"Chonina"
Susana Berisso Pinasco de Manterola
Querida Chonina, compañera del plantel de servidoras de Lucecitas
En toda vida larga, hay momentos de radiante alegría y de gran tristeza, ya lo sabemos y lo aceptamos, como parte del programa que El Padre nos presenta para purificarnos y acercarnos a la luz de Su Espíritu. En esta ocasión no puedo despedirte personalmente, como hubiera sido mi deseo, porque mi salud está muy resentida; pero quiero acompañarte recordando las hermosas horas que pasamos sirviendo en la amada Escuela Lucecitas. Esa misión, tan importante para todas las que compartimos esa experiencia tan hermosa, es lo que nos ha hermanado para siempre; porque entrar a ese ámbito pleno con la vibración del amor puro, era saludable para el alma y transformador de nuestras energías vitales. Esas largas horas que pasábamos juntas, “sirviendo”, en el mejor sentido de la palabra, esas madrugadas que nos sorprendían acercando a los comensales las exquisiteces que cocinabas vos, Chonina, Amema y Elena Saizar, Chola Odériz, Bety Cafferata, Marylín Bisso, Roggi Benedetti, Cielito Firpo, Tita Cortés, Negra Covitti, Catela Berisso, Martina Pinasco, con su deliciosa torta de chocolate con nueces, y todas las demás grandes cocineras del plantel (la lista es larga; pero para muestra valen los nombres mencionados) y que “las mozas de bandeja” nos encargábamos de ofrecer a las mesas de los presentes; éste, es para mí, el galardón más preciado de mi vida, porque Lucecitas me enseñó a “servir con amor”, como digo por ahí, en un poema. Y es que la energía que se generaba en ese ámbito nos envolvía a todas, nos hacía trascender los límites propios; era posible entonces sublimar el dolor de los pies calzados con tacos altos, el sueño que nos abatía los párpados y reemplazarlos por una sonrisa, para cumplir con nuestro íntimo deseo de que el prestigio de Lucecitas quedara lo más alto posible. Estoy hablando de una etapa de la que fui testigo directo; después vino otra época, con otras cocineras y otras servidoras, que también han trabajado y trabajan duro para sostener la hermosa obra. Estoy segura de que, desde el lugar en el que ahora estás, sonreirás al recordar esos momentos, querida amiga. Y que esa memoria te acompañará cuando El Padre te pregunte: ¿Qué hiciste con el amor que te di? Y casi seguramente, vos responderás: “aquí está, Padre; mis manos están vacías, pero mi corazón está lleno y multiplicado con el Amor que me otorgaste”. Estoy casi segura de podrás responder de esta manera, querida Chonina, porque sólo es nuestro, nuestro para siempre, lo que damos a los demás.
Feliz viaje hacia la Luz, amiga querida.
Tuky Carboni