RAZÓN CRÍTICA
La necesidad política de la normalidad
Sergio Caletti (pensador, periodista y teórico de la comunicación) plantea que la política se despliega en el orden del decir y del decir escuchando.
Como una situación enunciativa en la cual el individuo se construye como sujeto.
Es en en el espacio de lo público donde el decir político tiene lugar. Es el espacio de la política, donde se presenta la visibilidad de ciertos conflictos en el propio registro de la comunidad. Se puede expresar que en el espacio de lo público es en donde se discuten las gramáticas de visibilidad y se generan escenarios de autorepresentación. El espacio de lo público, a su vez, es el lugar donde emergen distintos sujetos e identidades que plantean temas que no están en agenda y plantea temáticas que la política no releva como prioritarios.
El sujeto debería construirse desde el espacio de lo público dice Caletti. Debería ser un sujeto que emerge y que rompe con el orden establecido. Esta cuestión entraría en lo que el pensador francés Jacques Ranciere denomina la lógica de igualdad/emancipación.
Para Caletti este sujeto debe tener tres características: 1) reflexividad: que reflexione y piense sobre aquello que se presenta como evidente y transparente en una época. El sujeto debe reflexionar sobre la realidad para transformarla podría exponer desde el marxismo. A su vez, debemos mencionar la 2) relacionalidad: y aquí entran en juego conceptos del psicoanálisis en el sentido que lo que somos está construido en relación con otros. Continuando con relaciones con el psicoanálisis también está la característica de 3) descentramiento: entender que somos sujetos descentrados y atravesados por discursos colectivos del exterior que hacen mella en nuestro inconsciente y nos vuelve permeables a los efectos ideológicos. En esta línea, es pertinente tener la capacidad de analizar cuáles son, en términos del psicoanálisis lacaniano, los point de capiton más importantes de una época y pensar cuáles son las relaciones de poder que hay allí ancladas.
Entre todas las cosas que la pandemia del COVID-19 le quitó a la organización social tal cual la conocíamos, el hecho de disminuir e inclusive suprimir la integración de los ciudadanos en los espacios públicos es una cuestión de particular importancia dado que este contexto mundial les arrebató las posibilidades de organizarse ante los avasallamientos del poder. No me refiero exclusivamente a las opciones de marchas y contramarchas ante determinadas medidas del gobierno de turno sino que aludo a un plano más macro y general. Ante la imposibilidad de los individuos de estructurarse, habitualmente como antes de la pandemia, en sujetos políticos a partir del diálogo y el debate en el área de lo público, se anula el intercambio, la conflictividad y el consenso en la sociedad civil. En este entorno se eliminan las alternativas de construcción política y de discusiones programáticas necesarias entre los ciudadanos para transformar su cotidiano para mejor.
Si la ciudadanía encuentra constantemente obstáculos para su integración en el espacio público, es probable que la corporación política actúe y consolide normativas por fuera del consentimiento de los ciudadanos. Una de las cuestiones que vuelve fundamental el compromiso social para poder terminar con esta pandemia, es la urgencia de volver a hacer política en la calle, mediante el intercambio ciudadano, sin la necesidad de
protocolos y sin los miedos que genera esta situación tan preocupante. Es decir, es necesaria la responsabilidad de toda la sociedad para el retorno a la normalidad que hasta inicios del 2020 conocimos. Tanto en un plano general, como en el plano particular del poder decir y escuchar todo lo referido al quehacer político y social.
Se observa así la necesidad política de la normalidad.