por Santiago Joaquín García
Una crónica sobre ‘Fin del Recuerdo’
¿Por qué es importante seguir yendo al teatro? De eso vamos a hablar en este texto.
Un sábado en Liebre de Marzo. Si todavía no se dio el gusto se lo recomiendo. En el caso de que usted reserve no tiene que hacer nada. Si no reservó y queda lugar es apenas una conversación en la puerta. Siempre se empieza puntual. Nos encontramos los de siempre en la puerta y la gente nueva. El ambiente es inmejorable. Una vez que uno entra y se acomoda en su lugar hace el pacto de lectura. Lo que va a suceder ahí lo va a conmover. No tenga duda de eso.
Vamos a ese sábado y no a cualquier otro. La obra promete. El grupo ya es conocido, viene trabajando desde hace tiempo. Nos han hecho reír y llorar unas cuantas veces antes de esta, y no tiene por qué ser la excepción. No la es.
Siempre hay algún recurso que engancha desde el principio. En este caso es el baile. Mientras los veo en el escenario pienso en el video que se viralizó un tiempo antes sobre las personas mayores que aplaudimos al bailar. Nadie aplaude. Me río de eso. Como siempre me pasa el paso de la risa a la conmoción es inmediato. No hay aviso. Llega la cachetada desde cualquier lugar. Te deja tecleando.
Todos los personajes logran llegarme con sus recuerdos. Cuento algunos ejemplos.
- La visita al zoológico me trae el recuerdo de un guanaco que me arruinó una campera con su gargajo. Puedo sentir el olor del lugar como si no hubieran pasado más de treinta años.
- La incapacidad para bailar que evoca una actriz lleva mi mente a unos lentos con la chica que me gustaba. Su cara de tedio hacia una amiga fueron el impulso para mis intentos en la pista a destiempo.
- El vínculo con el padre. Cuántas páginas se han escrito sobre eso y parece que el tema recién empezara. Toda nuestra identidad y nuestra vida sucede en una dosis homeopática durante la infancia.
- Las palabras que nos quedaron atragantadas con alguna ex. En un momento el público participa de la catarsis, y yo en mi mente hago el ejercicio. Me río de las frases que se sueltan. No parecen actuadas.
- El autoritarismo de alguna docente. Momento tragicómico. Nos reímos, pero sabemos que hay algo ahí. No puedo evitar transportarme a la secundaria y a todas las arbitrariedades que pude sortear en el camino.
El biodrama según Gastón Díaz
Le pedimos al director de la obra y de la sala que nos diera algunas palabras sobre esta apuesta que fue un verdadero éxito de público: ‘Fin del Recuerdo’ es, por un lado, el resultado de un proceso de investigación sobre cómo acercar el teatro a la danza. Por otro lado, tiene que ver con el trabajo que llevó adelante el grupo del taller de entrenamiento escénico que se realizó durante todo el 2023 y del que participaron todos los que están en la obra. Trabajamos sobre el biodrama que es un género teatral, cuya precursora en Argentina la precursora es Vivi Tellas, pero nosotros trabajamos más sobre la línea de Lola Arias. Ella está estrenando unas películas y una obra de teatro, que es un trabajo muy interesante. De hecho, ese libro de Lola Arias con sus obras reunidas circuló por el grupo, y así fue que empezamos a construir esta obra”, comenzó.
Le preguntamos, más allá de la influencia, cómo se construyó el texto: “Los recuerdos personales, la mayoría de la infancia o de la adolescencia, se transformaban en escenas, en movimiento, y sobre todo como momentos en los que se recreaban esos recuerdos. Pero de una manera particular, ficcionalizándolos, y no de manera evocativa, sino como tratando de traer esos recuerdos nuevamente al presente. Volver a hacerlos presentes. Porque el teatro tiene eso, necesita (para que la escena sea atractiva y pregnante) que se construya un presente que el público no pueda dejar de mirar. Suena muy grandilocuente, pero esa fue nuestra intención”, enfatizó.
También quisimos saber cuál fue su aporte como director: “Me interesa cada vez más borrar el límite entre lo que tradicionalmente se conoce como la actuación y la danza. Dejar de pensarlas como cosas diferentes y acercarlas, y entender que el movimiento y los relatos personales están atravesados por esas dos cosas. Y me gusta mucho lo que sucede cuando se borra ese límite. Esa fue la búsqueda, y después la búsqueda con lo que sucede con la gente, con el público. Era un poco lo que yo le llamo generar un efecto contagio. Que lo que sucede en la escena sea tan potente que el que está mirando quiera participar de la escena; quiera ir a bailar con los actores; quiera meterse en la escena. Que lo deje en un lugar más activo y no tan pasivo, de espectador. ‘Estoy acá mirando sentado tranquilito’. Que le pasen cosas además en la mente, en el cuerpo también. Las emociones, las sensaciones, las ganas, y contagiar las ganas de participar también”, cerró.
Abracemos la cultura
Después de la obra hubo servicio de bar y buffet. Por ahí usted lector o lectora no lo sabe, pero se come rico en Liebre de Marzo. Se toma una copa de alguna bebida espirituosa también para que pase el momento catártico, la sensación de alegría y angustia que provoca el teatro. ‘Esto sin alcohol no pasa’, dice una amiga. También puede tomar una gaseosa, no vaya a pensar que esta crónica es una apología. Faltaba más. Y nos podemos quedar conversando. Tenemos a las actrices y los actores para preguntarles qué fue lo que nos pasó con eso que hicieron sobre el escenario. Y al cerrar nos dejaron un mensaje. Nos hablaron de la situación en la que se encuentra el Instituto Nacional del Teatro. Es la misma en la que se encuentra la Cultura en general. La literatura, la música, para qué le voy a explicar. Por ahí las personas que nos dedicamos a esto cometemos el error de decir: ‘Miren que la cultura genera trabajo; miren que la cultura le da ganancia al Gobierno a través de tal y cual recaudación’. Le voy a decir una cosa. Hace unos días Alejandro Dolina dijo algo en una entrevista al respecto que yo voy a citar a mi manera: Una piedra sólo necesita seguir siendo. Una batería tiene otras aspiraciones. Las personas además de eso de la supervivencia básica, necesitamos el arte. Para emocionarnos, porque la emoción que provoca el arte te hace sobrevivir bien, te convierte en una mejor persona. Te permite soportar la angustia de saber que todos moriremos algún día. Los verdaderos momentos de comunión están cuando uno ama, cuando uno abraza a su comunidad. Para eso sirve, no para ganar plata. Abracemos la cultura y vamos a vivir mejor.