Garibaldi
Garibaldi homenajeado por la Colectividad Italiana de Gualeguay y las dos páginas de una historia
El 4 de Julio de 1907 (durante la Gobernación de Entre Ríos del Doctor Don Faustino M. Parera), la Colectividad Italiana colocó una Placa de Bronce, con motivo del centenario del natalicio del General Don Garibaldi, en la casa que ocupó durante su accidental residencia en la ciudad entrerriana de Gualeguay.
El Archivo General de Entre Ríos dice: “Allá por los años 1837-1838, apareció Garibaldi en esa ciudad en una goleta llamada “Farrapilla”, que había tomado al Brasil con un cargamento de café, en un viaje de corsario. En Gualeguay se vio forzado a permanecer seis meses detenido, aunque en libertad dentro de la ciudad, hasta que dispuso abandonarla burlando la vigilancia policial, lo que hizo pero con mala fortuna porque fue alcanzado al otro día, a algunas leguas de distancia. De regreso se le colgó en la prisión, atado a ambos pies y manos, en cuya situación estuvo dos horas mientras un nutrido enjambre de mosquitos lo atacó despiadadamente. Luego fue enviado a Paraná donde se le puso en libertad”.
La historia
El 2 de junio de 1882, en Caprera, Reino de Italia, falleció Giuseppe Garibaldi. Había nacido en Niza, Reino de Piamonte, 4 de julio de 1807. Garibaldi fue un personaje que, más allá que muchos no lo sepan, en sus andanzas estuvo vinculado a Entre Ríos, poniendo de manifiesto también aquí su espíritu aventurero y libertario, lo que quedó demostrado en más de una oportunidad.
En 1837 se enteró de un levantamiento en Río Grande do Sul, y se embarcó para luchar contra la monarquía lusitana. Luego, se sumaría al gobierno de Montevideo en su lucha contra Juan Manuel de Rosas. Hay que agregar que en su viaje a estas comarcas debe haber influido y bastante una circunstancia: Italia había puesto precio a su cabeza.
¿Cómo llegó al río Paraná? Al mando de la goleta “Luisa” a la cual habían hecho prisionera, debió hacer frente a naves del gobierno de la Banda Oriental. Garibaldi resultó con una herida en el cuello. Según publicara Joaquín Achával, Garibaldi en aquella oportunidad escribió: “Herido mortalmente, no teniendo a bordo quien poseyese el menor conocimiento geográfico, mandé buscar la carta, y con mucha dificultad, pues tenía la vista cubierta con un velo que me parecía el de la muerte, indiqué con el dedo Santa Fe, el río Paraná”.
Pero mientras viajaban hacia el lugar, se toparon con una embarcación de pasajeros que hacía la travesía Gualeguay-Buenso Aires. La misma llevaba el nombre de “Pintoresca” y estaba al mando de Lucas Tartabull. Cuando éste se enteró del nombre del corsario y saber que estaba gravemente herido, se puso a sus órdenes para trasladarlo a la ciudad de Gualeguay.
Amaro Villanueva, en su obra “Garibaldi en Entre Ríos”, escribió: “Uno de los pasajeros, el acaudalado comerciante catalán don Jacinto Andreu, pidió al capitán que detuviera el barco y se pusiera al habla con la gente de la goleta”. Agregó que Garibaldi “expresábase con dificultad, más así y todo, conversó con el señor Andreu, quien, masón como era, al reconocer en el herido a un hermano, le instó a que se dejara trasladar a Gualeguay, donde lo alojaría en su casa y lo cuidaría convenientemente”.
En realidad, Garibaldi no tenía otra alternativa, así que aceptó la oferta. De esa manera fue como llegó a Puerto Ruiz, aproximadamente en agosto de 1837. Pascual Echagüe gobernaba la provincia y ordenó se le diera el pueblo por cárcel. Además puso a disposición su médico quien le extrajo la bala del cuello a Garibaldi.
