Razón Crítica
Construcción de poder y construcción política
Hablemos de construcción política. El quehacer político es una herramienta fundamental para transformar la realidad de las personas. Esta actividad requiere un sentido, un territorio y un proyecto de municipio, de provincia o de país.
A la hora de encarar la praxis política, los interesados en gestionar la cosa pública deben atender y planificar muchas cuestiones, entre ellas se ubica una transcendental para sobrevivir en este campo: la construcción de poder. Esta última va de la mano en una combinación simbiótica con la construcción política.
Es preciso dejar en claro que la política, cuya una de sus principales características es la gestión de recursos humanos y materiales en pos de un objetivo, es inviable si se carece de poder para realizar lo antes mencionado. En este sentido, es imposible para cualquier funcionario dedicarse a la administración de recursos públicos si no cuenta con el poder necesario para hacerlo. En este punto aparece lo que hemos denominado “construcción de poder “.
Esto se da necesariamente, en primera instancia, desde el voto que confiere la ciudadanía. Ahora bien, existe otra parte que ya no depende de la legitimidad electoral sino de la habilidad del propio político para fabricar poder en el cotidiano, día a día mediante acciones y decisiones. Aquí es en donde aparecen algunos de los problemas más grandes de las coaliciones o alianzas políticas. Muchas de ellas son a favor de un objetivo a corto plazo: ganar una elección.
De todas maneras, una cosa es conseguir la condición de oficialismo y otra es llevar adelante las responsabilidades y tareas que esto conlleva. Allí se suelen producir las fracturas y quiebres que redundan en internas que perjudican al municipio, provincia o país que ese oficialismo de turno tiene que gestionar.
Ante estas contingencias, la sociedad comienza a descreer de las alianzas y los funcionarios que inclusive ella misma votó. Estos resquebrajamientos generan confusiones e incertidumbres que convergen en una gran desconfianza por las instituciones políticas. A propósito de ésto , el periodista Washington Uranga planteaba en 2017 lo siguiente: “Los partidos políticos ya no representan de manera genuina los intereses ciudadanos y por lo tanto pierden valor como referentes. Los dirigentes políticos descreen de esas instituciones y prefieren reacomodarse en alianzas electorales de coyuntura carentes de afinidades ideológicas firmes. La pertenencia político partidaria tampoco supone un alineamiento ideológico claro.
Los que hoy se cobijan bajo una bandera, mañana pueden estar a la sombra de otra sin que por ello haya condena social o política. En política ya no hay ‘traiciones’, aunque algunos todavía lo expresen de esta manera en el fragor de una campaña y para obtener alguna ventaja efímera en el debate. Solo en el fútbol puede considerarse grave pasarse a las filas del tradicional adversario”.
En esta semana, Cristina Fernández de Kirchner reapareció públicamente en un acto de la UOM en Pilar luego de más de dos meses de ausencia tras el intento de magnicidio del que fue víctima en la puerta de su domicilio. Ante los allí presentes se expresó y dijo: “Tengo un proyecto de país para recuperar la alegría”.
Muchas son las repercusiones que generaron estas palabras. Inclusive habilitan interpretaciones que hacen sospechar que ese proyecto del cual hace alusión será por fuera de gran parte del entramado que compone el Frente de Todos. De todas formas, no sólo por estos enunciados sino también por lo que fueron el resto de sus frases en el mencionado acto, se percibió constantemente en la Vicepresidente una intención de despegarse del Gobierno Nacional del cual ella es parte.
Esta situación es un claro ejemplo de lo planteado en el párrafo anterior. En 2019, la ex Presidente configuró hábilmente una coalición que la devolvió al poder con Alberto Fernández como Presidente. O mejor dicho, ella construyó poder a partir de una coalición que le permitió volver a ser oficialismo y, por ende, le posibilitó la gestión de recursos humanos y materiales propia de toda actividad política. Sin embargo, como hemos apuntado, ganar una elección no es lo mismo que gobernar. Y ésto, precisamente, derivó en lo que también hemos marcado en líneas anteriores: el quiebre o ruptura interna de una alianza gubernamental que perjudica el porvenir y la estabilidad del país.
En fin, queda claro entonces que la construcción de poder no puede ser fijada mediante objetivos de corto plazo. Nunca se debe soslayar que el poder es una herramienta para un determinado fin. Pero si es fin es al corto, las contingencias en los plazos más largos son inevitables. A la hora de la planificación política no se puede caer en estas irresponsabilidades