Pbro. Jorge H. Leiva
Diez años del papa Francisco
Este lunes 13 de marzo celebraremos los 10 años del pontificado del papa Francisco. Recordemos que el papa anterior, Benedicto XVI, decidió renunciar dada su avanzada edad y sus problemas de salud y que los señores cardenales-conforme a derecho-eligieron al cardenal arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, como sucesor del Apóstol Pedro.
Como cristianos preguntémonos: ¿Quería Jesús de Nazaret un papa o es esa institución un invento de los obispos de Occidente? En primer lugar, digamos que, según los evangelios, Jesús eligió un apóstol como el “primero” con las llaves del Reino y le concedió el poder de “atar y desatar” (como decían los rabinos al hablar de la excomunión) y que ya desde los tiempos antiguos se reconoció el primado del obispo de Roma como sucesor de Pedro. Digamos también que los cristianos eran unánimes en reconocer a los obispos como sucesores de los apóstoles. Debemos mencionar también que, al comienzo del segundo milenio, los obispos de Oriente se apartaron del primado de Pedro con lo que se llamó el “cisma de Oriente”, que tuvo como grandes sedes episcopales a Constantinopla (Estambul) y luego a Moscú. Sin embargo, entre luces y sombras, los papas fueron centro de unidad de los cristianos desde el comienzo de la Iglesia y la garantía de la permanencia de la verdad que salva en medio de las tormentas de las “doctrinas llamativas y extrañas” que van y vienen por la historia. En el 2013, ocurrió este suceso inesperado para muchos: un hijo de estas tierras argentinas fue nombrado sucesor de Pedro, el primer latinoamericano y el primer jesuita papa de la historia. Para quienes pudimos vivir ese momento el hecho pasó a ser algo paradigmático como la tragedia de las torres gemelas o los penales de la final del mundial de Qatar, salvando las distancias. Personalmente quedé impresionado por aquella doble intuición de sus primeras horas de ministerio petrino: hay que preservarse de la auto referencialidad y hay que salir a las “periferias existenciales” porque (me parece a mí) en el tiempo que nos toca vivir la “lejanía está muy cerca”. Francisco nos sorprendió con su lenguaje sencillo, como lo indican las austeras vecinas de Roma, quienes dicen: “Este papa nos habla a nosotros”; nos sorprendió también por ese esfuerzo por llegar a las comunidades más sufridas (por ejemplo, a Lampedusa, la isla de Italia adonde llegan los emigrantes pobres de África), por su decidida lucha contra la corrupción de algunos miembros de la Iglesia, por renovar su opción por los pobres: “Quisiera una Iglesia pobre y para los pobres”, dijo en los primeros días de su pontificado. Nuestro pueblo vivió la elección del papa Francisco con la alegría de quienes ven a un conciudadano en la cúspide del mundo. Sólo un conocido periódico de nuestras tierras se dedicó inmediatamente a denunciarlo falsamente. (Sabe Dios por qué). Ciertamente a los curas y a gran parte de nuestro pueblo nos queda la pregunta “¿por qué no viene a la Argentina?”, ya que los otros pontífices fueron a su tierra natal. Para los católicos lo más importante es, por supuesto, cumplir con ese sencillo y profundo pedido que el papa Francisco hace continuamente a los católicos: “Por favor, recen por mí”. Recemos, entonces, por el papa Francisco de un modo especial en estos días. Él es “pastor con olor a oveja”. ¿Quién se atreve a seguirlo?