Día del Folclore: viajes del gualeyo Ambrosetti
Kusiya kusiya, decimos con los pueblos ancestrales, como nos enseña el padre de la ciencia folclórica y el folclore, nacido un 22 de agosto
Un cacharro con surcos trazados en tiempos remotos, un relato viejo sobre talismanes para conquistar a una joven; el mejor ungüento natural para la sanación, un paseo por los duendes de la selva y la montaña, los versos sentenciosos que señalan la relación del ser humano, el animal y el clima: nada está fuera de los ojos avizores de Juan Bautista Ambrosetti.
Obras escogidas es una copia de libros del investigador gualeyo con relatos de travesías por la Argentina, Paraguay, Uruguay, Brasil. El noroeste y la cuenca del Paraná, sin detenerse en fronteras modernas.
Hay allí informaciones e ilustraciones de alfarerías minuanes recogidas en nuestro territorio, y está incluida la obra completa Supersticiones y leyendas, de Ambrosetti, con prácticas funerarias. Además podemos acceder a supersticiones relativas al amor sexual, las faenas rurales, el juego. La Caá Yarí (abuela de la yerba), la Caá Porá (fantasmón del monte), la leyenda del Ahó Ahó, el Yasy Yateré, el Pombero o Cuarahú Yará, el Curupí, el Yaguareté Abá, los fantasmas del agua (I Porá)...
La piedra de Itá Cuá, el paredón de Teyú Cuaré, el paredón de Suindá Cuá; numerosas historias propias de una honda Argentina en relación con el Paraguay y Río Grande do Sul, las comarcas que cautivaron a Ambrosetti y que él supo contar con buena pluma.
Supersticiones sobre vegetales y animales. Folclore de los valles Calchaquíes y de las Pampas. La Pacha Mama, las apachetas, la caza de vicuñas, el carnaval... También está en el mismo libro la obra "Viaje de un maturrango" con observaciones en Paraná, Corrientes, Goya, Reconquista, Malabrigo; los fortines, los pueblos originarios...
Relatos sencillos
Además de observador notable y recopilador de costumbres, creencias, leyendas, en una vasta región del sur del Abya yala, nuestro continente, Ambrosetti muestra sus dotes de escritor. Recordamos por ejemplo aquí su viaje por el norte de Santa Fe, en cercanías de Reconquista.
"Nuestras pobres mulas pagaban bien esa noche su descanso del día anterior: ya se hundían hasta más arriba de la rodilla, ya se sumían de golpe en algún pozo haciéndonos temer un baño involuntario a cada momento; lo que les valía algunos rebencazos, injustos por cierto, pero necesarios para que tuviesen cuidado".
"En aquel infierno de agua, aquí caigo y aquí levanto, a cada momento detenidos por alguna rama que se cruzaba delante de nosotros, mojados, salpicados, a la miseria, tiritando con el fresco de la noche y aspirando aquel hedor insoportable de las aguas estancadas que revolvía el chapalear continuo de las mulas, al son de los gritos de los soldados y del ruido seco de los rebencazos; pasamos cinco horas ininterrumpidas por pequeños trechos secos que nos daban una esperanza de buen camino para desvanecerse pronto, llamándonos a la realidad otra vez la superficie brillante del agua que se perdía delante de nosotros".
Vale recordar que las entregas del investigador gualeyo vinculadas a la antropología y la biología datan de fines del siglo XIX, y exhiben una sencillez propia de nuestros tiempos. En eso nos recuerda Ambrosetti al costumbrismo del gualeguaychuense Fray Mocho, e incluso a los escritos del oriental Marcos Sastre sobre el delta, o la letra de José Hernández en la obra Instrucción del Estanciero, con párrafos cortos, comprensibles, llanos, sin las grandilocuencias de antes.
Una de las expresiones artísticas regionales con indumentarias típicas y danzas.
De alpargatas
Un 22 de agosto de 1846 irrumpió en las lenguas del mundo el entonces neologismo "folklore", a partir de una pieza del arqueólogo británico William John Thomson, que buscaba forjar una voz para definir los saberes del pueblo, de cada región.
