por Santiago Joaquín García
Raul Monjes: un artista con un mensaje claro
A partir de la pandemia, este obrero de la cultura retomó una inclinación juvenil por el dibujo y no dejó de crear. El reciclado de materiales y la búsqueda de denuncia y sanación a través de las pinturas son algunos de sus rasgos distintivos.
Uno de sus cuadros me atrapó en un centro de rehabilitación kinesiológica de calle Güemes. El profesional de la salud supo contarme la historia que tenía esa representación de una vivienda llena de relieves, hecha a base de materiales recogidos del basural, y lo demás fue obra de la tecnología. Un par de mensajes de WhatsApp después estoy tomando mate con Raúl. Sus manos dan cuenta de su destreza en los oficios de la construcción. Sus palabras, en cambio, expresan la fibra sensible de los artistas. Sus ojos miran el mundo pensando en cómo representarlo.
Raúl es oriundo de Quilmes, pero Gualeguay lo supo cobijar desde muy pequeño. Padre de Jeremy (11) y Antonella (15), con quienes vive en el Barrio 150 viviendas. Durante su infancia, estuvo alguna vez en el Hogar San Juan Bosco, y su madre hizo grandes esfuerzos para que puedan salir adelante. Quienes lo conocieron desde chico recuerdan que le gustaba dibujar y lo hacía bien. A los dieciocho años, un libro ilustrado de Mamerto Menapace, le recordó cuánto le gustaban las artes plásticas. Sin embargo, ese talento permaneció en una capa subterránea durante muchos años porque había necesidades más urgentes. Hasta que en determinado momento la realidad se impuso: “En la pandemia empecé a pintar con lo que tenía. Usaba los palitos de las escobas porque no tenía ni pincel y dibujaba. Una paciencia había que tener. Y encima me intoxicaba porque no tenía los recursos. Después de a poco fui consiguiendo, y dándome ideas. Iba al Parque y pensaba ‘qué podía hacer’ con la corteza del árbol. Cualquier cosa podía servir para lo que buscaba”, recuerda. No tenía referentes en el reciclado, lo suyo fue pura intuición: “Había visto que hagan cosas con tapitas, pero no un cuadro. Después sí, una vez que lo hice, empecé a mirar por YouTube. Se me hacen más fáciles los cuadros con relieve. En vez de dibujar una silla, pongo una silla”, grafica. Esto que él expresa con sencillez, no es nada fácil y a él se le da en forma natural.
Sus materiales
Entre otros oficios, Raul es pintor, por lo tanto, sus materiales salieron de ahí: “Empecé con materiales de alguna obra. Revestimiento plástico, por ejemplo. Y me animé a hacer con eso”, explica. Sin embargo, otras veces va un poco más allá: “Me ha pasado que tenía ganas de hacer un cuadro y estaba dando vueltas, pensando ¿qué hago? Entonces le dije a mi nene (que también dibuja), agarré la moto y fuimos al Basural. Y mi nene ya sabía para qué era. Agarramos un pedazo de madera que usé en uno de los cuadros, y con una bolsa de arpillera también juntamos corteza de árboles del Parque, y otras cosas. Después con cola nomás y dos o tres pinturitas hicimos ese cuadro (refiriéndose a uno de los que ilustra esta nota). Después va en gusto del que lo mira, pero no fue el gasto sino la satisfacción de a poquito de ir haciéndolo”, explica.
El método
Quisimos saber cómo se hace el tiempo para el arte una persona con trabajo tan demandante y una familia a cargo: “Empiezo a la una o dos de la mañana. Tiene que ser de noche, por más que al otro día tenga que trabajar. Es el único momento que tengo y es la forma en que me puedo concentrar. Antes lo hacía directo al dibujo, y fui aprendiendo que tenía que hacer bocetos. Por ahí pinto algo y me voy a la cocina. Doy vueltas, después vuelvo y pinto de vuelta. Tomo mate y sigo ahí por más que haga frío. Pinto cuando están todos durmiendo. Hay veces que te acostás y tenés una imagen y no ves la hora de levantarte para poder dibujarla. A veces también agarro el diario y hay una mujer acá, y en otra revista o en un cuadro veo a un nene. Entonces agarro algo de un lugar y lo meto en otro. Lo fusiono así y voy armando y le voy dando una perspectiva. Si me falta algo, le agrego, le invento otra cosa. La gran mayoría de las imágenes las saqué de la cabeza o una imagen que me llamó la atención”, explica.
