Razón crítica
El Yo y el Otro en términos políticos: una cuestión de Alteridad
A la hora de hablar de política no se puede desestimar uno de sus aspectos centrales: si objetivo de transformar y mejorar la realidad de las personas a partir de la gestión de recursos humanos y materiales. En este sentido, existe un elemento fundamental: la relación con el otro en tanto persona, en tanto Ser humano.
Jean Paul Sartre, destacado filósofo proveniente del existencialismo francés, reflexionó sobre el concepto de alteridad, al cual podríamos situarlo como ese proceso de relación con el Otro.
Este intelectual planteaba que el encuentro con el Otro provoca la responsabilidad, no el conflicto. El rostro de ese Otro demanda como si fuera de mi incumbencia y lo hace antes de todo enfrentamiento conmigo. El Otro impugna la tranquilidad y la seguridad de mi derecho al ser. No me siento agredido, yo soy mi agresor. La mirada del Otro es doblemente saludable en la medida en que libera al Yo de si mismo y en la medida en que lo desabriga de su complacencia y de su soberbia.
Entre la lucha y el idilio, entre la violencia del antagonismo y la paz de la efusión hay lugar para otra forma de inquietud y otro modelo de encuentro: éste es un modelo ético, amoroso, lo cual tendría a demostrar que moral y pasión presentan afinidades a las que no han prestado suficiente atención ni los moralistas de ayer, ni los militantes contemporáneos del deseo.
A la hora de pensar la política, es indiscutible la necesidad de interacción del Yo (funcionario público) con el Otro (ciudadano) que designa al primero con el poder necesario para transformar la realidad. Un poder que, a su vez, conlleva una enorme responsabilidad. En términos filosóficos propios de la alteridad se puede plantear lo mismo que Sartre: el encuentro con el Otro genera responsabilidad. Si existencia depende de mí como la mía de él. El Yo y el Otro se conforman, se configuran, contemplan y dan rigor de existencia al Ser. En combinación configuran el aquí y el ahora, el tiempo que transcurre, el tiempo en el cual viven y existen.
Sin el Otro no existe el yo. Sin la ciudadanía no existe el político. Este último no puede olvidar este punto. Su existencia se da en términos de la existencia del Otro. Esa es la relación política fundamental. Allí también está la clave colectivista de esta praxis. La política nunca puede ser individual mediante enclaves particulares, es una contradicción con su propia existencia en este mundo. En definitiva, sin los ciudadanos, el funcionario no puede Ser ni puede Estar.
¿Cuál es el poder de la sociedad civil sobre el régimen político? Justamente ésto: la capacidad de brindarle a éste su capacidad de existir. Si la sociedad civil no actúa, no se compromete o no acciona, el régimen político no existe, no encuentra razón de estar. Esto habilita un sinfín de realidades, ninguna responsable, menos aún ligadas al bienestar social y general. En términos aún más profundos, sin el involucramiento de la ciudadanía, la República, como régimen, como tal, no encuentra razón de Ser, de existir en el aquí y en el ahora, ni tampoco en el hecho de extenderse en el tiempo.
El Yo y el Otro conforman una relación fundamental en la existencia, en el existir. Esto es importante a la hora de comprender la conexión entre políticos y ciudadanía.
Julián Lazo Stegeman
(Fuente: “La sabiduría del amor” de Alain Finkielkraut)