Un 22 de agosto también, pero de 1865 (dos décadas después), nació en Gualeguay Juan Bautista Ambrosetti, notable estudioso y difusor de los saberes del pueblo en los países del cono sur del Abya yala (América).
En el mundo se habla del Día del Folclore (aquí castellanizado, con ce en vez de ka), y en la Argentina lo mismo, pero con el adicional del cumpleaños del llamado padre de la ciencia folclórica argentina: Ambrosetti.
No hay que andar de alpargatas para cultivar el folclore, ni bailar la chacarera necesariamente, pero el folclore se desenvuelve por encima de compartimentos: todo incide, todo se relaciona en el conjunto, de manera que la presencia de ciertas indumentarias, ciertos modos del habla, ciertos aromas, ciertos símbolos, abona el sentido de pertenencia a una comunidad.
El folclore nos llama por todas las vías, no hay modo de eludir sus guiños. Allí danza una pareja, aquí teje fibras naturales una artesana al lado de un paisano que luce sus pilchas: bombacha, faja, alpargatas, boina roja... Como la cultura misma, el folclore es ancho y hondo, aunque se muestre en pequeñas dosis, por ahí de ocasión.
Si una persona toca un acordeón, dos la acompañan con guitarras y cantan a dúo un chamamé, se dirá que el ritmo es una manifestación folclórica, pero el ritmo, la melodía, las cadencias, los instrumentos, los acoples, los temas, el paisaje, dan sentido a esa expresión; y también los seres humanos arraigados en el lugar, sus casas, sus alimentos, sus nostalgias, fraseos, rimas, métricas, evocaciones, nombres propios. Sin descartar el sapucay, ni los momentos precisos y no escritos para ese alarido del alma. Y así, recuerdos, símbolos, modo de relacionarse, juegos, miradas cómplices; por ahí un recado, una silla forrada en cuero, una sombra, una luz, un antiguo banco de carpintero que luce las huellas del trabajo, con una taba en la esquina invitando al juego... un mate que corre de mano en mano, unas caras alumbradas por el fogón... Todo eso y mucho más en el chamamé que decíamos. No se trata, entonces, de un arte lavado. Y tampoco exige un disfraz para su presentación. Las riquezas espirituales se potencian mutuamente en un encuentro, todo allí colabora, nada sobra.
Ángeles tutelares
Oficio y diversión, comida y beberaje, modos del saludo y de encarar los temas, dichos y silencios, sentencias, chistes, rituales y celebraciones, voces personales, trabajos colectivos... El folclore no es sólo la pintura en un trapo, es la pintura y también la urdimbre y el marco y la celebración. Es la fibra, es el tejido, es la mujer que teje, y es lo que la tejedora canta.
El estudioso paceño Carlos Mange Casís suele referirse a Linares Cardozo y otros artistas como "ángeles tutelares" de la cultura regional. La poesía y la música parecen constituir el eje sobre el que se desatan las fiestas, las comidas, los trabajos comunitarios, la amistad, el sentido de pertenencia, las narraciones repetidas a través de las generaciones.
Pero, claro: Linares Cardozo además de pintor, poeta, músico, compositor, intérprete, maestro, era un conocedor profundo de los modos, las historias y el paisaje del pago. No le eran ajenos un pájaro ni un artista, una madre ni un pescador; una guerra, una fiesta, una bandera, un cuento, una creencia; no le eran ajenos un yuyo sanador ni un chupín de armado; ni el empaque de la gallineta ni la humildad de las biznaguita.
La guardia sobre los pagos de uno viene de lejos. Las comunidades ponían sus casas bajo el amparo de duendes y dioses, desde antes de que existieran los títulos de propiedad. Ángeles tutelares, en fin.
La Pachamama entra en esa categoría: es la tierra misma y el cielo y el ser humano en esa conexión. El folclore fluye en un ritmo que puede tener cien años en el lugar, siglo y medio, aunque con raíces más lejanas, pero se nutre en tradiciones hondas y milenarias como la Pachamama, el mate, la armonía en el entorno, el sentido de comunidad. La tradición expresa las esencias, el folclore los gustos.
