Rostro, máscara, careta y ceniza
Los seres humanos nacemos “a rostro descubierto”. Vamos creciendo y sobre nuestros rostros vamos poniendo distintas máscaras que nos ubican en el teatro de los vínculos y roles sociales. Cuando niños, por ejemplo, nos ponemos la máscara de alumno y cuando crecemos adoptamos la de cónyuge o progenitor…la de médico, docente, ingeniero, político o artista. Pero cuando la alegría o el dolor nos desbordan -como un río- vuelve a emerger en nosotros el rostro que estaba escondido detrás de la máscara.
Los griegos antiguos llamaban "prósopon" a la máscara del teatro y con ese término hablaban también de la persona. Es decir, que cada sujeto en su comunidad se distinguía por la máscara que le daba un rol.Una vez al año los sujetos, en medio de las comunidades, se ponen caretas para el tiempo del carnaval: esto significa que durante ese período lo roles del "teatro de la ciudad" (tan rígidos durante el año) se flexibilizan y el rey se vuelve mendigo y el mendigo rey.Ahora los católicos estamos en cuaresma. En este tiempo litúrgico cae sobre nuestra frente la ceniza que nos regresa a la memoria de la fragilidad: comienzan los cuarenta días en que lo importante no son ni las máscaras, ni las caretas, sino el rostro frágil y desnudo ante el Creador, el hermano y ante nosotros mismos.El miércoles pasado hemos dejado que nuestros rostros en medio del "teatro de los vínculos" se llene de cenizas: dentro de 40 días se llenarán de agua bendita y purificadora.Pbro. Jorge H Leiva
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