Monseñor Jorge Eduardo Lozano
Hablar para herir o sanar
Por Monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo (Argentina) y secretario general del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM)
Hace pocos días, una persona me compartió un dolor profundo en su alma. Se trataba de una difamación de la cual fue víctima unos cuantos años atrás. Recordé una frase de uno de los libros de la Biblia: “El chismoso hiere con sus palabras, pero las palabras de los sabios son un bálsamo que sana” (Proverbios 12, 18).
El martes pasado el Papa Francisco publicó el Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, titulado “Hablar con el corazón, «en la verdad y en el amor» (Ef 4, 15)”.
En ese Mensaje nos dice: “No debemos tener miedo a proclamar la verdad, aunque a veces sea incómoda, sino a hacerlo sin caridad, sin corazón (…). Un corazón que, con su latido, revela la verdad de nuestro ser, y que por eso hay que escucharlo. Esto lleva a quien escucha a sintonizarse en la misma longitud de onda, hasta el punto de que se llega a sentir en el propio corazón el latido del otro. Entonces se hace posible el milagro del encuentro, que nos permite mirarnos los unos a los otros con compasión, acogiendo con respeto las fragilidades de cada uno, en lugar de juzgar de oídas y sembrar discordia y divisiones” (Mensaje del Santo Padre Francisco para la 57° Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales).
El lenguaje es un camino para expresar y lograr comunicación y encuentro, pero lograrlo depende del corazón. Así como la mano puede ser abierta para acariciar o cerrada para una piña o empuñar un arma para matar.
Es necesario respondernos: ¿Somos una sola familia humana? ¿Vivimos para la integración o para la exclusión de quien no piensa igual que yo?
“La llamada a hablar con el corazón interpela radicalmente nuestro tiempo, tan propenso a la indiferencia y a la indignación, a veces sobre la base de la desinformación, que falsifica e instrumentaliza la verdad.” Es notable cómo ante un mismo acontecimiento pueda haber lecturas tan contrapuestas.
Uno de los párrafos del texto que me resultó significativo dice: “En un periodo histórico marcado por polarizaciones y contraposiciones —de las que, lamentablemente, la comunidad eclesial no es inmune—, el compromiso por una comunicación “con el corazón y con los brazos abiertos” no concierne exclusivamente a los profesionales de la información, sino que es responsabilidad de cada uno. Todos estamos llamados a buscar y a decir la verdad, y a hacerlo con caridad”.
Dos cosas quisiera comentar de este párrafo. Por un lado, la expresión “polarizaciones y contraposiciones”. Debemos cuidarnos de ellas. No se trata de no poseer convicciones firmes, pasión por una idea, adhesiones férreas. La cuestión es no perder capacidad de objetivación. No prejuzgar que cualquier afirmación en contrario es una agresión a mi persona, mi grupo, la patria, el continente. Falta capacidad de asumir una propuesta, una reflexión o un juicio de valor, si es expresado por alguien distinto a “mi grupo de pertenencia ideológico”.
Para que haya diálogo, convivencia social, construcción comunitaria es necesario superar la intransigencia que excluye y condena al distinto.
La segunda afirmación expresa que “lamentablemente, la comunidad eclesial no es inmune”. Y esto es un escándalo. La ideologización de la fe es un riesgo grande en el cual se cae con frecuencia. Lo percibimos especialmente en las redes sociales, cuando se critica con dureza, se divulgan falsas noticias (rara vez con ingenuidad), se quita la buena fama cuando no se comparte una idea. Es imprescindible trabajar en la comunión para ser fieles al pedido de Jesús: “sean uno para que el mundo crea” (Jn 17, 21).
San Pablo sufría cuando se enteraba de las peleas en las comunidades. Escribía a los primeros cristianos en su Carta a los Gálatas pidiéndoles que no usaran la libertad para los deseos de la carne, y se hagan servidores unos de otros por amor, “pero si se muerden y se devoran unos a otros, tengan cuidado, porque terminarán destruyéndose mutuamente” (Gal 5, 15).
Duele ver cómo, en algunas partes del mundo, estas actitudes se desataron con fuerza tras la muerte del Papa Emérito Benedicto XVI. Se borra la mirada desde la fe introduciendo argumentos meramente humanos e ideológicos. No se trata de “obedecer cuando estoy de acuerdo”. Digámoslo nuevamente, cuidemos la comunión.
El Lenguaje de la no violencia y el testimonio firme de amor a Dios y al prójimo es un mandamiento irrevocable. Todos estamos llamados a ser santos. Imitemos sus ejemplos.
Teniendo en cuenta las reflexiones compartidas, reconocemos que: “En la Iglesia necesitamos urgentemente una comunicación que encienda los corazones, que sea bálsamo sobre las heridas e ilumine el camino de los hermanos y de las hermanas. Sueño una comunicación eclesial que sepa dejarse guiar por el Espíritu Santo, amable y, al mismo tiempo, profética; que sepa encontrar nuevas formas y modalidades para el maravilloso anuncio que está llamada a dar en el tercer milenio”. (…) “Que sepa encender el fuego de la fe en vez de preservar las cenizas de una identidad autorreferencial”.
En el dramático contexto de la guerra de Rusia y Ucrania en que se va sumando una escalada de gravísimas consecuencias, el rol de los comunicadores es central. “Necesitamos comunicadores dispuestos a dialogar, comprometidos a favorecer un desarme integral y que se esfuercen por desmantelar la psicosis bélica que se anida en nuestros corazones.”
Seguramente también te ha sucedido: “Uno se queda horrorizado al escuchar con qué facilidad se pronuncian palabras que claman por la destrucción de pueblos y territorios. Palabras que, desgraciadamente, se convierten a menudo en acciones bélicas de cruel violencia. He aquí por qué se ha de rechazar toda retórica belicista, así como cualquier forma de propaganda que manipule la verdad, desfigurándola por razones ideológicas”.
Hablemos con el corazón para promover la cultura del encuentro y la paz social.