Salas independientes, pilares de la cultura en Entre Ríos
La Representación Entre Ríos del Instituto Nacional de Teatro tiene registradas 21 salas independientes, aunque el número de espacios autogestivos es mayor
No sería temerario afirmar que cuando muchos pregonan la importancia "de apoyar a la cultura", lo hacen porque es una frase bien intencionada e indiscutible, pero ha sido tan repetida como eslogan que casi no resuena en el interior de quienes lo proclaman. Es más como una expresión de deseo, de buena voluntad, palabras que se lleva el viento.
Una forma de ayudar que podemos poner en práctica los ciudadanos de a pie es asistir -aunque sea tres veces al año- a funciones teatrales, musicales o exposiciones; dado que la mayoría probablemente nunca pisó una sala local. Por supuesto, el contexto pandémico y la gestión del mismo han coartado esa posibilidad.
De todas maneras, para apoyar a la cultura -y ahora hablamos a nivel de funcionarios y políticos- también es necesario conocer la realidad de quienes trabajan por ella. En la provincia, la mayoría de los espacios y salas son gestionados de manera independiente; es en esos espacios donde se desarrolla la mayor parte de las funciones teatrales, recitales e incluso talleres artísticos. La actividad cultural de la mayoría de las ciudades depende de que estos espacios permanezcan abiertos.
Para dar un pequeño pantallazo de lo que sucede a nivel provincial, dialogamos con los directores de cuatro salas independientes de Paraná, Gualeguay y Gualeguaychú, quienes coincidieron en una realidad: la pandemia les ha quitado la posibilidad de trabajar, pero también ha dejado en evidencia que para los espacios independientes todos los contextos han sido siempre difíciles.
Paulina Lemes es directora del Centro Cultural Alas, de Gualeguaychú. La sala se inauguró en abril de 2000 y está habilitada para 100 personas. Es un emprendimiento familiar, pero del funcionamiento del espacio también dependen varias personas que dictan talleres de danzas, expresión corporal, teatro, artes plásticas y música. Incluso, durante los fines de semana se dictan capacitaciones, se presentan libros, hay peñas, recitales, milongas.
"Antes de la pandemia había actividades casi todos los fines de semana del año. Hay que pagar impuestos y servicios, renovar equipos de luces y sonido, el mantenimiento como pintura o arreglos en general, compra de instrumentos, vestuario. La inestabilidad provoca mucha inquietud, discusiones, idas y vueltas. Lo más difícil es no poder programar nada. Cada vez que desde el gobierno desaconsejan a la gente participar de estas actividades, perdemos alumnos y se reduce la comunidad que acompañaba nuestros eventos", contó, y señaló que con los subsidios del Instituto Nacional de Teatro (INT) están terminando de pagar las deudas del año 2020.
"Ha sido un año de zozobra constante. Quienes trabajamos como gestores culturales nos hemos reunido en diferentes asociaciones como Oté Danan o Caidegu para acompañarnos, apoyarnos y reclamar cuestiones que nos parecen injustas. Con gran esfuerzo nos adaptamos a los protocolos vigentes, y hemos creado espacios seguros. Necesitamos que se nos considere de esa manera, para no ser los primeros a los que se suspende y los últimos a los que se restituye. Las salas que pagan alquileres están al borde de cerrar sus puertas.", manifestó.
Mala gestión de la pandemia
Armando Salzman es el fundador del Centro Cultural La Hendija, de Paraná, que se inauguró el 22 de abril de 1989, ocasión en que se abrió la Sala 1, un espacio a la italiana con 100 butacas. Hacia 1995 se inauguró la Sala 2, sin butacas fijas. "Depende la actividad que se realice, entra distinta cantidad de personas. En recitales de rock, entraban aproximadamente 200 personas; o por ahí se puede hacer un espectáculo acomodando butacas para 50 personas", comentó.
La Hendija es hoy una fundación que es sostenida ad honorem por los miembros de su Comisión Directiva. "Después, los demás son gente que va con su propia propuesta, su taller o su espectáculo. Por supuesto, esas personas cobran por su trabajo ya sea a los que compran la entrada para el espectáculo o a quienes mensualmente abonan la cuota del taller. Nosotros impulsamos la autogestión", explicó.
Anualmente, en La Hendija se desarrollan aproximadamente 20 talleres. En cuanto a espectáculos, previo a la pandemia, había funciones todos los fines de semana de marzo a diciembre, sumando algunas funciones en días de semana.
