Arte
Nicolás Benítez: una vida dibujada
En el arte, como en la vida misma, hay diferentes maneras de representar o presentar el objeto artístico. Un antiguo maestro, Duchamp, fue el impulsor de esta manera de verlo. Ya no era la representación lo que trascendió. Colocó un mingitorio en una exposición de arte a principios del siglo XX y fue fuertemente apoyado por el grupo al que formaba parte: el Dadaísmo, que nace en tiempos de conflictos bélicos. Los artistas quisieron poner a través del arte su espíritu de lucha. A esto se le llamó vanguardias. Estas eran como ríos que desembocaban en un vasto océano, al cual podríamos llamar Arte Contemporáneo.
Pero cuando hablamos de Arte Contemporáneo, lo hacemos con cuidado. No desde aquel constructo colectivo lejano, difícil y rimbombante que gira en torno a esas sobriedades y que parecen instauradas a morir en el pensamiento común; “todo es arte y puede llegar a serlo” ni tampoco en ese germen, tan en boga en estos tiempos, comúnmente usado por respetables licenciados, doctorados en Arte o magísters, “lo importante es la idea”. No. Porque cuando hablamos de Nicolás Benítez, no hace falta envolvernos en amplios conceptos, etiquetas que señales las funciones de una obra, ahondar en significados profundos, explicaciones, sentidos, lógicas. Se trata de un artista con una técnica pulida con la paciencia de un monje tibetano, humilde, con las mayores de las bondades, genuino y talentoso, por supuesto, moderno. Modesto como él mismo, se le puede ver andando en bici en su ciudad natal, que está más allá de todo concepto. En fin, sobran las palabras.
Nacido en Gualeguay. “La París de Entre Ríos”, declararía él en alguna ocasión, debido a la cantidad de artistas nacidos en la ciudad. Transcurrió su infancia en el barrio Tres de Caballería y en constantes viajes al puerto Ruiz. Nico, como lo llaman sus amigos, tuvo una infancia tranquila y deslumbraba a sus maestras desde temprana edad con la seguridad de sus trazos. Estudió en la mítica “Esquina del Arte” con el maestro Antonio Castro, conocido como “el Viejo”, una destacada personalidad de la ciudad que dejó su huella con la cantidad de obras que cosechó en su vida junto al Río Gualeguay. Fue presentado a este lugar por su abuela Chela, y asistió hasta el “último día, incluso de enfermo Antonio”. Poco tiempo después de su fallecimiento, continuó sus estudios con el artista Diego Gounguenheim “quien en ese entonces estaba en Gualeguay”. Más tarde en su adolescencia, asistió a los talleres de Libre Expresión con el docente y artista plástico Bladimir Firpo, y al taller de Realizador Plástico Visual, en la escuela de artes Roberto Sciutto. En ese mismo momento, se animaba a enfrentarse a la calle, quien sería por primera vez, pero no única, su fuente proveedora; plazas y espacios públicos serían los lugares para que Nico dejara sus primeros retratos en vivo, con todas las urgencias que esta misma apunta.
Al terminar el secundario, y luego de haber hecho retratos en diferentes lugares como Córdoba, Misiones, Nico se va a estudiar Bellas Artes a la ciudad de Rosario, pero continuaría asediando los lugares públicos con sus retratos “y algunos otros dibujos”, (en donde ya se podía advertir una incipiente búsqueda de estilo), en Parque España e Independencia, las peatonales Córdoba y San Martín. Además, trabajó para privados como Restaurant y Parrillas “Peregrini”, “también se sumaron eventos de 15 años, casamientos, entre alguna que otras festividades privadas, donde hacía “retratos y caricaturas”.