En sus investigaciones antropológicas, Juan Bautista Ambrosetti veía a la Pachamama (madre tierra) como un ángel tutelar, como un dios local preocupado por el bienestar de la familia, de la comunidad. Lo dice de este modo en su obra Supersticiones y leyendas, de la que extraemos unos fragmentos. "La Pacha Mama, dice, y con razón, el erudito americanista señor Samuel Lafone Quevedo, es el nombre que se da en muchas partes del numen local o genius loci. Parece que fuera la fuerza femenina del Universo. Este autor agrega: 'el culto de la Pacha Mama, fálico como es, simboliza la fe en la fuerza reproductiva de la tierra, ideada como en el seno de la mujer'".
"La traducción de estas palabras es Madre de la Tierra (Pacha, tierra; Mama, madre); pero todos los calchaquíes de Salta traducen madre del Cerro o de los Cerros, puesto que creen que ella tiene sentados sus reales en aquellos".
"En el Pucará, preguntando a una mujer, que en esto del folclore mucho me sirvió, a propósito de lo que era la Pacha Mama, me dijo: que era una mujer vieja, madre de todos los cerros y también su dueña, pues en ellos vivía. Si por casualidad algún viajero, andando por los cerros, llegaba a verla, quedaba irremisiblemente en ellos desde ese momento o volvía a su casa tan influido, que el retorno a la mansión de la Pacha Mama se hacía rápidamente imprescindible".
Tradiciones
Y continúa Ambrosetti: "La clase de influencia que podía ejercer sobre los hombres no me la supo explicar; pero mucho me sospecho que ésta tenga algo que ver con alguna unión semi marital, parecida a las que se hallan en algunas leyendas guaraníes; total, un algo que apunta hacia lo fálico. De este modo se explicaría que haya tanta gente aficionada a vivir en los cerros y el no retorno de los desaparecidos. Siendo la madre de los cerros, hay que propiciársela en todo tiempo, porque de ella depende el éxito de cualquier faena que esté vinculada con la producción".
"Su gran influencia llega hasta las personas, las cuales no comen, ni beben, ni coquean, sin antes derramar la parte que corresponde a la Pacha Mama, invocándola de palabra o mentalmente con la frase consagrada: Pacha Mama - Santa Tierra - Kusiya - Kusiya; es decir, Pacha Mama, tú que eres dueña de la Santa Tierra, haz que esto me haga buen provecho, o me vaya bien en la faena que voy a emprender".
(Digamos aquí que Kusiya kusiya es una invocación que viene de tiempos remotos, un reclamo ancestral de ayuda, antiguo y vigente, un pedido de buenaventura, de vivir bien y bello, con alegría).
En verdad, el llamado "padre de la ciencia folklórica", se detuvo allí no sólo en una expresión folklórica sino en una tradición, cuyo origen se pierde en el fondo de los tiempos. Y más allá de la certeza o no de sus apreciaciones, nos interesa aquí señalar la disposición del gualeyo por desentrañar los saberes del pueblo, sin depender en demasía de las temáticas eurocentradas.
Claro que Ambrosetti nos cuenta observaciones que resultan importantes para conocernos a nosotros mismos, pero a veces lo hace con interpretaciones propias de una cultura occidental que, al tiempo que condena la codicia del conquistador, menosprecia los conocimientos ancestrales. Sin descuidar estos límites, reconocemos que estamos hablando de ciertas costumbres gracias a sus aportes valiosísimos. La Pachamama, como la rueda de mate, simbolizan antiguas y siempre vivas relaciones del ser humano con sus semejantes y su entorno.
Agosto reúne, entonces, tradición y folclore, desde el primer día del mes que comienza con tres traguitos de caña con ruda, todo en relación con los ciclos de la vida.
Gualeguay
Gualeguay es la cuna de Ambrosetti (1865), como de Cesáreo Bernaldo de Quirós (1879), como de Juan L. Ortiz (1896), Carlos Mastronardi (1901), Emma Barrandeguy (1914), Juan José Manauta (1919), Cachete González (1928), entre tantas y tantos.
Al presentar la reedición de las obras de Ambrosetti hace pocos años, el victoriense medio gualeyo Mario Alarcón Muñiz trajo a la memoria un prólogo, escrito por un profesor Danero (alumno de Ambrosetti en Buenos Aires), sobre un momento clave en la vida del padre del folclore.
