A cinco años de la Pandemia
Un lustro no tan limpio
La palabra lustro proviene del latín y quiere decir limpio, puro. Cada cinco años en la Antigua Roma (heredado de los griegos) se hacía un rito religioso de purificación, que incluía agua, o quemas de determinados materiales; y en algunos casos, enormes banquetes. También se podía hacer esta ceremonia para ‘limpiar’ una ciudad después de un hecho repudiable; para bendecir una cosecha; o las armas antes de una batalla. En definitiva, lo que hoy se llama (con muchas comillas) una limpieza energética.
Hace cinco años, un 16 de marzo de 2020, Tierra del Fuego decretaba la cuarentena por la pandemia del COVID 19, trece días después del primer caso confirmado y nueve días después de la primera muerte en nuestro país. Cuatro días después de la decisión tomada por la provincia más austral, el presidente Alberto Fernández extendía la cuarentena para todo el territorio nacional. Comenzaba un periodo que por estar tan cerca en el tiempo (un lustro en la historia de un país es apenas un suspiro) todavía no podemos analizar en toda su profundidad. Kierkegaard decía que el gran drama de la vida es que se vive para adelante y se entiende para atrás.
Vivencias
Voy a hablar en primera persona del plural como recurso. Recuerdo que al principio nos burlamos de la alimentación de los chinos. Nos llegaban videos del Mercado mayorista de mariscos de Huanan, una enorme feria de más de mil puestos ubicada en Wuhan, la china meridional. Se sabía que de ese lugar habían salido los primeros casos de esta suerte de neumonía desconocida. Casi al mismo tiempo nos empezaron a llegar una verdadera catarata de videos con las teorías más dispares. Que un laboratorio chino, que un mecanismo de control, que el gobierno comunista, que la CIA, que los rusos. Nada mejor que el misterio para sembrar mitos. Todavía no se había hecho masiva la Inteligencia Artificial, pero la proliferación de información de dudosa procedencia fue una suerte de pandemia paralela (para la cual entiendo que todavía no hay vacuna).
Recuerdo que después de que llegó el primer caso a Gualeguay operaron un par de fenómenos. El primero y más constante fue escrachar a las personas que se habían contagiado. Una suerte de caza de brujas que, si bien en algunos pocos casos tenía cierto asidero, en muchas ocasiones era el viejo y popular deporte de echar a correr un rumor y dejar que se agrande como una bola de nieve bajando por la pendiente de una montaña. Como todavía no sabíamos demasiado sobre el virus, la paranoia fue total.
La noche que me llevaron al Hospital San Antonio también la guardo en la memoria. Recuerdo a la ambulancia parada en el medio de la calle y a la enfermera bajar vestida como un astronauta. No había un alma en la calle, y los vecinos se asomaban por la ventana para ver quién era el desgraciado que se había contagiado antes de que lleguen las vacunas. Era yo. Tuve que dejar a mi hija en casa y marchar para un control. Parecía un territorio militarizado. La guardia tenía unos tabiques que dividían las distintas complejidades. Me atendieron como siempre, de lujo. Todavía la gente acostumbraba a aplaudir al personal de la salud cada noche porque dejaban la vida por nosotros. Tiempo después, cuando reclamaban un salario más justo, o que se les pague lo que se les debía, faltó el mismo reconocimiento. Pasaron cinco años nada más, y parece que nos olvidamos lo que hizo la Salud Pública por el pueblo argentino. Las malas decisiones de los dirigentes políticos no pueden borrar lo más importante.
Recuerdo también con la felicidad con la que me fui a vacunar cuando me tocó el turno. Había vivido en carne propia el virus y sabía que no era ningún invento. No era una gripe común. Antes le había tocado el turno a mi vieja, y después la convencí a mi hija de la importancia de vacunarse. Mucha gente que no sabe ni siquiera escribir la palabra ciencia sin errores de ortografía se encargaba de difundir las teorías más disparatadas con el celular. A veces pienso que los teléfonos inteligentes son una herramienta que sirve para igualar oportunidades, pero cuando son bien utilizados. En las manos equivocadas, muchas veces, igualan para abajo. Le cedemos a un aparato nada más y nada menos que el ejercicio del pensamiento.
Secuelas
Gualeguay perdió nada menos que a su Intendente, Federico Bogdan, a causa de esta pandemia. Una persona que había sido reelecta poco tiempo antes y que estaba en pleno ejercicio de su mandato cuando se enfermó. Recuerdo su llegada de la mano de los Bomberos Voluntarios y el homenaje espontáneo de vecinos que desde Cinco Esquinas hasta el Cementerio le hicieron sentir su respeto y lo despidieron como sentían.
A nivel nacional, la fiesta en la Casa Rosada marcó el final del Gobierno de Alberto Fernández por más que se haya prolongado hasta terminar su mandato. Ese hecho repudiable anuló todo análisis de la gestión de la pandemia, por ejemplo. ¿Cómo podíamos tomar en serio a una persona que nos señalaba con el dedo y nos retaba ‘como a gurí chico’, cuando él y su entorno no daban el ejemplo? Me tocó no poder despedir a una prima por las medidas restrictivas y entiendo perfectamente cómo se habrán sentido las personas al enterarse de semejante falta de ética.
Sin embargo, con la distancia que da el tiempo, podemos hacernos una serie de preguntas que ayuden a pensar y a comprender una realidad que es mucho más compleja de lo que quisiéramos. No hay un análisis más fácil ni más engañoso que el del mundo de los buenos y los malos, las grietas y las líneas divisorias.
¿Qué consecuencias tuvo en las infancias y juventudes la pandemia? ¿Qué se ha hecho para evitar que se repita? ¿Qué hábitos cambió para siempre? ¿Qué hábitos nos quitó y que deberíamos recuperar? ¿Cómo fue que logramos superarla, con individualismo o con comunidad? ¿Qué papel cumplió la ciencia? Tengo opiniones sobre todas esas preguntas, pero no certezas. Quizás, una de las marcas más profundas que dejó este hecho fue una gran incertidumbre sobre el futuro. Pero lo peor que podemos hacer es no preguntarnos nada y creer que sabemos todo. No hay actitud más ignorante.