Cultura
La Entre Ríos de Hebe Uhart
En esta época nuestra provincia se llena de turistas. Su mirada sobre nuestras costumbres a veces es idealista, a veces porteño-céntrica, pero nunca indiferente. En esta nota prestamos atención a una cronista sin igual que anduvo por nuestra patria fluvial. por Santiago Joaquín García
Hebe Uhart es una de las grandes escritoras argentinas. Liliana Villanueva la incluyó en su obra “Maestros de la escritura” (junto a Liliana Heker, Mario Levrero y Leila Guerriero, entre otros) que dedica a los talleres de escritura que formaron literatos en nuestro país. Algunos datos biográficos: nació en Moreno, provincia de Buenos Aires en 1936 y falleció en esa misma ciudad en 2018.Trabajó como docente –primaria, secundaria y universitaria- y colaboró en el diario El País de Montevideo. Entre su obra de no ficción escribió notas de viajes, crónicas de personajes y situaciones. Algunos títulos: ‘La luz de un nuevo día’ (1983); ‘Camilo asciende’ (1987); ‘Memorias de un pigmeo’ (1992); ‘Mudanzas’ (1995). En esta nota nos vamos a ocupar de sus crónicas en Entre Ríos.
A orillas del río Uruguay
Así se titula una nota dedicada a Gualeguaychú que publicó en el mencionado diario uruguayo en el año 2000. Compartimos el comienzo con una perla sobre nuestra ciudad:
“Hace sólo veinte años que la provincia de Entre Ríos está comunicada con Buenos Aires por buenos caminos. Desde Buenos Aires a Gualeguaychú se llega en tres horas de micro: ante se cruzaba por el río en balsa y el trayecto duraba catorce horas. Además, los trenes que recorrían Entre Ríos eran deficientes. Se llovía adentro. No es extraño que las ciudades de la costa del río Uruguay hayan crecido centradas en sí mismas y con más contacto comercial y cultural con el Uruguay que con su capital, Paraná, y con Buenos Aires. El historiador Halperin Donghi señala: ‘¿Por qué se combatió a Artigas desde Buenos Aires? El artiguismo hacia posible una ordenación alternativa al comercio litoral, que utilizara Montevideo y aun puertos menores de la otra banda del Plata, como puertos de ultramar’. En 1816, la población de Entre Ríos, Corrientes y la llamada Banda Oriental se calculaba en 200.000 habitantes; la zona vivía en guerra: bandas armadas saqueaban a los comerciantes que transitaban por allí. Por esa fecha, Isidro de Urquiza escribe sus lamentos de vendedor frustrado: “Me duelen los huesos de galopar de acá para allá”.
Hay testimonios de que las dos orillas del río Uruguay estaban en constante intercambio. El edificio más importante para la época (1896) que se erigió en Gualeguaychú es el de la sociedad argentino-uruguaya. Quedó a medio concluir. Era para albergar una enorme mutual, para beneficio de socios de las dos orillas. En la plaza San Martín de esa localidad hay una placa: ‘1810-1910. La colectividad oriental residente en Gualeguaychú, en el primer centenario de la independencia argentina’. También están unidos esos pueblos por las correrías de Garibaldi; que vino escapado de Italia, tomó Colonia, Martín García y Gualeguaychú y ahí se hizo de un botín de 30.000 libras esterlinas. Fue detenido y torturado en Gualeguay. Los dos países están también unidos por motivos menos dramáticos: alrededor de 1940, la gente de Fray Bentos iba a Gualeguaychú en grandes patotas parranderas a convites que después eran devueltos en la otra orilla. Ya más cerca, el pionero de las carrozas del corso de Gualeguaychú fue un pintor naif uruguayo, Petisco. Armaba la carroza sobre la bicicleta, y ponía un pájaro en la cúspide”.
Algunos comentarios
Manauta decía: ‘El lenguaje entrerriano tiene características particulares: es una especie de isla. Durante décadas no hubo túneles ni puentes, era difícil llegar. A veces un viaje a Gualeguay desde acá duraba doce horas: ahora cuesta tres. Durante mi infancia, Buenos Aires estaba lejos, y eso incluía también al lenguaje’. Con este paralelismo lo que queremos señalar es la claridad que tiene Hebe para abordar el tema. Miremos a Gualeguay: nos lleva casi el mismo tiempo llegar a Rosario, Paraná o Buenos Aires.
En segundo lugar, la mención a Artigas (más allá de que se trate una crónica publicada en un diario uruguayo) nos remite al tema del federalismo, tantas veces proclamado y rara vez practicado. Basta ver el debate de la Ley Ómnibus, y darse cuenta la casi nula preocupación que tienen los legisladores del interior del país por el cuidado del medio ambiente y la extranjerización de la tierra. Nos sigue gobernando el unitarismo. Sin embargo, como entrerrianos, a veces tenemos más cosas en común con los uruguayos que con los porteños.