En Gualeguay se hospedó en la casa de Jacinto Andreu, hombre que junto a su esposa, Micaela Hermoso, se ocuparon de atenderlo. Así pasó seis meses, según contara el propio Garibaldi, o más de un año según Antonio Cuyás Sampere, expresado esto por Villanueva en la obra citada.
Amaro Villanueva escribió al respecto: “Enfocada así la atención de la villa hacia el gallardo perseguido, éste fue más que nunca objeto de afectuosas atenciones, formándose por las noches en su alojamiento, y en torno suyo, animadas y cordiales tertulias de las que participaban las damas y niñas de la sociedad local”.
Es evidente que la juventud y la condición de aventurero de Garibaldi, causaban admiración. Era una curiosidad en Gualeguay. Salía a pasear y los vecinos lo invitaban a sus hogares para escuchar sus historias. Solía también hacer paseos a caballo visitando amigos que había hecho, uno de ellos, Bernardo Gallo, un poderoso terrateniente, será quien luego lo proveerá de los medios para fugarse de la ciudad.
Es que a pesar de los buenos cuidados y momentos que Garibaldi pasara en Entre Ríos, tuvo que fugarse porque Juan Manuel de Rosas había desconocido a la nueva República de Río Grande y quería cumplir con la orden de extradición del navegante.
Los amigos que había hecho en Gualeguay se unieron para dar seguridad a Garibaldi. Se registran nombres como los de Gregorio Correa, Jacinto Andreu y Bernardo Gallo, los que le consiguieron un baquiano, el mulato Juan Pérez, y un caballo. Así llegaría a Ibicuy para partir hacia Montevideo. Pero cuando todo estaba preparado, Garibaldi abandonó la ciudad con su guía y acompañante; aunque éste, después de cierto tiempo de marcha, dejó solo al fugitivo con la excusa de explorar el camino. Lo que en realidad hizo fue volver sobre sus pasos y comunicar al Comandante Leonardo Millán lo que estaba pasando. Millán se sintió traicionado, y de hecho fue una traición después de todo lo que se le había dado a Garibaldi en Gualeguay. Así que mandó un grupo de sus hombres y capturaron a Garibaldi.
Ya en Gualeguay, fue torturado por Millán, quien quería saber los nombres de los que lo habían ayudado. Alejandro Dumas, en su obra “Memorias de Garibaldi”, pone en boca del italiano lo siguiente: “Excusado, es decir que no hice tal confesión, pues declaré que sólo yo la había planeado y ejecutado. Entonces, como me encontraba atado y Leonardo (Comandante Millán) no tenía nada que temer, aproximose a mí y comenzó a castigarme en la cara con el rebenque. Después renovó sus preguntas, no siendo más feliz que la primera vez. Me envió a prisión y dijo en voz baja algunas palabras al oído de uno de los guardas. Esas palabras eran la orden de aplicarme tortura. Llegado a la habitación que me estaba destinada, los guardas me dejaron las manos atadas a la espalda, me colocaron en las muñecas una nueva cuerda, y pasaron la otra extremidad a una viga (Esta viga y un catalejo que perteneció a Garibaldi forman parte de la colección del Museo ´Juan Bautista Ambrosetti´ de Gualeguay), suspendiéndome a cuatro o cinco pies del suelo. Entonces Leonardo entró en la prisión y me preguntó de nuevo si estaba resuelto a decir la verdad. La única venganza que podría tomar era escupirle en el rostro y así lo hice. Después salió. (…) Al cabo de dos horas mis guardas, teniendo piedad de mi estado, o creyéndome muerto, me descendieron. Caí en el suelo sin movimiento. Era una masa inerte, sin otro sentimiento que el de un profundo y mudo dolor. Era casi un cadáver. En ese estado, sin saber yo lo que hacía de mí, me metieron en el cepo”.