"La mayor dificultad que siempre hemos tenido los espacios independientes es que haya gente autónoma dispuesta a trabajar de manera independiente y a no depender del subsidio del Estado, que se ha hecho tan popular y tan cómodo. Creo que la mayor dificultad es no querer estar parado en la intemperie, el querer estar cubierto por el techito del Estado. No criticamos esa posición, pero nosotros preferimos trabajar sin la intervención estatal y eso tiene un costo: te la tenés que bancar solo. Pero eso siempre ha sido así desde que empezamos. Cuando inauguramos, al poco tiempo vino el recambio de Alfonsín por Menem. Y lo que las salas independientes lográbamos, reteniendo 10 butacas de cada espectáculo, era poder pagar los gastos fijos de luz, agua e impuestos. Apenas subió Menem con su proyecto neoliberal, ni siquiera llenando la sala y quedándonos con el 100 por ciento de la recaudación podríamos haber llegado a cubrir los gastos. De manera que las dificultades para sostener una sala independiente están desde hace mucho tiempo. Pero la situación que atravesamos ahora está marcada por una pandemia que no nos permite trabajar. Cuando nos encontramos con las autoridades de la provincia por esta cuestión, nosotros lo único que pedimos fue que nos dejaran trabajar, después nos arreglaríamos. Los centros culturales independientes no somos factores de contagio ya que concurre muy poca gente, hay mucho cuidado y mucho cariño. Pero no hemos recibido ese apoyo mínimo".
Por último, destacó: "Nosotros no hacemos responsable al Gobierno de la pandemia, pero sí de la gestión. Pero para hacer otra gestión habría que tener otra forma totalmente distinta de hacer política y de relacionarse con la gente, que la democracia representativa no permite. Así que lo que nos queda es intentar sostener el trabajo y hacer la nuestra como lo hemos hecho siempre. Algunos opinan que hay que trabajar en una relación más estrecha con el Estado. Nosotros no lo hacemos, pero no criticamos a quienes lo hacen".
Precariedad constante
Walter Arosteguy pertenece al equipo que gestiona la Escuela del Bardo, un espacio que se inauguró en la capital entrerriana en marzo de 2019, después de 20 años de grupalidad nómade: "Decidimos inaugurar esta escuela que tiene como principal objetivo ser un espacio de formación actoral. Fue habilitada por la Municipalidad de Paraná en el transcurso de 2020 para funcionar como escuela y espacio de representación de espectáculos, con una capacidad de 100 espectadores. Además es sede de la Asociación Civil Teatro del Bardo, así que no tiene empleados, sino que trabajamos todos ad honorem para sostener económicamente el espacio y generar los recursos para mantenerlo abierto. Así que gran parte de los ingresos que tenemos ya sea por funciones o instancias de formación, es destinado mayormente al sostenimiento del espacio".
Consultado sobre la cantidad de espectáculos que se realizaron en lo que va de 2021, manifestó que proporcionalmente se han disminuido a menos de la mitad con respecto a la misma época pre pandemia. "Los centros culturales hemos sido de los espacios a los que no se les ha permitido trabajar tanto como a otros sectores de la economía".
Y añadió: "Lo que ha hecho la pandemia es evidenciar más las dificultades que tenemos en condiciones normales. Digamos que son las mismas, pero más profundas. Se evidencia aún más la precarización del sector. Siempre nos costó crear una masa de público que nos acompañe en todas las actividades, tenemos un público más aleatorio que se congrega a montones en algunas propuestas mientras que en otras no. Aparte, es difícil conseguir financiamiento. Y en estos días la situación se agravó nuevamente, porque otra vez no podemos asistir a nuestros lugares de trabajo. Estuvimos durante mucho tiempo juntándonos con diversos funcionarios pero la ayuda concreta ha sido más que insuficiente. Vemos con preocupación que estas condiciones hagan que muchos espacios independientes y autogestivos que venían impulsándose se vean afectados y volvamos para atrás. No olvidemos que la cultura en la provincia es llevada adelante por los espacios autogestivos e independientes".
En este sentido, destacó que si no fuera por el apoyo del INT muchísimos espacios ya estarían cerrados y "muchísimos artistas estarían mendigando en la calle. Ha quedado en evidencia cómo los funcionarios no tuvieron la capacidad de gestión".
Fragilidad y desgaste
Gastón Díaz es el director y fundador de la sala Liebre de Marzo, de Gualeguay. El espacio se inauguró en marzo de 2015, convirtiéndose en la primera sala de teatro independiente de Gualeguay. "Comenzamos alquilando el espacio y en 2017, con la convocatoria del INT para el subsidio para compra de sala, nosotros aplicamos y nos convertimos en una de las primeras 10 salas del país en obtener este subsidio", contó.
