Entrevista con la historia
Homenaje al Gral. José de San Martín en el 170º Aniversario de su fallecimiento
"Mi padre lo va a atender. Tiene quince minutos, viene usted de muy lejos, pero como sabe, su salud está deteriorada, me advirtió, amablemente, Mercedes, la hija del general.
“Mi padre lo va a atender. Tiene quince minutos, viene usted de muy lejos, pero como sabe, su salud está deteriorada, me advirtió, amablemente, Mercedes, la hija del general.
Afuera, comenzaba a llover y el frío calaba los huesos esa tarde invernal del febrero francés de 1850, en el poblado de Boulogne-Sur-Mer, junto al Canal de la Mancha.
El militar de mil estrategias, reposaba, sobre unos almohadones debido a sus agudas dolencias, que ya eran permanentes, junto a una ventana pequeña por la que le gustaba contemplar el mar. Me sentía absolutamente nervioso y rendido ante este anciano que tenía delante mío y que representaba la independencia de mi Patria y la de los pueblos del Perú y
Chile. Esa hidalga y sublime maquinaria de guerra que había sido en sus años de vida militar, nada tenía que ver con la cara ojerosa, las manos temblorosas y esos cabellos canosos que transmitían el semblante de su cuerpo enfermo. Me invitó a sentarme frente a él, abrí el cuaderno de notas, preparé la pluma y comencé.
-Alguna vez, le dijo a Bolívar, que “habían arado en el mar”. ¿Me explica la frase?
-Sobre, el mar-, me corrige-. Se lo comenté en Guayaquil. América, en ese momento de la liberación, era un conjunto de entes que miraban pasar a sus libertadores con total indiferencia y por eso es que dije eso. Traté de convencer a Bolívar de no desengancharnos del todo de España; no me escuchó, tenía otra idea.
-Porque los argentinos parece que disfrutáramos de las divisiones y abrimos grietas todo el tiempo...
-Una vez le escribí a Estanislao López una carta dónde le decía que teníamos que unirnos y deponer resentimientos particulares. Divididos seríamos esclavos, unidos, batiríamos y ganaríamos. Sean las divisiones que sean, hay que hacer un esfuerzo de patriotismo y concluir la obra, con honor.
¿Cree que el tiempo le dio la razón? España es primer mundo y los pueblos sudamericanos, especialmente Argentina, van de crisis en crisis.
Cierra los ojos, inspira profundo y responde, -No lo sé, mantengo cierta esperanza de que América será y Argentina, alguna vez, será.
No veo condecoraciones a la vista, no hay medallas ni diplomas. San Martín es un hombre que se distanció de los elogios y de los premios. Odiaba ese mundo de la vanidad, más bien su humildad sólo es comparable con la lealtad a la Patria y su profundo humanismo.
España lo formó en su carrera militar, sirvió a los españoles contra Napoleón y luego expulsa a su antigua bandera de América del Sur, ¿cómo definiría esta circunstancia?
-Mi juventud fue sacrificada al servicio de los españoles, mi mediana edad, al servicio de la patria, creo, que me he ganado el derecho a mí vejez.
-En Argentina, la clase dirigente presenta severos grados de corrupción. ¿Qué le diría a nuestros gobernantes?
Carraspea un poco y responde. -La soberbia es una discapacidad que suele afectar a pobres infelices mortales, que de golpe se encuentran con una miserable cuota de poder. Les diría que la conciencia es el mejor juez de un hombre de bien, mi nombre, es lo bastante célebre como para que lo manche con una infracción a mis promesas.
¿Por qué, tras la independencia, los argentinos no dejamos de enfrentarnos?
-Nunca avalé el unitarismo, lo que me llevó a enfrentamientos duros con Rivadavia. Tampoco adhería a la idea de federalismo como lo planteaban los caudillos provincianos. Busqué siempre el equilibrio, porque ahí reside la buena convivencia. Jamás saldrá mi sable de la vaina por opiniones políticas, ni se levantaría contra un hermano de patria. Quiera Dios, ilumine a los argentinos, en estos tiempos duros. Y, ahora, si no se ofende, estoy algo cansa...
Sí, sí, general.
Me extiende su mano temblorosa, se la estrechó y la siento fría y sin fuerzas. Sus ojos casi ciegos y llorosos y su rostro cadavérico me estrujen el alma.
-¡Gracias, hijo, por su tiempo! Abrace a mi Patria, que es la suya, ya que yo no puedo.
Intento responder, pero algo me oprime en la garganta, subiendo desde el pecho, impidiéndome contestar con naturalidad. Apenas me repongo, para salir del paso, con un -¡gracias a usted!, general.
Saludo a Mercedes, que sí puede ver mis ojos humedecidos y me despide con generosa cortesía. Afuera, el viento arremolinado juega con las hojas del invierno del norte francés. Ciño mi abrigo y aprieto el portafolio donde llevo mi cuaderno de la entrevista. Camino lento, por las calles estrechas de Boulogne-Sur-Mer. Una me devuelve a la costa y me detengo a contemplar el Canal de la Mancha. Casi no hay luz ya.
Viene a mi cabeza una frase que me dijo San Martín: “Argentina, será”.
¿Será, general?, medito. Una tierra que expulsa a un héroe patrio con sus fabulaciones de políticos de alcantarilla y lo obliga al exilio, ¿será?
Quizás, en sus palabras había más fe que convicción. Tal vez, sus dichos a Bolívar en el encuentro de Guayaquil enmarquen la situación de estancamiento de los pueblos del sur americano: “Hemos arado sobre el mar”.
Interrumpen mis pensamientos las primeras gotas de lluvia, retomo el paso, más apurado esta vez. Ya es noche cerrada en Boulogne-Sur-Mer.
por Horacio Cantero