Pero el pueblo se enteró de lo que estaba padeciendo Garibaldi, e intercedió ante Millán. Por eso Echagüe dispondrá su traslado a Paraná, donde fue dejado en libertad y desde allí se trasladó a Montevideo, sumándose a la lucha contra Rosas.
Se puede afirmar, por tanto, que Gualeguay fue protagonista de la vida de Giuseppe Garibaldi. Incluso no es aventurado manifestar que el pueblo salvó su vida. Sin duda alguna, si no hubiera intercedido en su favor, el final de Garibaldi hubiera sido otro, pero también podría haber sido otra la historia italiana y otro el presente de Italia.
No hay que olvidar que este personaje pasó a la historia como el principal impulsor de la unificación de Italia.
La otra página que hay que leer
No son pocas las personas que ignoran un suceso que hirió literalmente a sangre y fuego la ciudad de Gualeguay de la provincia de Entre Ríos. Los hay también algunos que pretenden que la historia vivida en 1845 se olvide con el paso del tiempo.
Valga, como prueba, lo que expresa el escritor Amaro Villanueva, exaltando lo cumplido por el jefe invasor en el Estado de Río Grande do Sul (Brasil) porque “traducía la aspiración de los brasileños a gobernarse por sí mismo, liberándose de la autoridad despótica de la monarquía y el clero” (sólo por cuestiones ideológicas se explica que alguien olvide lo padecido por la población de una ciudad de su propia provincia natal).
Pero pasemos a los hechos. El 18 de septiembre de dicho año, una escuadrilla formada por cinco buques de cruz y catorce -entre lanchones y balleneras, al mando de Giuseppe Garibaldi- pasó por la boca del río Gualeguaychú y remontó el río Uruguay unas seis millas marítimas para que nadie sospechara un inminente ataque. En la noche del 19 al 20 sorprendieron a los dos guardias que custodiaban la Boca en una nave ligera, entrando en el Puerto. En la madrugada del 20, desembarcaron en un Saladero, distante una legua de la ciudad, y la atacaron.
Sorpresivamente hicieron prisioneros al comandante, a las demás autoridades y guardias nacionales, fortificando los puntos más importantes (en una casa de familia céntrica -destinada a Cuartel General- colocaron un cañón). Y de inmediato, se inició el saqueo. Los vecinos vivieron dos días de pánico, en los que “los legionarios saquearon las casas de familia y principalmente las de comercio”, precisa el historiador Adolfo Saldías basado en las protestas de los comerciantes (sardos, españoles, portugueses y franceses) que la Gaceta Mercantil publicó el 23 de octubre, llevándose los saqueadores un botín calculado en 30.000 libras esterlinas.
Los comerciantes damnificados suscribieron una protesta, especificando los artículos y las sumas de dinero que les habían sido robadas: José Benítez (portugués): su almacén, por valor de 5.000 pesos (sin incluir la goleta “Joven Emilia”, que se llevaron); Agustín Peyrelo (sardo): saqueo en sus dos casas de comercio, por 6.700 pesos; Juan Iriarte: asalto a su almacén, por 1.210 en artículos y 975 pesos en efectivo; Juan Sousa Martínez (portugués): robo en su casa –en efectos y dinero- por 1.600 pesos; Antonio Peirano (sardo): efectos de su tienda, por 2.600 pesos (llevado ante Garibaldi, reclamó la devolución pero este contestó que era un mal que no podía remediar); José García Sobral (español): saqueo de su negocio y robo de dinero que tenía en un baúl, por 1.710 pesos; Domingo Elizate (vasco francés): saqueo de su casa, a mano armada, por 346 pesos; Andrés Chichizola (sardo): saqueo de su negocio e intimación a mano armada para que entregue el dinero efectivo, por un total de 1.035 pesos. Por saqueo en sus negocios e intimación a mano armada siguen: Juan Lucero (argentino), Juan B. Solusse (francés), Juan Costa (sardo), Juan Echevarría (francés), Pedro Alcahenest (francés), Juan Guenon (francés), Juan Isaldi(francés), Juan Archaine (francés), Pedro Valls (francés), Juan Jaureguiberri (francés), Juan Iturralde (francés), Lorenzo Aguerre y hermano (franceses), Bautista Doyhenard (francés), Juan Arambago (francés), Samuel Icart (francés), Jerónimo Gómez (argentino), Leopoldo Espinosa (argentino), Prudencio Gómez (argentino), Juan Méndez Casariego (argentino).