La sala tiene distintas posibilidades de capacidad, dependiendo del espectáculo que se presente, incluyendo un patio que se usa en época estival. "Tenemos 80 butacas distribuidas en las gradas, pero para recitales entran hasta 150 personas", mencionó.
"Liebre de Marzo es una PyME familiar, estoy yo como director de la sala, el técnico es mi hermano, mi madre se encarga de la barra y de la limpieza, mi cuñada trabaja cuando hay eventos. Y los talleristas no son empleados de la sala, sino que trabajamos a bordereaux, como en las funciones de teatro. No varió mucho la cantidad de talleres con respecto a la pre pandemia, obviamente, cuando se habilitaron de nuevo los espacios. Ahora tenemos algunos que pueden continuar de modo virtual, pero otros están suspendidos. Y en cuanto a los espectáculos, en 2019 llegamos a tener mucha actividad con dos o tres fines de semana. Hoy eso ya no es así", manifestó.
Respecto de los desafíos de sostener una sala independiente, Díaz manifestó que es difícil, ya que requiere mucho trabajo, tiempo, gestión y el rédito económico es bajo. "No es una actividad comercial, es muy difícil sostenerla sin aportes del Estado. El problema es que esos aportes se suelen pagar con muchísimo tiempo de retraso y la inflación hace que la plata alcance para poco. Hoy con toda la actividad suspendida, la sala se queda sin recursos y también quienes trabajan indirectamente en ella. Entonces tenemos que pensar todo el tiempo cómo obtener algún tipo de ingreso, apelando a alternativas distintas. Ahora ni siquiera podemos hacer streaming, porque la actividad está completamente cortada. Los ahorros se van comiendo, se invirtió dinero en la adecuación de la sala para poder trabajar según los protocolos. La verdad es que tenemos mucha incertidumbre con lo que va a pasar".
Sobre la situación actual, destacó que los gestores culturales viven en una doble alarma constante: "Por un lado por la cuestión sanitaria y lo que ello implica, realmente tenemos que cuidarnos. Y por otro, la preocupación por la supervivencia al pasar tanto tiempo sin poder trabajar. Siempre trabajamos con protocolo, nunca nuestro espacio tuvo que cerrar porque hubiera habido contacto estrecho entre los alumnos que asisten a los talleres. Cuando se hicieron funciones, que se realizaron primero al 50 por ciento de la capacidad y luego al 30 por ciento, la gente siempre mantuvo el barbijo puesto durante toda la función. Esto de ir y volver con las restricciones ha generado un desgaste entre los alumnos de los talleres y los docentes, con los gestores culturales. Es un espacio de mucha fragilidad y cualquier circunstancia puede afectar de manera grave, por eso es necesario que los funcionarios sean más cuidadosos a la hora de tomar medidas, tienen que pensar más a largo plazo. Estos espacios colaboran con la salud mental, todas las ansiedades que genera la situación son canalizadas en gran medida a través de diferentes disciplinas artísticas, aunque no se nos considere una actividad esencial. Cuando la gente está encerrada consume productos artísticos".
"Si una sala independiente cierra, es difícil que reabra"
Santiago Marcos es el representante de Entre Ríos del Instituto Nacional de Teatro (INT) e indicó que en la provincia, el organismo tiene registradas 21 salas independientes: "Tenemos registradas las salas que reciben apoyo, subsidio, o que de alguna manera han estado vinculadas al INT. Obviamente, también hay salas que funcionan más como espacios de talleres que de espectáculos".
Además del departamento Paraná -donde hay una mayor concentración de salas-, el INT ha apoyado salas en Concordia, Nogoyá, Tala, Victoria, Gualeguay, Gualeguaychú y Colón. Pero, por supuesto, existen otras salas independientes que no constan en los registros del organismo. Mencionó como ejemplo la sala Teatral de Maciá, que no cuenta con subsidios del INT pero tiene una de las sastrerías teatrales más importantes del país, y que muchas producciones cinematográficas de Buenos Aires les alquilan vestuario.
"Realmente las salas independientes son fundamentales para el sostenimiento de la actividad artística en la provincia. Muchas veces son sostenidas por grupos teatrales que por su trabajo intenso necesitan contar con su espacio para ensayar y van por ese proyecto de la sala propia. En muchas localidades, si no es por estos grupos, no hay salas que se sostengan", dijo.
Afortunadamente, en Entre Ríos no han cerrado salas por la pandemia, peero estuvieron todas al borde, porque la situación es muy crítica: "El INT dio tres ayudas durante el año pasado a estos espacios, no fue la solución pero sirvió como paliativo para amortiguar el golpe. Pero es importante que existan estos espacios independientes, es fundamental cuidarlos, porque una sala independiente que cierra, es muy difícil que luego vuelva a abrir".