Manauta
Y Manauta volvió un día
La reeditada novela Las tierras blancas, de Juan José Manauta, promovió debates en torno al realismo y la desigualdad. Fue adaptada al cine por Hugo del Carril.
Decir que un libro es un clásico y está destinado a perdurar en la historia de la literatura puede ser una valoración superlativa pero también una forma de evitarse mayores explicaciones. Desde su primera publicación en 1956, Las tierras blancas ha sido celebrada en esos términos. En su séptima edición, la propuesta es reponer un texto hoy inhallable y a la vez reconstruir su marco de recepción y de lectura, para precisar las cualidades que se aprecian en la obra de Juan José Manauta.
Con introducción de Evangelina Franzot y notas de Guillermo Mondejar, el volumen incluye artículos escritos con motivo de la primera edición, un ensayo inédito de Manauta, una entrevista en que evoca la escritura de Las tierras blancas, el prólogo de Pedro Orgambide a una edición anterior e imágenes de la película de Hugo del Carril basada en la novela. Los documentos muestran en particular el debate que promovió la obra en torno al realismo, una definición que Manauta rechazó.
“Mi constante temática ha sido el éxodo de los campesinos entrerrianos y el desarraigo de estos trabajadores de su tierra, corridos por el latifundio y la miseria”, dijo Manauta. Los aventados (1952) fue una primera versión fallida, de la que se volvió consciente a partir de una crítica lapidaria de Bernardo Verbitsky. Lo significativo es aquello de lo que tomó nota: trabajar el lenguaje y la composición de los personajes.
Manauta pensó la novela como un género híbrido e impuro, cuyo lenguaje debía aproximarse más a la poesía que a la información. Esas ideas ya lo alejan de la concepción tradicional del realismo, donde el lenguaje es un instrumento transparente e inmediatamente disponible. La reinvención del paisaje, en Las tierras blancas, señala el paso decisivo en esa ruptura.
El desarraigo como tema remite a la experiencia personal de Manauta: en 1944 había recibido la prohibición de regresar a Entre Ríos, su provincia natal, bajo amenaza de arresto por cuestiones políticas. “Esa imposibilidad física de retorno será la clave que permitirá la reconstrucción de un Gualeguay que no puede pisar. Si no puede verlo, lo reinventará”, dice Franzot en el prólogo.
Las tierras blancas refiere desde el título a una región vecina al río Gualeguay, un páramo sometido a las inundaciones donde vive la población más pobre. En ese ambiente se encuentran los protagonistas, una familia de campesinos que llega desalojada del campo donde trabajaba. Manauta también quiebra el orden lineal de la narración: a través de la alternancia entre los protagonistas, un niño llamado Odiseo y su madre, la acción se extiende simultáneamente a lo largo de un día y a través de siete años.
“El color del hambre se parecía al color de la tierra”, escribe Manauta, y más adelante resalta “estas tierras blancas que tanto se parecen a quienes viven sobre ellas en su infinita pobreza”. Las desigualdades se inscriben en la geografía, ya que el páramo está rodeado por zonas fértiles. El paisaje no es entonces un escenario sino la construcción de una mirada, como se aprecia además en pasajes tanto líricos como siniestros, cuando Manauta describe las primeras impresiones del amanecer o al referir los trastornos de una creciente: “Las aguas parecían haberse llevado el paisaje que yo tanto conocía y haber instalado otro en su lugar, extraño, desolado”.
El día en que transcurre la novela es un domingo de elecciones, y esa circunstancia se contrapone a la visita de dos militantes políticos y al germen de una conciencia de clase que despunta en el personaje de la madre. Menos directa que estas observaciones, las pequeñas torres de arcilla que Odiseo amasa y destruye son más sugestivas respecto del intento de los personajes por construir otro orden en el mundo inhóspito en el que están confinados.
Italo Calvino definió a los clásicos como aquellos textos que no agotan sus reservas de sentido. Pero esas posibilidades no surgen de los temas. La desigualdad y la pobreza tampoco son una preocupación original de Las tierras blancas, pero un libro que los asocia en la trama “desde la sutileza estética, la experimentación, el compromiso y la fuerza expresiva”, dice Evangelina Franzot, “está destinado, sí, a ser un clásico”. Y bien vale traerlo de regreso, en una edición tan cuidada.
Las tierras blancas, Juan José Manauta. Univ. Nac. del Litoral/Univ. Nac. de E. Ríos, 320 p. $6.000