En total, 31 casas de negocios saqueadas en una población de 4.000 habitantes. Hay constancia, asimismo, de que tampoco fue ajena al saqueo la chacra de don Francisco Lapalma -sita entonces en los suburbios de la villa (hoy Museo de la Ciudad)- cuya quinta producía abundantes frutas, que su propietario industrializaba o enviaba a Buenos Aires por vía fluvial.
Retirada
En la noche del 21 de septiembre, Garibaldi ordenó la retirada al saber que se aproximaban las fuerzas de la división Nogoyá -al mando del Comandante Reinoso- y el escuadrón del Teniente don Rosendo Fraga.
Para el caso de que algunas personas -que desconocían lo que aquí se ha descripto- puedan pensar que se trata de una acción única, quizá forzada por especiales circunstancias, resulta conveniente reproducir el relato de lo ocurrido en la uruguaya Colonia, asaltada y saqueada por los mismos mercenarios veinte días antes que la Villa entrerriana, según se relata en el sitio ‘La Gazeta Federal’: “Las jóvenes corrían despavoridas por las calles de Colonia del Sacramento, aullando de terror con sus ropas desgarradas. Los saqueadores arrasaban con todo lo que encontraban”.
Se agrega: “El cielo parecía cobrar vida con el relumbre de los incendios. El jefe de los vándalos … echó las culpas a lo ´difícil de mantener la disciplina que impidiera cualquier atropello´, y los soldados anglofranceses, a pesar de las órdenes severas de los almirantes, no dejaron de dedicarse con gusto al robo en las casas y en las calles. Los nuestros, al regresar, siguieron en parte el mismo ejemplo aún cuando nuestros oficiales hicieron lo posible para evitarlo. La represión del desorden resultó difícil, considerando que la Colonia era pueblo abundante en provisiones y especialmente en líquidos espirituosos que aumentaban los apetitos de los virtuosos saqueadores». Ni siquiera la iglesia se libró de los desmanes, ya que en ella se celebró la victoria con orgías y borracheras”.
Durante su estancia de varios días robaron, asesinaron a pobladores civiles, incendiaron e incluso agraviaron a doña Ana Monteroso -descendiente de italianos y esposa del insigne general don Juan Antonio de Lavalleja- lo que llevó a los partidarios de Fructuoso Rivera, sus aliados uruguayos, a considerar que tan escandalosa conducta los desacreditaba.
En sus partes de batalla, el General don Eugenio Garzón -que marchó desde Buenos Aires a combatirlos- escribió: “La escuadrilla salvaje … ha pasado de Fray Bentos pero ha hecho un asalto al territorio entrerriano en el que ha cometido el bárbaro atentado de saquear un pueblo indefenso, que no ofreció ninguna resistencia…”.
Para finalizar, nada mejor que transcribir lo que el propio “héroe de los dos mundos” expresa en sus “Memorias”, justificando el saqueo en suelo entrerriano: “El pueblo de Gualeguaychú -se refiere a la Villa (y no a sus pobladores)- nos alentaba a la conquista por ser un verdadero emporio de riqueza, capaz de revestir a nuestros harapientos soldados y proveernos de arneses. Era preciso desembarcar en él. Adquirimos en Gualeguaychú muchos y muy buenos caballos, la ropa necesaria y algún dinero que se repartió entre nuestros pobres soldados y marineros que tanto tiempo llevaban de miseria y privaciones”.