Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo
Una Palabra que libera
¿Hay juegos que enseñan? Claro que sí. Recuerdo en un campamento la competencia entre dos equipos. A uno de los miembros se le vendaban los ojos y había que guiarlo por un trayecto de unos 40 metros solamente con la voz de los compañeros. En el camino había obstáculos que rodear a lo que se agregaba la dificultad de las voces engañosas de los participantes del otro equipo. Discernir las voces amigas no resultaba siempre fácil.
Muchas veces en el camino de la vida sentimos que necesitamos una palabra de aliento, una palabra que nos ilumine, que nos ayude y nos haga sentir el consuelo y la cercanía de Dios. El ritmo de vida llevamos suele cargarnos de ruido, de muchas voces que nos distraen. Son numerosas las oportunidades en las cuales quieren seducirnos para encontrar felicidad en el consumismo o la superficialidad egoísta y cómoda. Otros mensajes nos sumergen en un sentimiento derrotista que paraliza.
Dios busca hablar al corazón; no quiere ser una palabra más entre otras, sino la voz que clama en el desierto y viene para saciar nuestra sed más profunda e iluminar las tinieblas de la mediocridad. No es “cómoda”. “La Palabra de Dios es viva y eficaz, más penetrante que espada de doble filo” (Hebreos 4, 12) y ayuda a discernir los pensamientos íntimos.
La Biblia es como una fuente permanente de vida, del agua que calma y sacia nuestra sed. Allí Dios nos revela quién es Él y quiénes nosotros. En su Palabra, se manifiesta como Padre y Creador, como Hijo enviado del Padre y Espíritu Santo que nos es dado para formar la Iglesia. Y también nos revela quiénes somos nosotros, llamados a ser sus hijos para realizar en plenitud nuestra vida.
Nos ilumina acerca del origen de nuestro pueblo, el sentido de nuestra fe; nos revela su Plan de salvación. Nos ofrece en los salmos poemas hermosos para rezar con belleza percibiendo las distintas experiencias humanas recogidas en esos versos inspirados.
Hoy celebramos el “Domingo Bíblico Nacional”, cerca del día de la memoria de San Jerónimo, un santo que se dedicó a la traducción de la Biblia para que se divulgara a todo el Pueblo de Dios. El lema que se nos propone es “la Palabra que edifica”, inspirado en los Hechos de los Apóstoles 20, 32: “La Palabra de su gracia tiene poder para edificarnos”.
Este año tenemos un motivo particular de alegría. El mártir beato Wenceslao Pedernera, asesinado en la Rioja en 1976, ha sido designado como “Patrono de la animación bíblica de la pastoral”. Su esposa Coca daba este testimonio: “Cuando tomó la Biblia en sus manos no se le cayó más”.
Te comparto unos párrafos tomados de la página de Animación Bíblica de la Pastoral de la Conferencia Episcopal Argentina.
“Wenceslao fue laico y padre de familia, nació en la provincia de San Luis, el 28 de septiembre de 1936 y fue bautizado el 24 de septiembre de 1938. Ya desde joven se dedicó al trabajo en el campo y, en 1961, se trasladó a Mendoza para trabajar. En marzo de 1962 se casó, en Rivadavia, con Marta Ramona Cornejo y de esta unión nacieron tres hijas. Si bien no participaba de la vida eclesial, luego de asistir a las novenas predicadas por los Oblatos de María Inmaculada, se convirtió decidida y entusiastamente, participando en adelante de misiones populares, semanas bíblicas y comenzando a recibir con asiduidad los sacramentos.”
“Al mismo tiempo se comprometió en el ámbito de las cooperativas rurales y, en 1968, entró a formar parte de la coordinación regional del ‘Movimiento Rural de la Acción Católica Argentina’ en la región de Cuyo. En 1972 participó en dos cursos de formación y profundización organizados por el mismo Movimiento en la ciudad de La Rioja; allí conoció a Mons. Angelelli a quien percibió como un pastor comprometido con los pobres y por eso, meses más tarde, se trasladará con su familia a Sañogasta en La Rioja, apoyado concretamente por Mons. Angelelli. En la Argentina de aquella época, este servicio a favor de la cooperación solidaria de los trabajadores era sospechado y estigmatizado como subversivo, y por este motivo, particularmente después de la llegada de la dictadura militar, Wenceslao padeció varias amenazas juntamente con sus familiares.”
“En la noche del 24 al 25 de julio de 1976, mientras se encontraba descansando en su casa, fue atacado por un grupo de hombres que lo acribilló delante de su esposa e hijas; gravemente herido, murió horas más tarde en el hospital de Chilecito, no sin antes perdonar a sus asesinos y pedir a su familia que no odiara.”