Pbro. Jorge H. Leiva
Vestirse, revestirse y desvestirse
En la Prehistoria prácticamente no hay restos de vestimenta. En un principio los seres humanos se vestían para protegerse del frío y para ello utilizaban pieles de animales, que se cosían con agujas fabricadas con huesos.
Más adelante, en la época de los sumerios (hace unos 7 mil años), las mujeres solían vestir con un chal, el cual se llevaba con adornos de flecos anudados y rizados; esta vestimenta, considerada como la prenda más antigua hecha en lana, se llevaba en trajes reales.
Por otro lado, el vestido para los romanos era algo más que llevar ropa encima de la piel. Según el tipo de prenda que llevaran, mostraban su rango o estatus social, esto también se veía en la calidad de las telas utilizadas para su confección. Para ellos el ropaje más conocido era la toga, vestiduras únicamente usadas por hombres que además debían ser ciudadanos romanos, de manera que los esclavos, los extranjeros-por ejemplo-, tenían prohibido vestirla.
Notamos entonces que los procesos de transformación social, cultural e histórica se ven reflejados en las prácticas del vestir. Sobre todo, a partir del siglo XX, desde la perspectiva de la economía y las finanzas (tan controvertidos en nuestros tiempos), se habla de “moda” en referencia a la comercialización, representación y uso de ropa. Esta idea surgió en el Occidente moderno y, desde entonces, ha extendido su alcance alrededor del mundo con la expansión global del capitalismo. Tan así es que llama la atención cómo los funcionarios del extremo oriente visten con traje y corbata al estilo occidental. Esto nos lleva a pensar que las ideas de civilización y modernidad se plasmaron en los códigos de vestimenta y vestuario de los imperialistas, que intervinieron en las prácticas locales de vestimenta a través del comercio, las regulaciones suntuarias y la educación.
Ahora bien: Desde siempre en la humanidad junto con el acto de “vestirnos” estuvo presente el de “revestirnos”: se revisten, por ejemplo, un docente y un alumno en el ámbito educativo; los médicos en las tareas sanitarias: los sacerdotes en la instancia cultual para una especie de puesta en escena. Por el contrario, el hecho de “desvestirse” se relaciona normalmente con la intimidad de la persona o de la vida conyugal. Sin embargo, a finales del siglo XIX los problemas de hacinamiento y pobreza en las ciudades de Europa eran acuciantes, y la industrialización llevó a que muchos buscaran refugio en la naturaleza, proponiendo así el nudismo al aire libre y, luego, en el siglo XX, la industria del turismo promocionó hasta el extremo el baño en las playas con ropa diminuta.
Hoy se habla también del “exhibicionismo” haciendo referencia a un tipo de anomalía por la que algunos adultos, que no han superado nunca esa tendencia propia de la infancia, ¿necesitan? quieren hacer siempre de la mirada ajena un espejo de su autoimagen. Quien expone continuamente su cuerpo es probable que sea un sujeto que no se sabe mirado y que necesita constantemente de manera auto-referencial atraer miradas para auto-valorarse.
Prestemos atención, entonces, a la Escritura y la Tradición que nos hablan del vestido como signo de la dignidad, el desvestirse como signo de degradación y el revestirse como señal de la adquisición de nuevos roles y buenas obras. Tanto en el bautismo como en el rito de ordenación sacerdotal los consagrados son públicamente revestidos.
Queda para otra oportunidad esa otra forma de vestirse que es disfrazarse, práctica que aparece sobre todo en el carnaval y que, sin embargo, es más frecuente de lo que pensamos si tenemos en cuenta que a veces nuestro atuendo intenta hacer oculto lo que en realidad somos o sentimos.