“Si yo tengo algo lo tengo que dar”
Toda obra de arte tiene un aspecto cualitativo y uno ideológico. “Sacar belleza de este caos es virtud” decía Gustavo Cerati. Raúl vuelca sus experiencias familiares, personales y de las personas de su barrio y su entorno en sus pinturas: En la pandemia tenía un cuadro y lo quise mostrar. Se ve una niña sentada, medio triste, agachando la cabeza en un rincón. Se ve también una mano y la sombra de un dedo que la acusa. Ella está sentada en una silla, en un rincón, pero la sombra de la silla es un bebé. Y una señora de Buenos Aires que no sé quién es me mandó un mensaje por Facebook, y me dijo que estaba llorando. Que se sentía representada en ese dibujo, en esa obra que yo había hecho. Y ahí me dije, ‘yo no puedo ser tan egoísta. Si yo tengo algo, lo tengo que dar’. Y empecé a hablar sobre esos temas de abuso que no se hablan. Si bien mi objetivo es crear, pero también dar un mensaje en el dibujo. Es que vos mires los cuadros y tengan un mensaje”, explica y sigue: “Mis hijos me dicen que hago cuadros tristes, y ahora quiero cambiar también y no solo poner la parte mala de lo que se ve, lo que ocurre, sino también la solución. Entonces por eso dibujo muchas madres con sus hijos, las que cubren a sus hijos. Y siempre hay algo, una esperanza. También hay una solución para eso, no es todo tristeza. Para algunas personas la solución es charlar un rato. Esa mujer de Buenos Aires quería charlar y me llamó desde Buenos Aires, y yo no la conocía, pero la mujer quería conversar con alguien. Capaz con otro no lo hubiera conversado nunca”, indicó.
La representación del mundo
Desde que pinta, su forma de ver el mundo ha cambiado: “Ahora me dicen ‘mirá aquella nube, está re buena’. Ahora la miro distinto. Se te abre otra mirada y podés inventar todo. Es medio loco porque antes no me pasaba así, pero ahora estoy mirando de otra manera”, comenta. Raul es creyente y según él mismo cuenta “aprendí a sanarme para poder ayudar a otro”. Como Antonio Castro, no ve en el arte un negocio: “A mí no me nace venderlos, me da vergüenza”, comenta. A pesar de esta reticencia, se he empezado a vincular con el circuito artístico de nuestra ciudad. El periodista Norman Robson lo conectó con la Directora de Cultura Nora Ferrando, y desde entonces, se le han abierto puertas muy merecidas. Su amistad con el también artista Daniel Rodríguez hizo otra parte. Ya expuso en Gualeguay (en muestras colectivas y el año pasado en una exposición individual en el Museo Ambrosetti) y en Buenos Aires (en el XIV Salón Homenaje a la Mujer, Premio Raquel Forner SAAP en la Facultad de Derecho). Pudo conocer museos y exposiciones y alienta a otras personas a luchar por sus sueños: “Hay personas que pintan muy bien, pero no se animan, y lo que yo digo es que todos tenemos un talento y hay que animarse y luchar por eso. No quedarse sentado”, cierra.
Su historia es un ejemplo de superación permanente: estudia de noche, busca perfeccionar su técnica a través de videos y aplicaciones del celular. Le gusta Van Gogh y otros grandes de la pintura. También es un relato que conecta con los grandes artistas populares que hicieron grande a esta ciudad cultural. Sin embargo, elegimos dejar espacio en la nota para disfrutar el verdadero motivo: sus obras.