CIRCO
Sidanelia Benedetti: recuerdo de una artista circense
Hace unas semanas nos dejó una persona que forma parte de la historia cultural de nuestro pueblo. Se la conoció por ser la madre de diecisiete Hermanos López, famosos por el circo homónimo, pero merece “una historia aparte”.
“La mami de los hermanos López estaba apagando su lucecita de amor para dejar este mundo”, dicen las palabras que le dedicaron sus hijos a su muerte. Se nota la veta artística en toda la familia, incluso en un momento tan duro. Sidanelia Antonia Benedetti nació el 25 de marzo de 1936 y falleció el 9 de junio de este año. Julio Benito López, octavo de sus hijos, dialogó con El Debate Pregón para darnos una breve pintura sobre todo lo que puede y debe escribirse sobre ella: “Ella era de Cuchilla Redonda. Nació ahí y a los 21 años llegó un circo que era el de mi papá y de mi abuelo, el Circo Bohemio. Con 21 años ella se casó con mi papá “Tony Jarrito” y se fue con el circo. Y pese a todo lo que ella pasó, incluso algunos le decían que se vaya para su casa nomás que veían como que no iba a progresar, pero ella dijo no, yo me casé con él, lo quiero y me quedo con él, y se quedó viviendo hasta el final con él ahí en el circo. Ahí fuimos naciendo los hijos hasta que llegamos a tener también nuestro propio circo. Nacimos todos en el circo: 17 hijos, 8 mujeres y 9 varones”, enumera. Julio tiene incluso un dibujo de un árbol genealógico que tiene la forma de una carpa de circo, en el cual incluye hijos, nietos y demás familiares.
“Ella tenía un libro aparte”
Víctor Hugo Acosta escribió un libro llamado ‘Un circo criollo entrerriano. Vida y pasión’ en el que uno puede encontrar la historia de este tipo de organizaciones culturales pioneras de nuestro país. El suegro de Sidanelia, Don Darío López, conocido como el Tony Entrerriano Caburé, fue un verdadero pionero que trabajó en el Circo de los Hermanos Podestá, y actuó para presidentes (Irigoyen y Perón, entre otros). En una época anterior a la popularización del cine, las clases populares tenían en este espectáculo como una de sus principales diversiones. Actuó con Yupanqui, conoció a Luis Sandrini, etcétera. De esa tradición son herederos los Hermanos López. Merece una lectura el libro. Sin embargo, en esta nota queremos centrarnos en Sidanelia y su aporte injustamente silenciado en el circo: “La verdad que mi mamá era la primera en levantarse y la última en acostarse en el circo. Desde que yo tengo uso de razón, siempre fue la que sostuvo. Mi papá también fue grande y tuvo su lugar. Los días de función le preguntaban todos ‘mami, dónde está esto, mami dónde está lo otro, alcanzáme, me falta esto, y dónde quedó lo demás’. Sabía todo. Era la que estaba en todo. Ella decía que, si bien había que escribir un libro sobre el circo, ella tenía un libro aparte. Siempre lo dijo. Realmente su historia de vida fue bastante de lucha.
Su trabajo en el circo y su arte
Los conocimientos de Sidanelia eran muy variados. La pirotecnia que se utilizaba en el circo la hacía ella en forma casera con una mezcla que incluía piedras y azufre comprimidas. También era la encargada de realizar las pinturas que se utilizaban para maquillarse y cocía las nejas que integran la carpa del circo. Además, hacía artesanías y cuadros que algunos de sus hijos vendían como otra forma de subsistencia. Lo escuchamos a Julio: “Mi mamá también trabajó en el circo, o sea ella también hacía su papel en las obras de teatro. Mi papá le buscaba un lugarcito que hacer y ya tenía un personaje. Papá nos daba un libreto y decía: ‘Bueno, esto se estudia, cada uno estudia una parte’. Al final sabíamos la letra y sabíamos el libreto entero porque cuando uno se olvida algo el otro le da pie”, recuerda. Guarda en el celular uno de los videos de las reideras (la segunda parte de la función incluía obras de teatros cómicas y dramáticas) en los cuales Sidanelia cumple un rol principal. También fue la que tomó la decisión de echar raíces en Gualeguay: “Cuando llegaron acá, alrededor de 1995, mi mamá dijo ‘yo no voy a viajar más, me quedo acá’, y se quedó al costado de una casilla sentada.
- ‘Pero tenemos que ir para tal lugar’ -le dijo mi papá.
-‘No, yo me quedo acá, no me muevo más’ –decretó ella.
Tan firme fue su decisión que recibió apoyo local: “El intendente José Jodor le hizo una casita ahí para que no estén tanto en las casillas. Ya una casita es algo más. Y salían a hacer funciones afuera, y mi mamá por ahí acompañaba, pero ya no salía como antes”, recuerda Julio.
La libreta completa: 17 hijos
Recordamos el nombre de todos los hijos de Sidanelia, de mayor a menor en términos de edad, con una historia para el final. 1- Alicia Dionisia 2- Darío Cecilio 3- Darío Raúl 4- Eva Guadalupe 5- Alberto Ramón (Tijereta) 6- Antonia Beatriz (Betty Benedetti, la muñequita de goma) 7- Luis Vicente 8- Julio Benito 9- Saturnina Milagros 10- María Fanny 11- Blanca Liliana 12- María Rosa 13- Juan Domingo 14- Rubén Daniel 15- José Pablo 16- Jorge Lázaro 17- Fátima Teresa. Como la libreta tenía lugar solamente para trece hijos, a partir del hijo número catorce, sus nombres fueron anotados al dorso.
