Retratos íntimos
Zélika Alarcón de Tamaño. Referente de la cultura de nuestra ciudad.
Mi papá, Humberto Alarcón Muñiz, era de Victoria. Él vino a Gualeguay aproximadamente en 1929 o 1930 y ahí fundó Voz Radical, lugar donde también trabajaba.
En ese momento conoció a mi mamá y a los dos años se casaron para luego irse a vivir a Victoria. Allí nació mi hermano mayor, Mario. Cuando él cumplió su primer año, retornaron nuevamente a Gualeguay. Y aquí, a los dos años nace Beto, mi hermano Luis Alarcón. Posteriormente, a los dos años, nací yo y después a los cinco años nació mi hermano menor, Jorge.
En mi infancia vivíamos en San Antonio 332, a media cuadra de la plaza y la Iglesia San Antonio. Mi casa era amplia y grande donde teníamos tres patios. Sin embargo, yo siempre decía que no teníamos tres sino cuatro patios, el cuarto era la calle. En aquel entonces no había tanta circulación de autos, solamente pasaba el camión de Héctor Dunat, que salía a trabajar. Nos pasabamos el día entero en la calle con toda la barriada de aquel entonces jugando, no dejamos ni un juego sin practicar: la mancha, la escondida, la rayuela, la esquinita, entre otros. Hasta que luego apareció la bicicleta, a mi me regalaron unos patines y empecé a patinar en la calle. Tuve una infancia fantástica. Además, de ese grupo de amigos del barrio, de los hijos de los vecinos, también tenía mis amigas de la plaza, que eran las que vivían sobre lo que es la calle Gregorio Morán. Mis amiguitas de aquel entonces eran Marta y Chichita Bascoy, Susi Caraballo, las chicas de Rodríguez, Evange Mac Kay. Así que debajo de las araucarias, casi llegando a calle Gregorio Morán, era nuestra casa imaginaria, de juego. Llevábamos el silloncito de mimbre que me habían traído los reyes, las muñecas. Era todo así, era un Gualeguay tan tranquilo, de puertas y ventanas abiertas, no había temor de que alguien entrara sin permiso. Fue una época fantástica.
Con mis hermanos tuve una relación muy cercana, sobre todo con Beto, que nos llevábamos dos años.
Con Beto compartía los juegos infantiles. Él tenía una gran imaginación entonces siempre estaba inventando cosas para hacer: “Vamos a hacer una casita” decía, por ejemplo. Hace poquito le conté a una de mis nietas, que tenía que hacer un trabajo para la escuela y se preguntaba cuáles eran los juegos de mi época, que yo aprendí lo que fue la llegada de Juan D. Garay a estas tierras y las luchas con los indios a partir de que una vez con mi hermano Beto nos pusimos a jugar con barro, dado que había llovido, e hicimos una especie de fortificación, chozas y con los pequeños soldaditos e indios de plomo los hacíamos luchar.
Así pasábamos días enteros jugando. A mi lo que me da pena en estas generaciones de nuestros niños es que lo único que tienen es el celular y se pasan así las jornadas enteras y, te reitero, me da mucha pena porque pierden la posibilidad de practicar la imaginación y de tener esa alegría de los juegos infantiles.
Yo pienso que la tecnología sirve para determinadas cosas. Yo misma me doy cuenta del avance que implica y de lo práctico que es tener un celular para comunicarse o para las emergencias, por ejemplo. No soy una detractora de la tecnología. El arte también la aprovecha de distintas maneras. Hay que encontrar la utilidad real de cada uno de estos artefactos nuevos.
Mi papá Humberto era una persona muy cariñosa pero también muy exigente con nosotros. Lo que él buscaba y lo que él quería es que nosotros, tanto yo como mis hermanos, nos cultiváramos.
Recuerdo a mi padre volviendo de sus viajes (porque papá era inspector de seguros por lo que tenía que viajar frecuentemente en aquella época donde no había caminos pavimentados ni accesos fáciles, cuando le tocaba la lluvia en Victoria o Villaguay tenía que quedarse y esperar que le diera el camino para volver) con regalos para nosotros: libros. De esta forma nos criamos leyendo mucho. Textos tales como el Tesoro de la Juventud que a mi me pareció extraordinario o los cuentos de Las Mil y Una Noche, entre otros. Así fuimos nutriendo nuestra biblioteca. A mi me parece que la preocupación esencial de mi padre fue ésa, que nos cultiváramos. En 1945 cuando se fundó el diario Pregón, una de las primeras cosas que hizo mi papá fue convocar a distintas personas de la cultura de Gualeguay para crear lo que se llamó Gualeguay Agrupación Cultural. Yo tengo todavía el libro de actas de cuando se fundó esta agrupación y sus fundamentos. Su principal razón era por sobre todo darle a los niños y los jóvenes de nuestra ciudad la posibilidad de que se cultivaran. Gualeguay Agrupación Cultural tuvo mucho apoyo de mucha gente que él convocó. Por ejemplo, recuerdo al Doctor Roberto Beracochea, el Doctor Atilio Daneri, Antonio Yañez, Antonio Arenas, el escribano Chichizola, en fin, mucha gente que aunó esfuerzos para que eso siguiera adelante y se cumplieran sus fundamentos y objetivos. Entre los primeros jóvenes que integraron las comisiones de esta agrupación estaba Alfredo Veiravé. Fue una creación muy linda, muy fructífera, tuvimos la posibilidad de estar en contacto con grandes artistas, con grandes músicos. Por ejemplo, todos los años venía el pianista Antonio Derraco, que todos los años también estaba en el Teatro Colón. En aquella época además tuvimos a Nicanor Zabaleta, el arpista más importante de ese entonces. Él venía de España, llegaba a Buenos Aires y tomaba el tren con su arpa hacia Gualeguay. O mejor dicho, llegaba a Carbó y de allí lo traían a nuestra ciudad. Llegó a estar tres veces en un mismo año en nuestra localidad, en el Club Social. Yo recuerdo que el club estaba fantástico. Se abrían las portadas que dan al salón principal, al salón de conciertos y con los salones adyacentes, llenos también, era maravilloso.Yo era chica y empecé a amar la música de esa manera, gracias a todos esos intérpretes que vinieron y que realmente nos regalaron tanto arte. Esta situación también despertó mi apetencia por estudiar piano. Ahí comencé a estudiarlo con Pura Cabrera, que era la maestra de música. Estudié aproximadamente ocho años.
De niña me encantaban las siestas, a diferencia de tantos otros que no les gustaban (risas) debido a que eran los momentos en donde yo iba, buscaba el Tesoro de la Juventud, buscaba los cuentos, leía. Me tiraba en el hall de mi casa con una almohada en el suelo y me quedaba leyendo. Esos fueron mis comienzos en la lectura. Luego continué. Me acuerdo que la primera novela que leí fue Maria de Jorge Isaacs, fue para una semana santa, lo recuerdo patente ya que en aquellos tiempos se respetaba muchísimo a estas jornadas y los niños teníamos que quedarnos adentro y en ese contexto llegó a mis manos María, comencé a leerlo y me encantó. Después con el correr del tiempo seguí leyendo todo lo demás: los autores franceses, Dumas y Victor Hugo por ejemplo, los autores rusos, Dostoievski.
Cuando yo conocí a Mario Tamaño, que luego sería mi esposo, una de las primeras conversaciones que tuvimos fue a propósito de nuestros gustos por la lectura. Él era un gran lector y coincidió en que estábamos leyendo más o menos los mismos autores, lo cual fue maravilloso.