Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo
Madre hay una sola. Tierra también.
En varias culturas y desde tiempos antiguos se ha visto a la Tierra con características maternales. La Biblia narra el origen de la humanidad mostrándonos a Dios modelando al primer hombre de barro (tierra y agua) y dándole aliento de vida (Génesis 2, 7); y anticipando el abrazo final al momento de la muerte “recuerda que eres polvo, y al polvo volverás” (Génesis 3,19). Relatos espirituales, poemas, cantos, cuadros, esculturas… Con profundidad y belleza nos sacuden del letargo y borrachera en que nos sumerge el materialismo consumista. Vivimos como anestesiados ante el dolor de la madre. San Pablo nos decía que “la creación entera gime y sufre dolores de parto” (Romanos 8, 22), y quién si no una madre es la que experimenta los dolores del parto.
Algunos temen hablar de la “madre tierra” pensando que corren el riesgo de asumir una religiosidad ajena al cristianismo. Sin embargo, tenemos varios ejemplos en la Biblia y la tradición de la Iglesia de un uso adecuado de esta analogía.
Esta dimensión femenina nos la muestra pródiga y generosa en la entrega de sus frutos, a la vez que avasallada cuando no se la respeta y se abusa de ella. Como toda madre se alegra de ser casa acogedora de la gran familia humana. Y también sufre por el maltrato de sus hijos. Por eso, en este “día de la madre” quiero dedicar estas líneas a nuestra madre querida, la tierra, que nos necesita de modo urgente.
Sus ríos son venas por las que circula el agua que da vida a cada rincón del Planeta. Sus bosques, pulmones por los cuales ella y sus hijos respiramos. Sus montañas y abismos expresan el poder y magnificencia de su creador. El hermano Sol y la hermana Luna se conjugan en armonía para dar luz, calor, distinguir un rostro de otro. La luz da vida y rompe el anonimato al cual nos condenan las tinieblas.
La rica y abundante biodiversidad asegura posibilidades de alimentos, medicinas, colores, aromas, texturas. No solamente utilidad, sino también belleza que expresa el cuidado de Dios por cada una de sus creaturas.
San Francisco de Asís nos ha enriquecido con su espiritualidad, haciéndonos gozar de su hermosura. El nos invita a mirar desde una perspectiva de familiaridad nuestros vínculos con todo lo creado.
Sin embargo, como hijos desagradecidos atentamos contra su belleza y vitalidad. La vamos demoliendo paulatinamente. El avance de la desertificación de los suelos a un ritmo sostenido. La tala de bosque nativo extendiendo la frontera agraria expulsa y mata varias especies animales y vegetales. La contaminación de ríos, arroyos, lagos vertiendo en ellos productos químicos, basura, desechos cloacales provoca que muchas comunidades no puedan beber ni abrevar a sus animales, limitando también la alimentación por medio de la pesca. Océanos expoliados y sobreexplotados al límite de la extinción de algunas especies. El aire y la capa de ozono. ¿No hay una que estemos haciendo bien? El calentamiento global y el cambio climático empujan a pueblos enteros a migrar en masa; así como se obliga al desplazamiento de especies animales.
Ante semejante abuso consumista, no somos conscientes de que el 40% de los alimentos que obtenemos de la tierra se desperdician. Sí, se despilfarran. Con lo cual mientras unos mueren de hambre y desnutrición, una parte de la humanidad usa y tira irresponsablemente, negando toda solidaridad con los pobres.
Las próximas generaciones tienen derecho a disfrutar de una madre Tierra vital y joven. En cambio, se la estamos avejentando provocándole arrugas y achaques. Les estamos avejentando la casa común. Hemos recibido un hogar hermoso y, como si fuéramos inquilinos despiadados, la vamos a entregar en condiciones deplorables.
Es una pena que estas cuestiones no estén siendo abordadas en los debates políticos de este tiempo electoral.
Ella, la madre Tierra nos ha cuidado desde pequeños. Abracemos agradecidos su bondad y empeño por la vida.
Madre hay una sola. Planeta Tierra también.
¡¡¡Cuánto dolor en Israel!!! Nuevamente la violencia, la destrucción, la muerte. Recemos por la paz tan lastimada y la vida despreciada.