“Una vida bastante intensa”
Julio, al igual que todos sus hermanos, nació en el medio de la vida circense. Le pedimos que nos cuente cómo fue esa experiencia: “La verdad que fue una vida bastante intensa. Tuvimos de todo, tiempos buenos y tiempos malos. Pasamos mucho frío. A veces eran las doce de la noche y estábamos trabajando con el circo a pleno, haciendo trabajos tanto de acrobacia como de obra de teatro. Hay obras en las que uno no se podía poner mucha ropa y había que estar en camiseta y pantalón corto”, recuerda. Quisimos saber cómo era la especialización de cada uno de los hijos: “Eso lo manejaba a mi papá, Raúl Darío López, el Tony Jarrito. Él decía quien las condiciones. Por ejemplo, con mi hermana ya fallecida, Betty Benedetti, la muñequita de goma, desde chiquita estaba en la cuna y se ponía la pierna en la cabeza. Entonces dijo: ‘esta va a ser contorsionista’. Y fue contorsionista, hacía abertura de piernas, la araña, se metía dentro de una silla, daba vuelta por adentro de la silla, alzaba el pañuelo del suelo”, enumera y sigue con su caso: “A mí me enseñó acá en Barrio Norte, y empecé a practicar para colgarme de los dientes, porque ese número lo hacía mi abuelo. Me hizo una mordaza de huasca y me dijo: ‘Practicá a ver si te podés colgar los dientes’. Ahí en el circo, y me colgó ahí, para probar y empecé a practicar, y cuando acordé, ya estaba en el trapecio colgándome de los dientes. Y de mis pies se colgaba una hermana mía, María Fanny, y girábamos”, relata. Más allá de esa especialidad, hacían muchas cosas todos: “Terminaba un número y ya tenía otro número, y otro número más”.
La vida nómade
Ese circo que hoy está plantado en el Barrio Islas Malvinas, recorrió toda la provincia en sus años: “Desde Feliciano hasta Gualeguay, de sur a norte sería. Pueblos, campañas, todos los lugares que se podía. Con toda la gente que teníamos nosotros al circo prácticamente lo armábamos todo nosotros. Llegábamos y ya se empezaba a poner en y a los dos días ya estaba preparada la función. Después de preparar el terreno, acomodar todo, se plantaban 36 palos a los alrededores de casi un metro de profundidad cada pozo”, explica. Quisimos saber cómo se gestionaban los lugares: “Había un referente que iba, o mi papá o un hermano mayor, y averiguaba si había un terreno en condiciones. Se le llama ‘arreglar plaza’ a eso. Iba el referente con toda la documentación del circo, y le preguntaba si podíamos ir. Los viajes también salían caros, había que pagar un flete y había que tener reservas para el flete también Íbamos a veces todos en el camión. Mi papá tenía un autito en un tiempo y hasta el autito lo supo llevar en los viajes largos arriba del camión. Íbamos a buscar una barranca en donde se pudiera subir el auto y lo subían al camión. Antiguamente, el circo estaba eximido de impuestos en varios pueblos”, comenta. La educación de los hijos era todo un tema: “Depende del tiempo también íbamos a la escuela. Llegamos a ir siete u ocho hermanos a la escuela en cada pueblo. Si había función y nos teníamos que ir a otro pueblo ahí se pedía un pase y se nos mandaba a la próxima escuela. Conocí muchas escuelas y a la primaria la terminé en Enrique Carbó. La secundaria la comencé en San José de Feliciano con una hermana mía, pero después mi papá vio que ya los recursos no eran muy buenos y dijo: ‘¿Qué hacemos, Escuela o Circo?’ Hoy hay mucha ayuda, pero en ese tiempo ya era un poco más difícil”, explica.
“No quería que tengamos familia”
La vida nómade no es toda color de rosa. A los dieciocho años Julio conoció a una chica, se puso de novio y decidió ingresar al Ejército, pese a que había zafado de la colimba: “Mi papá me llevó a las cachetadas para el circo. En ese tiempo no pensé que iba a formar una familia porque mi papá no quería que tengamos novia. Mi hermano decía: ‘Nacimos en el circo y acá nos vamos a quedar’. Después algunos se fueron yendo, el que no se casó se juntó y ya hizo familia. A los 25 años no tenía ni para comprarme un desodorante, ni un shampoo. Veía que no progresaba el circo y él decía: ‘Ya vamos a salir adelante’. Pero yo me fui a trabajar a las granjas”, recuerda. A pesar de su nueva vida, no pudo despegarse del circo: “Seguía ayudando, hasta que el esqueleto me lo permitió. Sábado y domingo me iba al circo”. Eso que le costó aceptar a Tony Jarrito sus hijos lo asumieron: “Lamentablemente, ninguno hemos seguido con el circo. El que no tiene un problema de salud, está lejos y el circo hoy en día está complicado. Tenemos un primo hermano que anda en un circo, incluso le puso el nombre del Circo Bohemio, pero también anda a los golpes. Es una lucha”, sintetiza.
Cerramos con unas palabras para Sidanelia Benedetti: “Siempre la vamos a tener en el recuerdo porque ella nos dejó a sus 88 años y mucho agradecimiento por la vida que nos dio”.
Merece su recuerdo esta mujer que fue el pilar de un circo, una artista popular que sabía actuar, cocer, pintar, y hasta fabricar pirotecnia, y que crió nada menos que diecisiete hijos. Alguna vez, entre el relato de todos sus hijos, tal vez, se pueda escribir ese libro que ella decía tener guardado en su memoria.