Tanto para los clubes, como para las comparsas, asociaciones y para los emprendedores privados. Siempre cordiales, honrando al pueblo.
Lo que no vamos a extrañar
Breve comentario. No vamos a extrañar a las personas que faltan el respeto. A quienes se burlan, agreden, a quienes transmiten sus frustraciones a las personas que hacen grande esta fiesta. Sepan que, vistos desde afuera, dan mucha vergüenza ajena. Este cronista no va a extrañar los chismes. Nunca me importó ser minoría. Los cambios de fondo no se logran a través de estados de WhatsApp, ni historias de Instagram, ni cuchicheos. Las críticas constructivas deben canalizarse por los ámbitos que corresponden. Y los organizadores tienen que abrir esos canales. Si queremos un evento cada vez más profesional, debemos encontrar una manera profesional de resolver los conflictos. No vamos a extrañar a los vivos que se quieren salvar estafando a alguien. Ningún turista estafado vuelve a visitar el lugar en el que pasó el mal trago.
Valorar lo nuestro
La verdad que la sensación que sintió este cronista respecto al Carnaval en la última noche fue de mucho orgullo. No interesan las comparaciones, y menos si son para denostar. Lo que sí sirve es imitar lo bueno que se pueda aprender de otras latitudes. Pero tenemos que cuidar nuestra fiesta y ponerla en valor. Existen carnavales en todo el mundo, que se desarrollan de diferentes maneras y en diferentes fechas, pero este es el nuestro. Y tiene cosas que son parte de su ADN. El que no se conoce a sí mismo, siempre vivirá con inseguridad. Pero tenemos que empezar ahora. Porque la adrenalina dura unos días, después viene el bajón, y luego ya nos vamos olvidando hasta que algún golpe de tambor nos hace sonreír. Como habrá visto en la bajada de esta nota, tenemos mucho tiempo por delante. Y una cosa más: si las cosas funcionan tan bien cuando se hacen en equipo, cuando se deja de lado el individualismo, cuando no todo es un negocio, cuando se hacen con el corazón, cuando se dejan de lado las diferencias económicas y sociales, cuando se respeta a los rivales, etcétera. ¿No será que hay que actuar en el resto de los ámbitos de nuestra vida, como si todo el año fuera Carnaval?
Agradezco especialmente a las fotos de Vanina Arellano