A orillas del Paraná
Compartimos ahora un extracto de una crónica dedicada a Victoria:
“Desde 2003, la ciudad de Victoria está conectada con Rosario por un puente de unos ochenta kilómetros. Esta conexión le está cambiando la cara: las casas viejas, con sus importantes rejas, se están puliendo y rehaciendo; el ritmo cansino de ciudad pequeña se está alterando. Todos los fines de semana, llegan unos veinte micros desde Rosario y sus alrededores para ir al casino y visitar la ciudad. Esta, de treinta mil habitantes, tiene para ver una abadía de benedictinos, la costanera y el barrio que llaman Cuartel Quinto, uno de los primeros centros de población. Desde cualquier parte del centro, se ven lomadas cubiertas de verde de distintos tonos, las llaman toboganes, la Santa Rita decora las casas del pueblo y en una de ellas han puesto una enorme planta de girasol en el jardín, luce esplendorosa. Es el campo que entra a la ciudad y que pervive, también, en los perros cimarrones que andan peleando en grupos, en la plaza principal. Todavía es pueblo Victoria, llamada la ciudad de las siete colinas: es pueblo en las expresiones de sus habitantes. Por ejemplo, no dicen: ‘camine siete cuadras y doble a la derecha’. Dicen: ‘sube para allá’ o ‘baja’. Subir es siempre ir al centro y bajar es ir hacia la periferia. Tampoco ‘izquierda’ y ‘derecha’. Viene a ser donde marca mi mano. En la plaza, hay un cartel urbano: ‘Por favor, no arroje residuos al piso’ y en su reverso, un graffiti: Chiche guampudo”.
Más comentarios
Un pequeño chiste. Martín Kohan dice en Bahía Blanca: “El último dique donde amarra siempre un lugareño cabal es la presunción de que todas las referencias locales son generales y sabidas por todos”. Y en Gualeguay pasa lo mismo. Para decir dónde se debe doblar, damos alguna seña conocida por nosotros, pero desconocida para el turista o visitante. Esa es la sagacidad de Hebe. De inmediato capta lo particular de cada lugar que visita. Los perros sueltos por la calle también son marca nuestra. La naturaleza que se impone incluso dentro de la ciudad. Siempre con respeto y mucho cariño. Hay un interés genuino en comprender, despojada de los prejuicios del típico turista porteño que todo gualeyo de ley sabe burlar con sorna.
Diamante: voces y siestas
Seguimos la mirada de la cronista sagaz por nuestras tierras:
“A una hora de micro de Victoria, siempre sobre el Paraná está la ciudad de Diamante. La zona se llamaba, genéricamente, Punta Gorda; la ciudad nació con impronta militar. En 1851, Sarmiento, que fue cronista del ejército de Urquiza, escribe: “La villa de Diamante ocupa uno de los sitios más bellos del mundo”. Y es verdad: el río a esa altura cambia de color, tira a verde, a veces, a rosado. En las noches claras, se ven las luces de Coronda; en la otra orilla, Santa Fe. Como dijo una vecina que vive junto al río, refiriéndose a las luces de la otra oirlla:
-¡Se ve un lucerío! ¡Viera cómo andan loqueando las luces del lao de allá!
Diamante es el puerto de mayor calado sobre el Paraná, fue cruzado primero por Ramírez y después por Urquiza para ir contra Buenos Aires. Pero antes fue poblada por indígenas que venían de las Misiones; a diferencia de los de Victoria, se integraron con los pocos pobladores ya existentes; tenían conocimientos musicales y eran aptos para la milicia.
Beaumont, en su libro Viajes por Buenos Aires, Entre Ríos y La Banda Oriental, cuenta un intento de radicar colonos ingleses en Entre Ríos en 1826 (fallido por el bloque de ríos, la mala fe de los contratistas y la guerra civil): “Iban de un lado a otro, de Punta Gorda al Arroyo de la China para evitar los vapores brasileños”.
Ahora el pueblo descansa de tanto cruce de tierra y río, del Paraná al Uruguay: duerme una siesta, desde las 13 hasta las 18. A las cinco de la tarde, sólo están abiertos los locutorios, a la vez kioscos y cibercafés; los chicos trabajan afanosamente con las computadoras. El único lugar umbrío, oscuro, es el barrio pobre que está junto al río (a cinco cuadras de la plaza principal). Toda la gente está sentada a la puerta y se escucha fuerte una telenovela caribeña. Junto al río, están construyendo un Cristo pescador del que están orgullosos. Tiene quince metros de alto. Tiene un manto revoleado como si fuera un poncho o unas alas. Es un Cristo pescador gaucho. A las siete de la tarde, con un calor espeso que vuelve brumo el aire (no es el calor insidioso de Buenos Aires), salen los jóvenes en motos y autos, que loquean como las luces de Coronda”.
(…)
Ojalá que la provincia de Entre Ríos se convierta en un emporio próspero, como soñaba Sarmiento, que quería ver los ríos poblados de vapores, como el Mississippi, vapores llenos de rubios, pero en vez de rubios, que sean mestizos”.
Comentarios finales y yapa
Queda claro que Hebe desborda lucidez. Elige una voz puramente local, una expresión bien entrerriana para mirar con ojos profundos el paisaje. Pero tiene la misma sagacidad para describir el paisaje urbano (esas motos que loquean nos son muy familiares en Gualeguay). Es lectora crítica de la historia. Quiere la prosperidad de la provincia, pero con los pueblos originarios y los pobladores de las barriadas incluidos. Y para cerrar, una cita de Hebe que tiene tanto que ver con Gualeguay, aunque haya sido escrita para referirse a un pueblo uruguayo: “A juicio de ellos, lo que paraliza el progreso de Santa Rosa es la envidia: si alguien tiene un proyecto constructivo, viene otro y lo boicotea”. ¿Será que todos tenemos el mismo diagnóstico errado o será que compartimos enfermedad con muchos otros pueblos? Dejo la inquietud.