Pbro. Jorge H. Leiva
San Antonio, el pueblo y el río
El 13 celebramos la fiesta de San Antonio: la fiesta más antigua de nuestra ciudad. Y en este marco es que el Pbro Jorge Leiva escribió esta columna.
Cuando don Tomás de Rocamora estableció de modo oficial la ciudad de Gualeguay realizando el trazado, la comunidad de Gualeguay ya existía en torno a la imagen de San Antonio que había traído un catamarqueño, don Antonio Luna (allá por el 1775) y ya existía la parroquia que había fundado el Obispo Sebastián Malvar y Pintos.
Había conflictos porque el Cura Andrés Quiroga y Taboada no quería que la villa estuviera donde está actualmente. Él quería que se fundara en una de las cuchillas vecinas. Y se pregunta don Mario Alarcón Muñiz en su libro “Entrerrianía”: “¿No habrá tenido razón el cura? La cuchilla no se inunda”.
Lo cierto es que la historia de Gualeguay tiene en sus orígenes esa mezcla de cuestiones políticas y económicas con la profunda y sencilla religiosidad de aquellos modestos paisanos perdidos en el extremo de las provincias españolas. Gente de raíces indias, gente de raíces africanas.
Después vino el siglo XIX con sus idas y venidas: la independencia de la nación, la falta de clero y de escuelas, las guerras civiles, la penosa organización nacional con sus “grietas”; después llegó el padre Juan Vilar con el sueño del hermoso templo para la celebración del 1º centenario. Llegaron los esplendores económicos de la ciudad (signo de lo cual es el ferrocarril); llegaron las decadencias y las nostalgias de glorias perdidas. Desde los orígenes conviven el Soplo Divino sobre nuestro barro y la osadía de comer del árbol del bien y del mal…repitiendo así las páginas del Génesis.
San Antonio-aquel lejano santo, discípulo de Francisco de Asís- miraba todo desde el cielo y desde los sucesivos templos erigidos en su honor. Las generaciones se sucedían y Antonio de Padua permanecía como otro río cuyas aguas brotan del Corazón del Traspasado y llegan a la Eternidad. Sí. Para los creyentes la Ciudad-Río (como la llamaba Lois en las páginas del Debate Pregón) tiene otro Río: el del Corazón de Jesús y tiene otro canal por donde llega agua viva. La memoria viva de Antonio de Padua y su llamada a la fraternidad franciscana es un brazo de ese delta infinito que es el Agua Viva que viene del Cordero.
Ciertamente: ahora vivimos tiempos distintos a los de la fundación. Muy distintos. La comunidad es más plural, no todos los creyentes de la ciudad adhieren a los tres amores que tenemos los católicos: El Pan Partido, el Sucesor de Pedro, la Madre. Estamos en el tiempo de los “otros relatos”: los del estado, sobre todo los del mercado y sus infinitos avisos comerciales y los de las ideologías… Estamos en el tiempo del “continente digital” en el que marchamos quizá como vagabundos entre pantallas; errantes de un “laberinto de redes”.
Estamos en el tiempo del trabajo que falta o del trabajo que sobra; tiempo de la “crisis de civilización” y de la “emergencia educativa”, la “sociedad del espectáculo” y los fanatismos. Sin embargo todos los que pisamos cada día estas tierras tenemos la esperanza de ser felices, de ser más solidarios, de mejorar la convivencia, de que se promueva a los más débiles y frágiles de que se cuide cada vez más el medio ambiente. Y los que creemos en Jesús tenemos la esperanza del Reino de su Padre y nos lanzamos cada día a “trabajar por la paz” a pesar y a través de nuestras contradicciones.