Llegados a la puna hacia el oriente, Huasamayo, camino del Valle Grande, y luego las llanuras chaqueñas, el gualeyo "exclamó convencido: tiene que ser allí. Empezó la faena abrumadora, implacable, tenaz. Bajo su dirección los peones indígenas arrasaron malezales, limpiaron el suelo cubierto por sedimentos de siglos pero nada. No aparecía nada, absolutamente nada. Y los días comenzaron a transcurrir abrumadores, decepcionantes, interminables. Hubo un momento en que los más allegados a Ambrosetti se arriesgaron a comunicarle su pesimismo. No era posible continuar, era un esfuerzo tan inútil como oneroso.
Valía más abandonar que regresar. Allí no había nada. Más, Ambrosetti, por algo era explorador, respondía primero a un impulso inconsciente, váyase a saber brotado de dónde, pero también era lógico, tenía una base. Decidió continuar, prosiguió.
Una tarde, cuando más abrumador era el calor y el bochorno tropical todo lo agobiaba, desde el fondo de la quebrada los del campamento vieron descender al sabio. Bajaba presuroso, atropelladamente, acuciando a su mula baya. El tiempo le era poco, las palabras inarticulables. ¡Pronto, pronto, la hemos descubierto!
Su tierra en el Pucará
Fue en esa presentación que Alarcón Muñiz recordó una anécdota sabrosa sobre la curiosidad que le despertó Ambrosetti.
"Hace 25 años, que se cumplieron en el pasado agosto, tuve la suerte de integrar, el día 22 de ese mes (día del aniversario del nacimiento de Ambrosetti en Gualeguay en 1865), una delegación de la Asociación Tradicionalista Entrerriana de La Bajada que fue hasta el Pucará de Tilcara a rendir homenaje a Ambrosetti. Y me encomendaron la tarea de llevar tierra del solar donde nació Ambrosetti y depositarla en el museo etnográfico Casanova de Tilcara, en homenaje al maestro".
"Desde entonces, cuando pude apreciar la importancia del descubrimiento de Ambrosetti en el Pucará de Tilcara, cuando pude advertir que era la obra de muchos años, de muchísimo tiempo, el estudio de otras civilizaciones, otros tiempos, y el empecinamiento de Ambrosetti de decir 'acá está' y encontrarlo; eso me impulsó desde entonces a buscar más cosas de Ambrosetti, a saber un poco más de este sabio entrerriano que siendo muy joven se fue a Buenos Aires.
Era hijo de Tomás Ambrosetti, un italiano de la Lombardía que era un comerciante próspero en el Gualeguay de entonces. Y su hijo podía permitirse ciertas cosas que a los jóvenes de aquel tiempo no les eran tan fáciles, como por ejemplo ir a estudiar a Buenos Aires. Muy joven marchó a Buenos Aires y como estaba orientado a la investigación científica de nuestro pasado, particularmente la arqueología y la paleontología, consiguió vincularse con Florentino Ameghino, nada menos. Y de inmediato Ameghino descubrió en aquel chico aptitudes notables para su tiempo".
Empezó por Victoria
En su extensa referencia a la vida y obra del entrerriano, Mario Alarcón Muñiz ofreció más detalles. "A su vez el mismo Ambrosetti anduvo detrás de los pasos del maestro Eduardo Holmberg. Con el tiempo se casó con la hija de Holmberg, de modo que tampoco perdió la oportunidad. Pero lo cierto es que comenzó a trabajar muy temprano junto con Ameghino, quien confiaba muchísimo en Ambrosetti. No tenía 20 años, y obsérvese que esto no es una casualidad, no tenía 20 años cuando decide realizar por su propia cuenta sus primeras investigaciones, y qué tierra elige: la tierra de Entre Ríos. Y qué tierra en Entre Ríos: la de Victoria. Porque él tenía unos primos, unos primos Cúneo de Victoria, y hacia allá fue. Y trabajó en un lugar que él describe por ahí en uno de sus apuntes, en las barrancas...".
"Ahí comienza a extraer piezas de alfarería que solamente científicos de esa talla consiguen encontrar".
El Día del Folclore, también un puente entre los Ambrosetti y los Alarcón.