Viviendo en Rosario, realizó diferentes exposiciones individuales: en la Escuela Superior del Diseño, en la Galería de Arte La Toma y en el Museo Provincial de Ciencias Sociales. También, participaba colectivamente en diferentes muestras en distintos puntos culturales de esa ciudad y de la provincia santafecina. No obstante, no dejaba de trabajar con los retratos; en diferentes oportunidades, durante las temporadas de verano dibujaba en Uruguay: La Paloma, Piriápolis y Punta del Este, entre otras. En Brasil, se lo podía ver en las distintas playas de Florianópolis, Isla Buzios y Río de Janeiro. Dibujó tanto, que ni Messi se salvó de uno de sus retratos.
En fin, una vida dedicada por completo al dibujo, la de Nico. Fue así que, a partir de las exigencias propias de un artista tan versátil, que se preocupaba por no perder de vista la calidad de sus retratos y de esos trabajos en los que se podía apreciar su distintiva línea “torrentosa” tan suya, que se convertiría en su maca registrada en sus trabajos, enfermó gravemente y tuvo que ser asistido en su Gualeguay natal. “Cuando regresé a Gualeguay, me faltaban 8 materias y la tesina para recibirme en Rosario, pero me volví con lo más importante”. Lo anterior se refiere a la íntima amistad que forjaría con sus amigos de la facultad y de las Artes Visuales como “Dennis Jones, Cuellito Gwi, Juan, entre otros”, quienes son destacados en el ámbito de las artes visuales en la actualidad.
Radicado en Gualeguay, expone junto a Ricardo Mugnai, dibujante, y quien fue un ex escenógrafo del Teatro Colón en Buenos Aires”. Vive junto a su esposa e hija, es titulado docente de Artes Visuales y trabaja en el Museo Quirós.
Nicolás Benítez, como buen artista, sigue explorando con su dibujo esa veta corrosiva, infinita y libre como él mismo. La intercala con el estudio de la fotografía. “No es otro modo más que el del dibujo, no me canso de repetirlo. En ella en vez de lápiz, tinta o estilógrafos, se dibuja con la luz”. Actualmente se le puede ver en su bicicleta andando por las calles y en su canasto lleva consigo reproducciones de obras hechas por él mismo, “para vender”, y también hojas, estilógrafos en los bolsillos, puñados de billetes, biromes y algún que otro cigarrillo suelto que le prometió dejar para “más tarde”. Sigue dibujando para vivir; ha ilustrado innumerables tapas de CDs, tapas de libros, etiquetas para vinos, cervezas, entre otros. Pero como todo artista que forma parte de la contracultura, como si se tratase de uno más de las vanguardias del siglo XX, siempre será un artista callejero, en donde se lo podrá ver empatizando con el pueblo, apasionado con ese valor agregado de lo artesanal, defendiendo siempre al obrero, pues el mismo se considera “un albañil del arte”.
Así es Nico Benítez, el “gurisito gualeyo”, siempre alerta y sumamente creativo, quien se las ingenia en abundantes situaciones al momento de ganarse el mango y llevar el pan a su casa. Es ese mismo que nos sigue dejando un dibujo con impronta propia, más allá de las ideas, ha sabido resolverse sin residuos superfluos, posicionándose junto a los más grandes maestros entrerrianos, porque hablar de él, de su imagen, es dar cita a las barrancosas costas de los ríos de la contemporaneidad, donde navega su obra. Después de todo, pensar en su dibujo como “en un fluir y un devenir”, aquellas tramas impiadosas nos permiten reflexionar y preguntarnos qué hay detrás de todo este misterioso mundo de creación. ¿Cuánto más habrá por salir de los estilógrafos escurridizos que saltan de los bolsillos de sus pantalones?
Arte contemporáneo de hoy en día no solo es meditar sobre el dibujo o razonar la línea, también es pensar en la vida y la trayectoria que ha tenido Nicolás Benítez; como si fuera una barranca de la costanera embrutecida a jirones de rayos de sol y pescadores, como si estuviera dibujada por el mismo. Hermosa, a veces oscura, pero perfecta a la vez. Así se siente estar delante de su obra; así se siente la veta creativa de este, nuestro gurí de la costa del sur entrerriano. Como un río.
Walter Valdez, 2024.