Sínodo: por Pbro. Jorge H. Leiva
Según una publicación de la red, para Jorge Luis Borges viajar solo, no en sentido literal, sino de manera figurada, hace que el camino pierda significado.
Con estas palabras lo recalcaba el escritor: "Si yo emprendiera un viaje solo, me pasaría la vida dando vueltas... y llegaría a una aduana, a un aeropuerto, posiblemente llegaría a Ezeiza y no pasaría de Ezeiza". Es como si nos dijera que un viaje en solitario es una forma de llegar a ninguna parte. Sólo es transición, punto intermedio, pero no meta. Recorrer un camino en solitario equivale a dar vueltas sin sentido, para nunca terminar de partir.
Desde la antigüedad en las Iglesias de occidente y oriente se usó el término sínodo para referirse a reuniones importantes de obispos y fieles laicos destacados para tratar temas de disciplina y de las verdades de fe. Así, por ejemplo, fue en el sínodo de Roma del año 382, cuando la Iglesia católica junto al papa san Dámaso I instituyeron el Canon Bíblico con la lista del Nuevo Testamento similar al de san Atanasio y los libros del Antiguo Testamento de la Versión de los LXX. Ahora el papa Francisco ha invitado a todos los católicos a un Sínodo.
Recordemos que etimológicamente el término sínodo quiere decir del griego sýnodos 'reunión', derivado de syn- 'junto con y hodós 'camino'. (Sin darnos cuenta usamos palabras relacionadas con hodós u odos, por ejemplo, cuando decimos éxodo, episodio, método, período...y también usamos términos aproximados cuando hablamos de sinfonía, sintonía, sinagoga, síndrome...etc.). Es que el papa, con la idea de caminar juntos, piensa en la iglesia como Pueblo de Dios, como "multitud congregada" siempre igual y siempre nueva como suelen ser los caminos de los paisajes. Hacer un sínodo es, entonces, como hacer una peregrinación en la que algunos van más lentos otros más rápidos y, sin embargo, todos se encaminan hacia un Santuario. El turista viaja, mira y se va; el senderista anda quizá solo por andar; el peregrino busca y se vincula a otros peregrinos, por momentos hablando y por momentos en silencio.
Es por eso que la experiencia sinodal de caminar juntos nos libera del riesgo borgeano de no llegar jamás a ninguna parte. Es cierto que existen senderos prefijados: desde la antigüedad los grandes imperios- por ejemplo, el Romano- los tuvieron. Los españoles, imitando a los romanos, trazaron grandes carreteras en sus reinos de la América. Por ejemplo, el Camino Real a la ruta que enlazaba el puerto de Buenos Aires con el Alto Perú (actual Bolivia), hasta la ciudad de Lima durante los tiempos del Virreinato del Perú y del Virreinato del Río de la Plata, fue instituido en 1663, por orden del capitán general de la Gobernación del Río de la Plata y presidente de la Real Audiencia de Buenos Aires. Sin embargo, nos viene a la mente aquello del poeta español Antonio Machado: Caminante, son tus huellas/el camino y nada más;/Caminante, no hay camino,/se hace camino al andar. Es cierto, entonces, que hay senderos ya trazados y, sin embargo, nadie ha recorrido y recorrerá mis caminos, nuestros caminos.
Decía Rumi -un erudito y teólogo islámico de origen persa del siglo XIII -: "Es tu camino y solamente tuyo. Otros pueden caminar a tu lado. Mas nadie puede caminarlo por ti". Digamos también entonces: "Es nuestro camino y solamente nuestro. Otros pueden caminar a nuestro lado. Mas nadie puede caminarlo por nosotros".
En el tiempo de los narcicismos y los aislamientos agudos, ¿nos animaremos los cristianos y las personas de buena voluntad a reconocer los verdaderos senderos ya trazados y a
"hacer caminos al andar" guiados por el que es "Camino, Verdad y Vida" como "discípulos del Camino"? O ¿seguiremos dando vueltas para llegar al mismo lugar como temía Borges?